El historial del General Manuel Baquedano: Expansionismo, conservadurismo y golpismo oligárquico, y genocidio del Pueblo Mapuche

Nuevamente la figura de Manuel Baquedano en el centro de la controversia por la memoria histórica de nuestro país, a partir de la polémica que suscita la ubicación de su estatua en el epicentro simbólico de Santiago, tras el fuego prendido en en un nuevo día de manifestaciones y protesta en la Plaza de la Dignidad, ayer viernes 5 de marzo. Es la enésima vez que, desde el inicio de la revuelta popular en Octubre del 2019, el monumento es intervenido en el contexto de las movilizaciones que se mantienen hasta el día de hoy.
Numerosas dirigencias de las derechas del país, han salido a rechazar y «condenar» la acción, incluyendo un exaltado y deliberante comunicado del Ejército de Chile, que calificó de «cobardes» y «antichilenos» a quienes ejecutaron la acción, además de afirmar que se trata de «agresiones que afectan el alma nacional».
Sin embargo, la acción fue también aplaudida y festejada en redes sociales, y buena parte del país siente un rechazo no menor hacia la figura histórica del General retratado en la polémica estatua. ¿Las razones? Aquí un recuento.
La estatua de Manuel Baquedano fue instalada allí en 1928 por el entonces Presidente – Dictador Carlos Ibáñez del Campo, durante su primer gobierno (julio de 1927 a julio de 1931). Ibáñez había sido electo en unas elecciones en las que participó como único candidato, desbancando al poco poderoso presidente Emiliano Figueroa (que había sucedido a la Junta Militar que había destronado a Arturo Alessandri Palma y enviándolo al exilio), del que era su Ministro del Interior y Comandante en Jefe del cuerpo policial que el militar Ibáñez había recién creado en 1927, a partir de la fusión de la llamada «Policía Fiscal» y del «cuerpo de carabineros» que hasta entonces era una escuela militar.
Junto a la estatua de Baquedano, se ubicaron los restos de un «soldado desconocido», cuya identidad no fue determinada, símbolo de los tantos chilenos de los sectores populares que participaron en la Guerra del Pacífico. El simbolismo de Ibáñez del Campo era compartido por la elite en su momento. Con el transcurso de los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, Baquedano se había convertido en un ícono de la «historia oficial» y las elites oligárquicas del país, debido tanto a su participación en las guerras de expansión territorial hacia el Norte (invadiendo y arrebatando territorios a Perú y Bolivia en la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, y décadas más tarde en la Guerra del Pacífico), hacia el Sur (invadiendo y arrebatando el territorio del Pueblo Mapuche), como en su participación en el bando conservador en las dos guerras civiles de la década de 1850s, y en la Guerra Civil de 1891, que derrocó al Presidente constitucional José Manuel Balmaceda.
La Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana
Un repaso a estos sucesos. Baquedano nació en 1823, en una familia militar y del polo conservador que terminó siendo triunfante tras la derrota del polo liberal-federalista encabezado por el General Ramón Freire, en la Guerra Civil de 1829. En 1838 se alistó en las tropas que fueron a combatir en la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), en la que el Ejército chileno tuvo de aliado al Ejército de la «Confederación Argentina» del dictador Juan Manuel de Rosas, también conservador y autoritario, y opositor al intento de unificación de Perú y Bolivia, proyecto liderado por Andrés de Santa Cruz. Ramón Freire había sido exiliado y fue acusado de tener una alianza con Santa Cruz y el proyecto confederado, que, en la línea de reflotar la idea bolivariana de mayores grados de unidad de las nacientes repúblicas sudamericanas, también contó con las simpatías y apoyo del propio Bernardo O’Higgins, que por entonces residía en Lima.
La Revolución y Guerra Civil de 1851
En la década de 1850, en pleno período conservador autoritario, se suscitan dos guerras civiles provocadas por las insurrecciones frente a los gobiernos autoritarios y oligárquicos de entonces. La primera de ellas, la Revolución de 1851, fue detonada en el marco de la designación de Manuel Montt como sucesor de Bulnes al mando de la Presidencia de la República. Dado el verdadero monopolio unipartidista que caracterizará a todo el período, la designación de Montt como candidato sucesor del oficialismo significaba su triunfo en las elecciones censitarias y controladas. Dado esto, en abril se inician las insurrecciones de tropas, con anterioridad a las elecciones de junio. Manuel Montt hace posesión del cargo presidencial en septiembre. Los enfrentamientos durarán, de todos modos, hasta diciembre de ese año.
En resumen, la insurrección tenía por objeto impugnar las reglas del cierre político y electoral del régimen, con un carácter altamente unipartidista y autoritario tal como se había instaurado a partir de la Guerra Civil de 1829-1830 y la dictación de la Constitución de 1833, redactada de manera exclusiva y excluyente por parte del bando vencedor en la guerra. Se trataba de elecciones censitarias e indirectas (había 169 electores habilitados), y en la práctica, desde 1829 el bando liberal-federalista había sido excluido del Congreso y la conducción del Estado.
Los insurrectos tenían como base principalmente a sectores del liberalismo progresista con base en las provincias de Concepción y Coquimbo, que habían sido derrotados desde 1829 por el polo centralista de la elite santiaguina, y a sectores intelectuales inclinados al liberalismo más igualitario, como la «Sociedad de la Igualdad» de Santiago Arcos y Francisco Bilbao, u otros más moderados como José Victorino Lastarria o Benjamín Vicuña Mackenna. Estos dos últimos serán expresivos de aquellos sectores liberales que, tras ser derrotados, obtendrán una apertura en las décadas posteriores a 1860, siendo incorporados al sistema político y diversos cargos gubernamentales.
Pero en 1851, la suma de estos actores aún se enfrentaban al cerrado esquema político del régimen también señalado como «portaliano» por Diego Portales, el empresario comerciante que había obtenido un rol y lugar emblemático en la articulación política de la oligarquía chilena y del propio Estado. En términos ideológicos, este armado de poder puede calificarse un régimen conservador-liberal, de una incorporación formal y muy menor del ideario republicano y de un liberalismo retardatario y antidemocrático, plasmado en la Constitución de 1833 y la legislación fundante de la República oligárquica (el Código Civil de Andrés Bello y demases).
Se trataba, por lo demás, de una tendencia generalizada en América Latina, y en la propia Europa: las revoluciones constituyentes y las constituciones que habían logrado instalarse, lo hacían bajo un dominio elitario, autoritario y antidemocrático. En los enfrentamientos de 1851, Manuel Baquedano tuvo una participación significativa al lado de Bulnes, y en enero de 1852, a pocas semanas del fin de las hostilidades armadas, el gobierno le concede en retribución su promoción a Sargento Mayor de la escolta de gobierno.
La Revolución y Guerra Civil de 1859
A fines de la década, y re-electo Manuel Bulnes por un segundo período de 5 años más (al igual que antes de él, José Joaquín Prieto y Manuel Bulnes), el oficialismo designa para suceder a Bulnes a Antonio Varas, lo que hacía que prácticamente fuera el próximo Presidente, dadas las mencionadas cerradas y manejadas reglas políticas y electorales del régimen portaliano. Varas, ministro del Interior y Relaciones Exteriores, era referente de la «mano dura», el autoritarismo y la represión a opositores y el bajo pueblo, que era la marca del régimen.
Lo anterior detona la revuelta de sectores de la elite provinciana del norte (empoderadas por la creciente riqueza de la actividad minera), del sur, y asonadas en prácticamente todas las ciudades de medio tamaño de entonces: Copiapó, San Felipe, Valparaíso, Talca, Concepción, a partir de enero de 1859. Referente de esta insurrección fue el regidor de Copiapó, Pedro León Gallo, y Manuel Antonio Matta, quienes tras la derrota de ella, entre otros, son protagonistas de la fundación del Partido Radical. El Sargento Mayor Manuel Baquedano se había retirado del servicio activo unos años atrás para dedicarse a sus labores de latifundista en la zona de Los Ángeles, pero retoma sus funciones con ocasión de la asonada federalista y liberal-democrática. Por sus funciones a favor del gobierno y bando conservador, nuevamente es ascendido a Sargento Mayor efectivo del Ejército.
Aunque derrotada, la Revolución de 1859 produjo varias consecuencias: La renuncia de la candidatura de Antonio Varas, y un nuevo pacto de elites que termina con la etapa más ultra-conservadora iniciada en 1830 (conocida como «República Conservadora»), abriéndose paso una reforma a la Constitución de 1833 que abría, en alguna medida, el campo político a otras fuerzas además del extremismo más conservador y oligárquico.
La invasión y ocupación del territorio del Pueblo Mapuche mal llamadas como «Pacificación de la Araucanía»
Años después, en 1868, irrumpe una nueva asonada, esta vez en el Sur y del pueblo Mapuche, y encabezada por el longko José Santos Quilapán. Manuel Baquedano participa en la respuesta militar del Estado, bajo el mando de Cornelio Saavedra, en lo que se conoció como «Pacificación de la Araucanía», verdadera guerra de invasión y ocupación de los territorios que el Estado de Chile había reconocido al Pueblo Mapuche en los inicios de la República. Manuel Baquedano continúa su carrera ascendente, obteniendo sucesivos ascensos en la década de 1870.
La Guerra del Pacífico y la invasión y ocupación de territorio peruano
Se llega a la Guerra del Pacífico, en que Chile, aliado a los intereses de las empresas británicas mineras, consigue desde su inicio en 1879, sucesivos triunfos frente al bando de Perú y Bolivia. Bolivia pierde su Litoral, y se retira tempranamente de la guerra. El Ejército chileno avanza sobre territorio peruano desde 1880, y llega hasta Lima, en campañas donde Manuel Baquedano lidera como Comandante en Jefe del Ejército las batallas, el pillaje, saqueo, y masivas violaciones de derechos a la población civil de Arica, Tacna, Lima, y los poblados peruanos por donde pasaron las tropas chilenas. Particular violencia tuvo la ocupación de Lima, encabezada por Manuel Baquedano, en la que las tropas chilenas ejecutaron numerosos actos de saqueo, violaciones y asesinatos bajo su mando.
La segunda fase de la guerra contra el Pueblo Mapuche
Tras el fin de la guerra y la ocupación en Perú en abril de 1884, buena parte de las tropas regresan casi directamente a continuar la guerra expansiva del Estado de Chile, hacia el Sur, consolidando y terminando la guerra de invasión contra el Pueblo Mapuche. Esta avanzada hacia el Sur fue, además, coordinada con la campaña militar similar ejecutada al otro lado de la Cordillera de Los Andes, en lo que en la historia oficial de Argentina se conoce como «Conquista del Desierto» Convertido en un líder de la oligarquía más conservadora del país, es propuesto como posible presidenciable, pero rechaza la propuesta e ingresa al Senado de la República en 1882, cargo que detentará hasta 1894.
El Golpe de Estado contra el Gobierno de Balmaceda y la Guerra Civil de 1891
Durante la Guerra Civil a que da lugar la insurrección de la Armada, de parte del Ejército, y de la elite conservadora contra el Gobierno del Presidente José Manuel Balmaceda entre enero y agosto de 1891, a fines de este último mes, Baquedano es puesto al mando del Poder Ejecutivo bajo el título de «Jefe Accidental» por parte del Presidente Balmaceda, pero entrega el mando del Poder Ejecutivo al Vicealmirante de la Armada, Jorge Montt, quien será presidente hasta 1896. Baquedano, quien tenía a su cargo las tropas del bando vencedor en Santiago, las mantuvo en una postura pasiva frente al pillaje y saqueo de las casas de las dirigencias balmacedistas y su persecución.
De este modo, fue parte del verdadero golpe de Estado que terminó con el Gobierno de Balmaceda y su programa de reformas, consolidación estatal, y mayor tributación de las empresas mineras del Norte. Con esto, se da inicio al período de la llama «República parlamentaria» o de un parlamentarismo «a la chilena», en la que, abandonadas las ideas de reformismo que en parte tenía el Gobierno de Balmaceda, crecerá la llamada «Cuestión Social» y el malestar de las clases populares y las capas medias en los años siguientes, y donde se ejecutarán nuevas arremetidas represivas contra el movimiento popular.
En síntesis, Baquedano representa de manera referencial a la elite conservadora, autoritaria y oligárquica que, con la posterior incorporación progresiva de elementos y sectores del liberalismo más conservador, dominará la escena política chilena desde un programa conservador-liberal, oligárquico, y antipopular con poco contrapeso político hasta ya entrado el siglo XX. La ubicación de la estatua ecuestre de este referente militar y político conservador en lo que más tarde será el centro simbólico de la capital chilena, por parte del Carlos Ibáñez del Campo, es un símbolo de la «historia oficial» de las elites hasta el día de hoy.
Desde Octubre de 2019, la histórica revuelta popular ha tenido una significativa dimensión simbólica, en la que numerosos monumentos representativos de la versión oficial de la historia chilena han sido objeto de acciones que llaman la atención por el significado político e ideológico derivado del lugar que ocupan en el espacio público y la historia del país. Como señala el historiador Sergio Grez, frente a la acción de ayer viernes hacia el monumento a Baquedano en la rebautizada Plaza de la Dignidad: “Hay un cuestionamiento de las historias oficiales hegemónicas”, en el que ha habido «una des-monumentalización de facto por parte de los manifestantes en distintas ciudades del país contra distintos personajes que la masa identifica como símbolos del Estado Nación, de sus guerras civiles, internacionales, de la represión a los pueblos originarios, a los trabajadores, de la negación de la diversidad. Personajes tan variados como los conquistadores españoles o Manuel Baquedano y otro símbolos de la historia oficial fueron objetos de la furia de los manifestantes. Hay que entender las historias y memorias colectivas como un campo de luchas entre fuerzas opuestas que tratan de significar o resignificar determinados personajes, símbolos o periodos de la historia. Hay una lucha por la memoria que es constante y dinámica».
Es esa disputa por la Memoria, la que se ha expresado, nuevamente, hacia este referente de la república oligárquica, autoritaria, y militarista que el actual proceso histórico intenta superar.