Once razones para el nuevo triunfo de Donald Trump y la descomposición del Partido Demócrata en las Elecciones de Estados Unidos 2024
Tras el triunfo de Donald Trump en las Elecciones Presidenciales en Estados Unidos ha vuelto a haber una oleada de análisis y comentarios acerca del «trumpismo» y de las razones por su nueva y holgada victoria frente a la candidatura de Kamala Harris. En especial, entre los medios de comunicación masiva y los analistas dominantes en países de la órbita occidental y las regiones y países más subordinadas a ella, ha sido nuevamente llamativa la falta de análisis rigurosos y la abundante descalificación y menosprecio de la ciudadanía estadounidense, dada la notoria preferencia en estos espacios a favor de la candidatura del «Partido Demócrata». Aquí te presentamos, en forma de punteo y con imágenes, videos y referencias a otras notas, una serie de razones por las que Trump se convirtió nuevamente en el Presidente de los Estados Unidos.
1. El contexto histórico de larga data: La elitización del «Partido Demócrata» y su progresiva descomposición programática
Muchas personas asocian al Partido Demócrata con posturas progresistas y hasta de «izquierda». Sin embargo, en la actualidad, aunque una parte del genuino progresismo y de posturas de izquierda pertenecen al campo de los «Demócratas» y apoyaron la candidatura de Kamala Harris como «mal menor», lo cierto es que el partido identificado con el color azul y el símbolo del burro lleva ya varias décadas de abierta derechización y elitización. A tal punto, que lo que se aprecia hoy con la huida de la ciudadanía de izquierdas de sus apoyos al Partido Demócrata puede llegar a constituirse en una tendencia histórica de gran profundidad y alcance, tal como la que se dio en su momento, en la primera mitad del siglo XX, en la que se inició tal asociación.
En esa época, de la mano de las políticas de «Nuevo Trato» (New Deal) promovidas por Franklin Délano Roosevelt bajo la crisis capitalista conocida como «Gran Depresión» desde 1929, las organizaciones de trabajadores, y sectores sociales progresistas y de izquierdas forjaron una alianza y afinidad con el Partido Demócrata que perduró por décadas, a diferencia de lo que sucedía en el siglo XIX, en el que posturas progresistas se tendieron a identificar más con el Partido Republicano. De hecho, en la Guerra Civil (1861-1865), el Partido Demócrata representaba a los sectores pro esclavistas que fueron derrotados por el polo anti esclavista liderado por el referencial Abraham Lincoln, un referente de progresismo e integrante del Partido Republicano.
En estas elecciones, tal como en las de 2016 y en la tendencia de estos años (que ya es una tendencia de décadas, en especial tras el asesinato de John Fritzgerald Kennedy, JFK, en 1963), se aprecia un rompimiento de la relación entre los sectores populares estadounidenses, y el Partido Demócrata, hoy más que nada identificado con sectores de más altos ingresos que los votantes de Donald Trump.
Tras los referenciales Franklin Délano Roosevel y JFK, no han habido mayores referentes que volviesen a generar una identificación popular durable a favor de las dirigencias del Partido Demócrata, y aquellas que en ciertos momentos lo han logrado en parte, como el fenómeno de la «Obamanía» en los 2000s a favor de Barack Obama, han terminado en profundas decepciones. Otras propuestas más alineadas con los contenidos del Partido Demócrata de mediados de siglo XX han sido bloqueados en su ascenso a posiciones de poder, como el actual Senador Bernie Sanders.
El resultado: Los lugares donde hoy triunfan Kamala Harris y el Partido Demócrata están localizados, sobretodo, en las grandes ciudades de las costas (Nueva York, California, etcétera), y entre los sectores socioeconómicos más altos de ellas.
Para peor, tal escenario se ha complementado y agravado con una profunda desconexión entre importantes sectores declarados como «progresistas» en relación a este cuadro. Como en otras sociedades, estos sectores han tendido con cada vez más virulencia y soberbia a subestimar, denostar y atacar a los votantes de las clases populares que han elegido distanciarse de las políticas autopercibidas como «progresistas», pero que han reforzado el poder de las grandes corporaciones y riquezas. Tales ataques hacia el electorado denostado como «facho pobre» sólo tiende a agravar la tendencia, generando una creciente brecha entre estos sectores progresistas y esas amplias capas populares.
2. Kamala Harris, tal como la candidata «demócrata» del 2016 Hillary Clinton, son percibidas (con razón) como parte de una elite antipopular
Si bien es cierto que buena parte del mundo progresista y de izquierdas siente mayor cercanía con el «Partido Demócrata» que con el «Partido Republicano», esto no se refleja en la mayor parte de la dirigencia y las estructuras de poder de los «Demócratas».
Una clara evidencia de ello es el significativo respaldo popular que ha tenido Bernie Sanders, liderazgo demócrata que ha sido sistemáticamente torpedeado y bloqueado por parte de la elite de su partido, la cual por medio de las múltiples vías y mecanismos de control de electores y financiamiento en el muy oligarquizado sistema político estadounidense, ha impedido que llegue a ser candidato presidencial del partido, a pesar de su importante apoyo popular.
Aunque lejos de sostener de manera consistente políticas de ruptura frente al antidemocrático sistema estadounidense, Bernie Sanders de todos modos encarna esa crítica y ese polo de progresismos de izquierda que han intentado la disputa por dentro del Partido Demócrata, obteniendo bastantes apoyos, que empatizan con los mismos sectores «más a la izquierda» pero desde dentro del Partido Demócrata que en su momento fueron parte del fenómeno de la «Obamanía» a mediados de la primera década del 2000, y el sector conocido como «Socialismo Democrático».
3. La candidatura del Partido Demócrata perdió 10.3 millones de votos en comparación con el 2020, mientras que Trump aumentó levemente sus 74 millones de votos del 2020
En el año 2020, la candidatura de Joe Biden obtuvo una extraordinaria cantidad de votos, 81.2 millones de votos. Parte de las explicaciones de ese resultado está en el sustantivo apoyo de las generaciones más jóvenes y de la ciudadanía estadounidense más crítica y políticamente formada y activa, que en ese año había levantado unas multitudinarias movilizaciones en el marco del repudio a la violencia policial contra la población afrodescendiente tras el asesinato de George Floyd, movimiento que se conoció como «Black Lives Matter» («las vidas negras importan»).
Asimismo, también la oposición al extremismo ideológico reaccionario y conservador de parte significativa del Gobierno de Donald Trump, y del entonces presidente, movilizaron una cantidad de votos inédita.
La comparación es elocuente. En el 2020, la dupla Joe Biden obtuvo 81.281.888 votos, mientras que este año bajó a 70.916.946 votos. Entretanto, Donald Trump obtuvo practicamente la misma votación que en el 2020, con un crecimiento de 430 mil votos aproximadamente: 74.223.251 en el 2020, 74.650.754 votos en 2024.
Debido a la baja total de votantes, visto en términos porcentuales, el crecimiento de Trump se aprecia de la siguiente forma (flechas en rojo muestran crecimiento porcentual de Trump, flechas azules muestran crecimiento porcentual del Partido Demócrata):
4. La sostenida precarización social y económica de los últimos años en Estados Unidos
En las últimas décadas, ha habido una tendencia hasta hoy imparable en precarización, desprotección social, y estancamiento y caída de los ingresos para amplias mayorías populares estadounidenses. Los empleos son cada vez más inestables, a la par de la pérdida del peso económico de Estados Unidos en comparación con las economías emergentes encabezadas por la República Popular China y agrupadas en el BRICS. Esto último además repercute en sectores estratégicos del entramado productivo e industrial estadounidense, que le daba fuente laboral y dinamismo económico a ciudades completas y sectores sociales que con la caída del empuje económico han visto notoriamente bajar sus ingresos y bienestar.
En los últimos años, la inflación en numerosos bienes y servicios esenciales se ha disparado y con ello la presión sobre los salarios es cada vez mayor. La pandemia destruyó millones de empleos, y la salida a los problemas económicos se dio, en alta medida, con una altísima emisión monetaria por parte de la Reserva Federal. Las políticas del Gobierno de Joe Biden – Kamala Harris siguieron alineadas con el marco neoliberal, de capitalismo financiero y globalismo sostenido en el poder del dólar, y las medidas puntuales de protección social fueron tímidas y no estuvieron a la altura de sus compromisos de campaña, haciendo crecer el descontento popular.
A diferencia de lo que pasaba con anterioridad, hoy la votación del Partido Republicano está fundamentalmente en los sectores populares de más bajos ingresos y menor educación formal, mientras que la del Partido Demócrata está en los niveles altos de ingresos y títulos universitarios.
5. La elite del Partido Demócrata es cada vez más difícil de distinguir de la dirigencia del Partido Republicano
Los gobiernos de Bill Clinton (1993-2001), Barack Obama (2009-2017), y Joe Biden (2021-2025) han ido profundizando cada vez una mayor elitización de la elite del Partido Demócrata, y en materias de alta importancia en el enorme aparato estatal estadounidense, han cogobernado con el Partido Republicano.
Esto hace parte de la profundización de las tendencias oligárquicas que siempre han estado en el sistema político estadounidense, pero que pareciesen haberse agravado en los últimos años, en una progresiva desconexión de la clase dominante frente al pueblo llano de Estados Unidos. Es lo que se ha venido llamando como «Deep State» o «Estado Profundo», una elite fuertemente asentada en el aparato político militar estadounidense y su maquinaria imperialista y de escala global, que gobierna además de los poderes e instituciones del Estado estadounidense, buena parte de las instituciones globales, desde el sistema de las Naciones Unidas, y otros órganos de diverso tipo de ámbito planetario.
Con la irrupción de Donald Trump, de hecho, parte de la elite del Partido Republicano ha tenido siempre una intención de frenarlo y controlarlo, habida cuenta de las características de su liderazgo, menos previsible y más desapegado de la clase gobernante estadounidense. Dado el perfil relativamente «outsider» de Trump, quien ascendió a la política desde su poder en los negocios y su presencia televisiva, parte importante de la dirigencia del Partido Republicano siempre lo vio, y lo ve hasta hoy, con desconfianza y recelo.
Un ejemplo de lo anterior se dio en el contexto de esta campaña con el apoyo que le dio a la candidatura de Kamala Harris la dirigente republicana Liz Cheney, referente de la bancada en la Cámara de Representantes del Partido Republicano, y además, hija de Dick Cheney, quien fuera Vicepresidente de la República del ex Presidente George W. Bush (2001-2009).
La tendencia descrita ha incidido también en el paso de referentes del Partido Demócrata, hacia favor de Trump. Un caso claro de ello, es el apoyo que le dio nada menos que Robert Kennedy Jr., de la histórica familia de John Fritzgerald Kennedy, quien aún habiendo levantado una candidatura presidencial en esta ocasión, le dio el público apoyo a Trump, participando además en sus actos de campaña.
Con posterioridad a las elecciones, dicha tendencia fue además confirmada por el propio Bernie Sanders, quien aunque ha mantenido un perfil bajo evitando generar críticas muy rotundas frente al Gobierno de Joe Biden – Kamala Harris, tras las elecciones volvió a formular críticas a la elitización del Partido Demócrata y su abandono a las grandes mayorías populares estadounidenses: «No debería sorprendernos demasiado que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él. Mientras los líderes demócratas defienden el status quo, el pueblo estadounidense está enojado y quiere un cambio. Y tienen razón», publico en la red social X.
6. El sostenido apoyo del Gobierno de Joe Biden – Kamala Harris al ente sionista «Israel» en su Genocidio contra el pueblo de Palestina
Si en el 2020 las campañas electorales se dieron en el marco del escenario de multitudinarias movilizaciones y actos de protesta desatadas por el asesinato policial de George Floyd, esta vez, desde octubre de 2023, las calles y redes sociales han tenido a la situación en Palestina como su principal foco de movilizaciones y protestas.
Esto repercutió fuertemente en los apoyos a la candidatura del Partido Demócrata en especial entre los sectores más movilizados y políticamente conscientes de la sociedad estadounidense, en las nuevas generaciones, y la población de Estados claves en estas elecciones, como, por ejemplo, el Estado de Michigan.
Entre estos sectores, se apreció un desplazamiento hacia la abstención, o en menor medida, hacia la candidatura de Jill Stein, la que obtuvo 697.489 votos a nivel nacional, una cifra menor, pero que en ciertos Estados claves fue un factor más en la derrota de la candidatura de Kamala Harris.
Y es más: la votación musulmana, que si bien no es decisiva por su número pero sí incide en Estados clave, y suma un factor más a la huida de electores que padece el Partido Demócrata, tuvo un notorio giro en estas elecciones.
7. La elite del Partido Demócrata y su protagónico involucramiento en el belicismo imperial y en la generación de la Guerra entre la OTAN y la Federación Rusia en Ucrania
Si bien es cierto el belicismo y el imperialismo son un punto común del bipartidismo Demócrata-Republicano, el caso de Ucrania es una empresa particularmente asociada a la elite del Partido Demócrata, incluyendo a actores protagonistas de ella: Barack Obama, Victoria Nuland, Joe Biden y su hijo Hunter Biden, y el más oculto pero de un enorme poder tras las sombras, George Soros.
La Guerra entre la OTAN y Ucrania versus la Federación Rusa significa un enorme gasto para las finanzas estadounidenses, y aunque, dadas las presiones y dominio del Gobierno de Estados Unidos sobre la Unión Europea le permite descargar gran parte de los costos económicos a los pueblos de Europa, e Estados Unidos una parte importante de la ciudadanía mantiene una postura crítica frente a la participación estadounidense como actor clave en la generación y continuidad de este conflicto en Europa del Este.
De hecho, la expansión de la OTAN hacia el Este de Europa, infringiendo los acuerdos de palabra a los que habían llegado los gobernantes estadounidenses con los rusos tras la caída de la Unión Soviética, comenzó con la gestión de Bill Clinton, en los años 1990s. Más recientemente, el inicio de la desestabilización y de la guerra en el Donbass se dio en el 2014, y el Gobierno de Barack Obama fue central en el Golpe de Estado conocido en Occidente como «Euromaidán» y respaldado de manera masiva por los medios de comunicación dominantes en las potencias occidentales. Victoria Nuland, Portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos con Obama, participó activamente incluso visitando Kiev en medio de las protestas. Tras el Golpe de Estado, Hunter Biden, hijo de Joe Biden, se hizo de la empresa gasífera «Burisma». El mismo George Soros, magnate que es uno de los principales donantes del Partido Demócrata, encabeza una serie de organizaciones y vías de respaldo a la desestabilización y sometimiento de Ucrania a los intereses occidentales, cuestión de la que se ha enorgullecido públicamente.
En cambio, Donald Trump ha logrado mostrarse de manera crítica a la política frente al conflicto ucraniano, y a las políticas y acciones desplegadas en esta materia por la elite del Partido Demócrata. Además, ha tenido una relación de menos distancia frente a Vladimir Putin, el Presidente de la Federación Rusa. No por nada, ha mantenido de manera sostenida la idea de que, en caso de que volvía a la presidencia, acabaría con la Guerra en Ucrania, cuestión que mantuvo en sus primeras declaraciones una vez confirmada su victoria.
En la actualidad, los efectos negativos de la incursión de la OTAN en Ucrania se ven de manera notoria en el campo occidental, a la vez que la maquinaria de propaganda occidental ya no logra ocultar el escenario de triunfo de la Federación Rusa en el conflicto, tanto en su dimensión bélica en el campo de batalla, como en la dimensión económica y geopolítica: Rusia es hoy más poderosa y rica que antes del inicio de su «operación militar especial» contra Ucrania y la OTAN, y cuenta con un apoyo internacional cada día más sólido, tanto por el estrechamiento de su alianza con China, Irán, Corea del Norte, varios gobiernos de África, y el crecimiento de la pujante alianza BRICS.
8. La pérdida de influencia de los grandes medios corporativos y la elite del espectáculo
El grueso de los grandes medios de comunicación corporativos, de las elites de la farándula y el espectáculo, Hollywood, las empresas propietarias de las redes sociales y las industrias tecnológicas, están alineadas con el Partido Demócrata. Estos sectores, además, han desplegado hace años en una tendencia creciente, una política de cierre del espacio del debate público, fomentando las «políticas de la cancelación», la censura a las opiniones adversas a las «verdades oficiales», y una demonización de todo lo que resulta distinto a ellas.
Es lo que ha permitido generar la idea de que la defensa de la libertad de expresión estaba más de la manos de la candidatura de Donald Trump, que con la de Kamala Harris. Entre las redes sociales dominantes en Estados Unidos y occidente, la única que está en manos de una empresa alineada con Trump, es «X» (ex Twitter), propiedad desde hace algunos años de Elon Musk. El popular Musk, además de ser uno de los principales donantes a la campaña de Trump, participó activamente en su campaña, siendo prácticamente un animador habitual de sus actos de campaña. Mientras tanto, la red social «X» es la que ha mantenido una política de apertura al debate mayor en comparación a las que dominantes referentes alineados con el Partido Demócrata, como Meta (Facebook, Instagram, Whatsapp) y Google (Google, Youtube, etcétera).
Estas empresas, de la mano de medios de comunicación masiva, la mayor parte con el mismo alineamiento, y de empresas «verificadoras de noticias», han generado una fuerte coacción contra la pluralidad en el el debate público en variado tipo de temas, como las políticas sanitarias en pandemia, la Guerra en torno a Ucrania, las investigaciones en torno a los sucesos del 11 de septiembre de 2001, o las políticas de identidad en general, en especial, los aspectos más sensibles y polémicos de las políticas de género, en especial, las dirigidas a abordar la cuestión de las diversidades sexuales en especial de la población Trans, un tema en el que el Partido Demócrata ha asumido posturas que son vistas por significativas capas de la población como una intromisión estatal excesiva en las familias. En todas estas materias, en cambio, Trump sostiene posturas identificadas como una postura «rebelde» frente a las «verdades oficiales» y las elites.
En plena campaña, el extraordinario suceso del intento de asesinato de Donald Trump en un acto de campaña en Butler, Penssylvania, el 13 de julio de este año, mostró tal alineamiento de manera nítida. La gran parte de los medios corporativos subestimó la situación, incluso insinuando el que se tratase de un autoatentado, sin pruebas ni tampoco siquiera indicios que apuntasen en tal sentido. Tal acusación además era evidentemente poco plausible, dado los registros gráficos sobre el suceso y la herida que le provocó al ex presidente y candidato en su oreja.
El suceso confirmó la percepción de que Trump es un personaje incómodo para sectores muy importantes del «Estado Profundo» estadounidense, y de los grandes poderes que tienen en los grandes medios de comunicación un pilar fundamental de su poder.
9. La desastrosa gestión de la bajada de la nueva candidatura de Joe Biden en un marco de notorio deterioro de su salud
Las dirigencias y numerosos referentes del Partido Demócrata, y los medios de comunicación masiva alineados con este, estuvieron por largo tiempo negando las acusaciones que se habían hecho de manera creciente acerca de la vitalidad y salud del Presidente estadounidense. De hecho, estos medios corporativos estuvieron tratando como «fake news» aquellos señalamientos que apuntaban a los constantes desvaríos de Biden, el olvido de asuntos básicos de su vida (como el lugar y causa de muerte de su hijo Beau Biden en el 2015), o la pérdida del sentido de orientación. Peor aún, sus episodios de cuestionables «toqueteos» y una impropia invasividad corporal hacia menores de edad pasaron a ser un tema de habituales publicaciones y polémicas en redes sociales.
La cuestión no es para nada secundaria, habida cuenta de la necesidad de que un mandatario con ese nivel de importancia cuente con niveles básicos de salud y vitalidad para hacerse cargo del país que aún es el más poderoso del planeta. Esto además hizo recaer las miradas al entorno de Joe Biden, donde seguramente se alojaban las principales decisiones y responsabilidades de gobierno. Además de los altos cargos de gobierno, resulta notorio para observadores y analistas de la política estadounidense, que referentes como Barack Obama o Hillary Clinton, «mueven los hilos» tras la aparente jefatura de Biden.
Tal escenario se vio con claridad en la bajada de la candidatura de Joe Biden, quien no quería dejar su nuevo intento presidencial. Aparentemente, fue forzado por las elites gobernantes en los hechos en el Partido Demócrata y «su» gobierno, lo cual visibilizó el desgobierno en el partido y el gobierno «demócrata», además de la incapacidad o falta de voluntad de asumir la candidatura presidencial por parte de otros referentes del partido, como los señalados Obama o Clinton, ambos afectados por numerosas acusaciones de variado tipo, y altamente criticados por sus gestiones en los gobiernos que condujeron.
10. La identificación del «Partido Demócrata» con políticas invasivas y de reingeniería social que agreden aspectos culturales de buena parte de la ciudadanía estadounidene
Mientras que ha abandonado o relativizado su compromiso con políticas económicas y sociales efectivamente favorables para las grandes mayorías populares estadounidenses, el Partido Demócrata se ha identificado de una manera férrea con las llamadas «políticas de identidad», en una interpretación y versión de los temas a los que hace referencia (igualdad de género, formas variadas de discriminación, reivindicación de ciertos patrones culturales «posmodernos»), que es visto como algo invasivo para los valores culturales más conservadores de buena parte del pueblo estadounidense.
Junto con ello, en términos tanto ideológicos como programáticos, se ha asociado con ciertas ideas y políticas públicas que implican grados muy altos de reingeniería social e intromisión del Estado y de los poderes corporativos en la vida de las personas, incluyendo sus aspectos más personales e íntimos. Aquello encauza las críticas del polo de sectores más conservadores en contra de las políticas e identidades «woke», como asimismo la desconfianza y rechazo hacia los contenidos de la llamada «Agenda 2030» y el «globalismo».
En los temas asociados a la pandemia, por ejemplo, el ideario que impulsó fuertemente el Partido Demócrata fue de intensificación del poder de las grandes farmacéuticas, caracterizado por su estrecho lazo con altos intereses y poderes, además de institutos de investigación, universidades, y espacios de poder internacional como la Organización Mundial de la Salud, estrechamente vinculados con grandes poderes y empresas, como los que representa de manera referencial el magnate Bill Gates, o la empresa Pfizer y demás empresas de la «Big Pharma».
11. Dos anécdotas no tan secundarias: los casos de la ardilla de Nueva York y de la «leche derramada» a los Amish
Dos casos puntuales muestran un fenómeno más general acerca de las políticas que son asumidas como invasivas por significativas capas de la sociedad estadounidense.
A pocos días de la elección, se conoció el caso de un ciudadano del Estado de Nueva York al que se le habían confiscado sus mascotas: una popular ardilla con la que había hecho crecer sus cuentas en redes sociales a cientos de miles de seguidores, y un mapache. El Gobierno del Estado de Nueva York, en manos del Partido Demócrata, las requisó por el riesgo sanitario que supuestamente implicaba para el vecindario. Al conocerse masivamente el caso, y a pesar de la controversia suscitada, la administración neoyorkina decidió ejecutarlas, generando una ola de rechazo.
Otro caso. Los «Amish» son parte del paisaje cultural más conservador del país, provenientes de las corrientes de la religión protestante más tradicionales, habitantes en comunidades alejadas de las grandes ciudades, y dedicadas a actividades agrículas, ganaderas, y de carpintería. Acorde a su forma de vida que busca mantenerse alejadas de las cuestiones mundanas, se han mantenido siempre alejadas de la política, con niveles de participación electoral bajísimos.
Sin embargo, en esta ocasión la situación cambió, a partir del caso de un ciudadano amish al que la administración le confiscó su leche por no cumplir con las medidas sanitarias exigidas. Una medida que parece razonable, pero que ejecutada por una adminsitración que es vista como soberbia e invasiva de la mano de las políticas fundamentalmente lideradas por el Partido Demócrata, tuvo un notorio efecto electoral en los Estados donde existen las comunidades más grandes de los amish. Entre ellas, en el Estado de Penssylvania, uno de los Estados «bisagra» o en disputa, en los que en esta ocasión Trump ganó en prácticamente todos.