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La caída de Kabul y del conjunto de Afganistán a manos de los Talibanes. ¿Un nuevo Vietnam y derrota del imperio de Estados Unidos?

Aunque la salida estadounidense de Kabul sea susceptible de ciertas analogías con la de Saigón en Vietnam en abril de 1975, con la icónica imagen de los helicópteros rescatando a funcionarios desde las embajadas de Estados Unidos, no es tan exacto ni acertado el señalar que «Estados Unidos pierde la Guerra en Afganistán tal como la perdió en Vietnam». Los objetivos de una y otra invasión y esfuerzo bélico fueron bastante distintos, y a diferencia de la estrepitosa derrota en Vietnam, fracaso por donde se le mire, no es tan claro que lo de Afganistán sea totalmente derrota.

Mientras en el caso de Vietnam era derrotar a un nuevo foco de insurgencia popular y experiencia socialista en el marco de la disputa bipolar con la URSS y las izquierdas, en Afganistán la invasión posterior al oscurísimo episodio del 11S (una serie de hechos cuya explicación oficial es abiertamente inverosímil), tenía que ver con una serie de objetivos superpuestos y complementarios como el apuntar a un enemigo al que se le atribuyó patrocinar el «terrorismo», generar un nuevo esquema geopolítico y geomilitar a escala planetaria, dar salida a la gigantesca industria militar, poner una «cabeza de playa» en un estratégico país del Asia Central fronterizo con 6 países y vía de paso de importantes rutas extractivas (gas, petróleo), abrir paso a la doctrina de los «ataques preventivos», a la radicalización de una especie de «Estado de Excepción» permanente y omnipresente en las relaciones internacionales, tomar control sobre uno de los principales territorios productores de amapola (de donde se extrae el opio), y en suma, reafirmar la hegemonía político-militar estadounidense en tiempos en que, cambio de siglo mediante, los operadores políticos, militares e ideológicos del imperio de Estados Unidos planeaban asegurar «un nuevo siglo americano (estadounidense)».

Por su parte, muchas personas y analistas tienen interiorizada una idea tradicional de guerra en la que el objetivo es ocupar el territorio del enemigo y someterlo totalmente, pero lo cierto es que la mayor parte de las guerras contemporáneas tienen características distintas. Eso es lo que se ha intentado conceptualizar con conceptos como «guerras de cuarta generación» o de «quinta generación», las «guerras difusas» o las «guerras híbridas», entre las que los objetivos precisamente pueden coincidir con lo que el imperio de Estados Unidos efectivamente ha conseguido con su nueva invasión y ocupación de Afganistán, aún cuando esté teniendo esta poco decorosa retirada. La caotización del territorio enemigo, la descomposición social, política y cultural de la sociedad del país enemigo, la toma de control, por temporal que sea, de sus fuentes de riqueza, la generación de un foco de conflicto que da generar un escenario de operaciones bélicas para un estratosférico gasto militar, son objetivos cumplidos y «exitosos» para la clase dominante y gobierno de Estados Unidos.

Y no está para nada de más decirlo: Aquí el principal perdedor no está siendo el Gobierno y Ejército de Estados Unidos, si no que es el pueblo afgano, víctima de un nuevo crimen de lesa humanidad de parte del gobierno e imperio estadounidense, y que deja en el gobierno de Afganistán a uno de los actores más reaccionarios del mundo musulmán, el que ha sido levantado, financiado, y apoyado por las políticas emanadas de la Casa Blanca y el Pentágono.

Una historia para nada nueva ni muy sorprendente, y que ojalá, no suscite o decante en nuevas guerras, muerte y dolor para los pueblos de Afganistán, los aledaños, el mundo musulmán y el conjunto de los pueblos del Mundo.

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