Quién fue Dick Cheney, el vicepresidente de Bush Jr., arquitecto de la guerra y genocidio en Irak y criminal de guerra que falleció en la impunidad

Este lunes 3 de noviembre falleció Dick Cheney, vicepresidente de la administración de George W. Bush y arquitecto central de las invasiones que devastaron Medio Oriente, ha fallecido sin haber sido juzgado por lo que muchos consideran crímenes contra la humanidad. Su muerte simboliza el cierre de uno de los capítulos más oscuros —y lucrativos— del imperialismo estadounidense, mientras las víctimas de dichas políticas continúan sin recibir justicia. Aquí una reseña a los crímenes de Dick Cheney y la sucesión de intervenciones y guerras que impulsó, y sus lucrativos intereses fundamentalmente relacionados con las empresas petroleras que participaron y participan del saqueo de hidrocarburos en el Asia Occidental o «Medio Oriente» hace décadas.
Dick Cheney, el arquitecto de la invasión y guerra contra Irak en el 2003
Cheney fue el principal ideólogo de la invasión de Irak en 2003, una guerra de agresión basada en la falsedad —luego admitida— de las “armas de destrucción masiva” de Saddam Hussein. Ese engaño, propagado de manera cínica por Cheney y altos funcionarios de Washington, desató una violencia que, según estimaciones del Watson Institute of Brown University señalan que además de las víctimas civiles de muerte por asesinato directo son al menos 190 mil, al incluir las muertes indirectas por colapso sanitario, desplazamiento y destrucción de infraestructuras, la cifra total de víctimas fatales supera el millón. Aunque este número no es unánime, refleja una devastación masiva que las cifras oficiales subestimaron desde un inicio.
El costo económico también fue descomunal: el proyecto Costs of War estima que Estados Unidos gastó más de 2,2 billones de dólares en Irak, suma que incluye operaciones militares y atención a veteranos, y que continúa en aumento.
Cheney no se limitó a un papel secundario: como vicepresidente, expandió los poderes de su cargo, supervisó personalmente la “guerra contra el terror” —impulsando prácticas como la detención indefinida, la tortura y la vigilancia masiva— y actuó como operador clave del gobierno de Bush.
Saqueo sistémico: Halliburton y el capitalismo del desastre
La invasión no solo buscó un cambio de régimen, sino que facilitó el saqueo organizado de los recursos de un país soberano. Después de reducir gran parte de Irak “a la edad de piedra” —dejando en 2007 al 85% de los hogares sin electricidad y al 70% sin saneamiento adecuado—, el gobierno estadounidense impulsó un proceso de privatizaciones que benefició a corporaciones extranjeras, especialmente en el sector petrolero.
Cheney, que había sido director ejecutivo de Halliburton, ejemplificó el “capitalismo del desastre”. Aunque las cifras exactas son objeto de controversia, auditorías del Pentágono revelaron que la subsidiaria de esa empresa, Kellogg, Brown & Root (KBR), obtuvo contratos sin licitación competitiva y sobrefacturó al gobierno en multimillonarios contratos.
La lógica era clara: en medio del caos, las corporaciones cercanas al poder se enriquecieron, mientras los mecanismos de transparencia fueron suspendidos bajo el pretexto de la “urgencia” bélica.
Impunidad y cinismo: el legado de un criminal de guerra
A pesar de la devastación causada, Cheney nunca mostró arrepentimiento. En entrevistas posteriores, insistió en que “tomamos las decisiones correctas”, una actitud que subraya la brecha moral entre quienes planearon la guerra y quienes la padecieron.
Quien pudo haber enfrentado a la justicia internacional por la invasión, la tortura y la expansión de poderes presidenciales, murió en libertad, evidenciando los límites del derecho internacional frente a un poder hegemónico. En el orden global actual, los arquitectos de la guerra mueren en sus camas, recibiendo honores públicos —“patriota”, “servidor público”—, mientras sus víctimas cargan de por vida con las consecuencias.
¿Y ahora qué?
La muerte de Cheney debería impulsar una revisión no solo del pasado, sino de las políticas actuales de intervención, bases militares, extractivismo corporativo y mecanismos que legitiman la injerencia estadounidense.
Para quienes creen que “la guerra terminó”, basta observar la inestabilidad permanente en Asia Occidental o «Medio Oriente», el surgimiento de nuevas insurgencias, los millones de desplazados y el continuo interés geoestratégico en la región. Como advierte la lógica del “capitalismo del desastre”, estas intervenciones no fueron anomalías: forman parte de un patrón estructural.






