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Gobierno de Trump mueve fichas hacia la negociación con Rusia y reconoce en los hechos derrota de Estados Unidos y la OTAN en guerra de Ucrania

Hoy 12 de febrero los presidentes de la Federación Rusa y de Estados Unidos, Vladimir Putin y Donald Trump, sostuvieron una conversación telefónica de una hora y media en la que abordaron los principales temas de la geopolítica mundial en la que sus respectivos países intervienen de manera protagónica. En especial, los alcances de una eventual negociación para conseguir la guerra de Ucrania entre la OTAN y Rusia, captan la atención por su crucial importancia de nivel mundial. La negociación recién parte, pero las señales públicas que hay permiten tomarse en serio un posible acuerdo. Las conversaciones directas entre Rusia y Estados Unidos dejan a los gobiernos de Zelensky y de la Unión Europea en una delicada situación, en un momento de notoria victoria rusia en el campo de batalla y la intensificación de las avanzadas rusas y pérdidas ucranianas.


Lo que se dijo por medios y voces alternativas a la versión oficial y dominante en los países occidentales y los más subordinados a sus agendas, ya es un hecho reconocido por prácticamente todos los actores importantes de la escena mundial: la Federación Rusa ha ganado la guerra de Ucrania contra el régimen de Kiev y los Estados Unidos y las potencias occidentales nucleadas militarmente en la OTAN.

El mismo triunfo de Trump es un efecto de esta deriva, producida por la desastrosa secuencia de operaciones y decisiones sobre Ucrania que tomaron, sobretodo, las altas dirigencias del Partido Demócrata estadounidense, y sus aliados en la «trama ucraniana», es decir parte significativa de las elites estadounidenses y europeas que se plegaron a la idea de tener en Ucrania una nueva avanzada de la OTAN hacia territorio ruso, y un régimen fanáticamente antiruso y proto nazi que asediara a la Federación Rusa. En lo que respecta a Europa, hoy los gobiernos y elites europeas son totalmente excluidas de las negociaciones, al igual que el actual representante del régimen impuesto en Kiev tras el Golpe de Estado de 2014 o «Euromaidán», Volodimir Zelensky, con una clara debilidad en su posición y además con su mandato presidencial ya cumplido hace rato y una anómala situación presidencia de facto y, para más remate, con la prohibición expresa en la Constitución de estarle prohibido negociar con Rusia.

Donald Trump y el «trumpismo» acumularon apoyo con su crítica a este conjunto de operaciones claramente derrotadas en el enfrentamiento bélico y geopolítico, que abarcan a una serie de altas referencias del Partido Demócrata de los últimos tiempos: Barack Obama, Joe Biden, Hillary Clinton, Victoria Nuland, John McCain, Anthony Blinken, George Soros, Hunter Biden, entre otros.

En las declaraciones realizadas vía redes sociales y en sus declaraciones públicas sobre el tema, como en las múltiples veces que ha declarado que con él «jamás esa guerra hubiera ocurrido», Donald Trump viene haciendo un reconocimiento del intervencionismo estadounidense en la situación ucraniana, su participación en el Golpe de Estado de 2014, en el fracaso de los Acuerdos de Minsk (2014, 2015), y más recientemente, en el de las negociaciones y acuerdos de Estanbul en marzo de 2022, los cuales fueron conseguidos entre representantes de los gobiernos de Ucrania y Rusia, pero que fueron bloqueados por los de Reino Unido y Estados Unidos. Nada que fuera muy oculto para cualquier observador atento, pero algo que fue sistemáticamente negado y censurado en la narrativa de los gobiernos occidentales y la prensa dominante en lo que desde Rusia se ha llamado como «Occidente colectivo».

El nuevo escenario se da, de todos modos, en un contexto en el que Rusia no se contentará con lo que ha concedido en los anteriores intentos de conseguir algún acuerdo de paz y seguridad mutua, intentos que se plasmaron en los citados Acuerdos de Minsk I y II, y en los Acuerdos de Estanbul, Turquía. Ahora, con ya casi 3 años de una guerra de enormes proporciones y desgaste y gasto de recursos, miles y miles de muertos, y un enorme esfuerzo militar, humano y económico en todos los planos, el gobierno que encabeza Vladimir Putin parece más firme en no ceder y continuar exigiendo los objetivos con los que inició lo que llamó como «operación militar especial»: la garantía de que Ucrania no entre a la OTAN, la desmilitarización y desnazificación de Ucrania.

Dada la realidad de la guerra, con una notoria y creciente victoria de Rusia en el teatro de operaciones bélico, y también a nivel geopolítico (con la irrupción de los BRICS y la continuidad del auge de China) y económico (la economía de Rusia ha seguido creciendo ante un visible estancamiento de Europa y otros países del eje atlantista como Japón), el gobierno de la Federación Rusa exigirá además el reconocimiento de la incoporación de las regiones bajo su control y anexadas por medio de referendos populares en zonas con clara mayoría de población rusa y rusoparlante (Crimea, Donetsk, Lugans, Zaporiya, Jersón, y probablemente otras).

Seguramente en esas tratativas será tema el importante control de Odessa, ciudad históricamente muy vinculada a Rusia y salida al Mar Negro de Ucrania, y lugar donde se cometió el referencial crimen masivo del Edificio de los Sindicatos de la ciudad en mayo de 2014, y el pendiente tema de la República de facto de Transnistria, en la frontera entre Ucrania y Moldavia. En estos objetivos Rusia no tiene apuros, y en el terreno de batalla sus logros crecen día a día mientras el aparato bélico ucraniano está ostensiblemente deteriorado y la idea del colapso ya se maneja aún en los medios occidentales que desde febrero de 2022 y hasta hace poco «vendían» la idea de triunfo ucraniano.

El tema de quién financiará los costos de la guerra y de la reconstrucción de las zonas devastadas en las líneas de combate y la infraestructura crítica del país, será como en toda negociación de paz, tema central de disputa. En esto, nuevamente, el gobierno de Rusia cuenta con su victoria bélica a su favor y exigirá recompensas por un escenario bélico iniciado en el 2014 y que le ha traido innumerables costos humanos y económicos. Además, los países occidentales han prácticamente secuestrado una serie de activos y bienes de propiedad del Estado de la Federación Rusa, cuya devolución seguramente también exigirá, junto a la aplicación de las Medidas Coercitivas Unilaterales o «sanciones» que Estados Unidos y occidente les impuso desde 2014 por su incorporación de Crimea a territorio ruso.

Mientras que el Gobierno de Donald Trump ya ha mostrado varias de sus cartas: exigirá el repartir los costos con los países de Europa, y también un control directo sobre las riquezas del territorio ucraniano, como las tierras raras y minerales. Un problema hay en esas pretensiones: una parte muy significativa de esas riquezas están precisamente en las regiones que ya están o que estarán probablemente bajo control ruso al fin de las negociaciones. Habida cuenta de ese escenario, es probable que Trump intente descargar la mayor parte de los costos de la guerra y la reconstrucción en Europa, sumida en una crisis de legitimidad y efectividad política creciente y que tiene en el tema de Ucrania uno de sus mayores errores y problemas actuales.

Para Europa, el desastre es completo. Ha perdido el acceso directo a energía barata de parte del gas y petróleo ruso tanto por la multiplicación de las «sanciones» contra la economía rusa (que les ha terminado afectando más que a la propia Rusia), como por el aún no esclarecido atentado contra los gasoductos Norstream 1 y 2, y el cierre del paso del gas por parte del gobierno de Zelensky, teniendo así que buscar otros proveedores entre los cuales están países que, vaya paradoja, terminan vendiéndole a Europa el mismo gas y petróleo ruso pero más caro, cobrando por la intermediación. En medio de múltiples problemas económicos y sociales, los gobiernos de buena parte de sus países han caído en el descrédito y rechazo ciudadano, varios de ellos han caído (Reino Unido, Francia, Alemania), y en varios hay un notorio crecimiento de las fuerzas políticas que proponen un fin del apoyo a Kiev y el reinicio de las relaciones con Rusia.

Para Donald Trump y su gobierno, entretanto, el tema Ucrania puede ser un primer y gran logro en política exterior, además de obtener con la detención de la «ayuda» a Ucrania una alta suma de recursos y esfuerzos que han esstado puestos en ese escenario, desde mucho antes que la invasión – operación militar rusa en Ucrania. De hecho, la política de develación, desmantalamiento y restructuración de la USAID tiene una estrecha relación con este giro en la política exterior imperial de Estados Unidos sobre Europa del Este, la órbita de la ex Unión Soviética que tanto ha intentado desestabilizar y poner a su favor, acorde a los viejos planes de división y partición del enorme territorio de la ex Unión Soviética y hoy de la Federación Rusa. Ucrania ha sido, precisamente, el principal destino de una millonada de dólares gestionada por medio de la USAID, la NED, y la suma de la red de «poder blando» que ha desplegado el poder estadounidense sobre esa región.

Para el Gobierno de Vladimir Putin y su política dirigida a la construcción de un mundo Multipolar que reestructure las coordenadas de la política y la economía internacional creadas con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial (o «Gran Guerra Patria» para los rusos), la posibilidad de un acuerdo que ponga fin a la Guerra de Ucrania resultaría una histórica victoria política y geopolítica, derrotando al gigantesco aparato de destabilización e injerencia estadounidense y occidental destinado a deteriorar y dividir a la Federación Rusa, y por cierto, al poderoso ejército ucraniano reforzado y con enormes recursos occidentales desde 2014, y desde 2022, con un abierto y colosal financiamiento que ha provocado un desangramiento de las economías de los países que le sustentan, en especial las europeas. Con la materialización de la victoria rusa, tan meritoria como costosa, ese mundo multipolar que impulsan junto al empuje de China y los BRICS, daría nuevos pasos de avance y mostrarían al mundo la fragilidad y afán traicionero de la política exterior del imperio de Estados Unidos y los gobiernos que le secundan.


Análisis de Andrián Zelaya de Ekai Center:


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