¿Qué pasa en Sudán? La guerra y crisis humanitaria silenciadas por el Oro y los poderes geopolíticos que se agrava día a día

Mientras el mundo mira hacia otros conflictos, Sudán vive una de las guerras más sangrientas del siglo XXI. Desde abril de 2023, una guerra civil que enfrenta a dos antiguos aliados ha sumido al país en una crisis humanitaria de proporciones catastróficas, evidenciando cómo la lucha por recursos estratégicos y los intereses geopolíticos se imponen sobre la vida de millones. La guerra y crisis humanitaria sudanesa no puede entenderse sin considerar su dimensión internacional. Emiratos Árabes Unidos emerge como principal sostén de las RSF, siendo el destino principal del oro contrabandeado a través de Libia, Chad y Sudán del Sur, y proporcionando armas, logística y drones. Este papel protagónico responde a lo que algunos analistas denominan «subimperialismo»: la búsqueda de extracción económica, alianzas autoritarias y contrarrevolución.
Raíces de un conflicto anunciado
La crisis actual hunde sus raíces en 2019, cuando los hoy bandos rivales -el del general Abdel Fattah al-Burhan (Fuerzas Armadas de Sudán, SAF) y el de Mohamed Hamdan Dagalo «Hemedti» (Fuerzas de Apoyo Rápido, RSF)– aún estaban unidos para derrocar a Omar al-Bashir tras tres décadas de dictadura. Las protestas populares por el aumento del pan y los combustibles habían creado un clima de insurrección que los militares capitalizaron.
La posterior transición demostró ser extraordinariamente frágil. La incorporación de las RSF -herederas directas de las milicias janjawid responsables del genocidio en Darfur en el 2003- al aparato estatal generó tensiones insalvables. Esta contradicción, sumada a la posición geoestratégica de Sudán como encrucijada entre el norte de África, el Cuerno de África y el Sahel -con 700 km de costa en el Mar Rojo-, convertía al país en un polvorín.
El oro: el motor económico de la guerra
La secesión de Sudán del Sur en 2011 privó a Sudán del 95% de sus ingresos petroleros, creando un vacío económico que el oro vino a llenar. El descubrimiento de inmensos yacimientos en Jebel Amer (Darfur del Norte) y el alza global de los precios transformaron este metal en el nuevo recurso estratégico nacional.
Pero lejos de ser una bendición, el oro se convirtió en la maldición sudanesa. Su alto valor y portabilidad lo hacen ideal para financiar conflictos, intensificando la militarización de su explotación y contrabando. Hoy, controlar las rutas auríferas significa controlar el futuro del país.

La internacionalización del conflicto
La guerra sudanesa no puede entenderse sin considerar su dimensión internacional. Emiratos Árabes Unidos emerge como principal sostén de las RSF, siendo el destino principal del oro contrabandeado a través de Libia, Chad y Sudán del Sur, y proporcionando armas, logística y drones. Este papel protagónico responde a lo que algunos analistas denominan «subimperialismo»: la búsqueda de extracción económica, alianzas autoritarias y contrarrevolución de esta monarquía con su capital en Dubai.
Mientras tanto, Turquía y Arabia Saudí han jugado a varias bandas según sus intereses en el Mar Rojo, y Rusia, a través del Grupo Wagner, ha tenido presencia bajo la posición oficial del gobierno de la Federación Rusa de mantener la neutralidad ante este conflicto. Esta geometría de alianzas externas explica por qué el conflicto se perpetúa: las potencias regionales e internacionales actúan como patrocinadores, no como pacificadores.
Consecuencias: un país sacrificado
El costo humano es hoy devastador, con las siguientes estimaciones de víctimas:
- Entre 60.000 y 150.000 muertos
- 13 millones de desplazados internos
- 30 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria
- Más de la mitad de la población en riesgo de hambruna
Las RSF han sido acusadas de limpieza étnica en Darfur, utilizando la violencia sexual como arma de guerra y atacando sistemáticamente infraestructura civil. La toma de Alfashir simboliza la división práctica del país, con el control territorial fracturado entre ambas facciones.
Esta fragmentación amenaza con desestabilizar toda la región, afectando particularmente a países vecinos como Chad, Sudán del Sur y Etiopía, ya de por sí frágiles.
La lógica del despojo y el genocidio
El conflicto sudanés ejemplifica con crudeza cómo el sistema global prioriza el control de recursos estratégicos sobre las vidas humanas. El oro y el acceso al Mar Rojo convierten a Sudán en otro escenario donde se aplica la lógica de «dividir y conquistar», alimentando una economía mundial que se beneficia del caos y la extracción predatoria.
Mientras tanto, la población sudanesa queda atrapada entre dos fuegos: el de las facciones locales que luchan por el botín y el de las potencias externas que financian la guerra para controlar las rutas del oro. Una tragedia anunciada que el mundo prefiere ignorar.



