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La unidad de los sectores populares, ¿quimera más allá del arcoíris? Parte 1. Por Teófilo Briceño

Por Teófilo Briceño, Centro de Estudios Francisco Bilbao

En sectores conscientes del que todavía podríamos llamar campo popular, en las fuerzas políticas que revolotean o son parte de ese “mundo” que no se conforma con el Chile que hay, se mantiene en el imaginario la necesidad de la unidad. Una unidad para cambiar la realidad, obviamente, no para administrar la clara injusticia en que vivimos.

“La fragmentación social no sirve”, se escucha vehemente y con no poca frecuencia en los pasillos de sindicatos, juntas de vecinos y organizaciones sociales. Y claro, es imprescindible dicha unidad ante el poder y capacidad que exhibe el sistema para transformarse y perpetuarse mediante nuevos rostros y discursos aparentemente superadores. Obvio diría un correligionario, pero lamentablemente la fragmentación social es algo estructural.

Todos, todas, todes, nos llenamos la boca con el discurso unitario a lo que agregamos relatos heroicos de la unidad conquistada por Luis Emilio Recabarren y posteriormente por Clotario Blest, verdaderos santos de la clase trabajadora organizada y frente a los cuales existe un respeto casi transversal o es lo que se pregona.

Unidad.

En distintos sectores sociales se apela a lo mismo, quizás cambiando un poco los personajes hombres o mujeres. Es que no ha habido conquistas sociales sin la unidad, se dice con la firmeza de un roble. Y en la izquierda, o en los restos de ella, se rememora la “Unidad Popular”, ya casi como un fetiche discursivo, un relato romántico que “hechiza”.

¿Pero, por qué no se logra?

Las respuestas que se esgrimen son variadas y muchas: predominio del sectarismo, falta de educación, pequeñez de los intereses, abundancia de caudillos locales, inexistencia de una vanguardia con claridad discursiva que conduzca a la unidad, neoanarquismo, falta de liderazgo, etc. Y lo paradojal es que precisamente aquellos que enarbolan con mayor fervor la crítica a la falta de unidad, actúan de manera opuesta a la unidad. Predomina la mentalidad del vaso medio vacío, el todo o nada. En el campo popular unidad lograda, unidad pasada.

Sostengo que la unidad no se logra porque vivimos en un mundo, una forma de vida, que impide la unidad de los de abajo. La fragmentación es algo estructural, porque el mundo impuesto es individualista, sectario. Es la forma que encontró el sistema que nos domina para asegurar su “gobernabilidad”, asegurar sus rapiñas y ganancias sobre las ganancias.

Los sujetos populares que conocíamos ya no existen; pero si las injusticias. Las fórmulas unitarias de cambio real que aplicamos en antaño ya no son viables, porque para ser viables tenemos que vivir de otra manera, desarrollar un “pegamento social” que permita la unidad, el discurso y acción centralizada ha perdido su encanto: ya no calienta a nadie.

Aquí algunas reflexiones del por qué NO es posible la unidad popular que conocimos antes.

Todos los elementos son un aspecto del todo. Una mirada desde un ángulo distinto, pero de lo mismo. Vemos, desde donde estamos posicionados.

1.- Neoliberalismo. El elemento principal, condición, determinación o como queramos definirlo, es el modo de producción, el sistema de relaciones sociales del neoliberalismo. El cómo vivimos nos formatea, nos condiciona. Es un modo de vida lleno de contradicciones, pero está integrado en nosotros, en nuestra identidad actual, ya no solo en el subconsciente, que se vuelve consciente -pasa a dominar nuestra biología- que también es una producción histórico cultural (estamos todos guatones). Un mundo que está hecho para la fragmentación social, para que prime el individualismo.

¿Por qué las organizaciones sociales serían inmunes a ello? De hecho, la realidad muestra que no lo son. Un sistema donde lo social no resulta atractivo, donde la comunidad se destruyó y junto con ella el lazo vital, la argamasa que nos unía socialmente.

El modo de trabajo y de consumo, tiene un poder sobre nosotros y la forma se convierte en causa. Todos estamos contaminados y el antivirus contra el individualismo enfermizo y enfermante no lo hemos encontrado, ni siquiera reflexionamos la dimensión que conlleva.

2.- Individualismo tecnológico. El desarrollo tecnológico, sobre todo el del consumo actual, está pensado en función del individualismo, de matar la comunidad y de convertir la relación social en algo casi imaginario. Ya no tiene mucho sentido la relación humana pensada en vivencias colectivas (¿qué es lo real, preguntará esa gran filósofa chilena, Elba Lazo?). Somos autosuficientes como individuos y ya no necesitamos interactuar más allá de lo estrictamente necesario. Nuestro refugio está en nuestro interior, solos.

Hoy puedes vivir en el ciberespacio y alcanzar allí la plena realización. Es como en la película Matrix, cuando se ofrece la posibilidad de elegir una pastilla roja, que permite al sujeto conocer el mundo real, y otra de color azul, que lo mantiene en una realidad artificial. Constatamos que la mayoría elije la azul.

En Japón se está llegando al extremo de que la gente vive sola/aislada, y en Chile, el corazón del neoliberalismo, nos acercamos a ese mundo unitario, de absoluta soledad. Tratar de sacar a un niño, joven o adulto joven de sus juegos tecnológicos, de sus avatares, es casi imposible. Incluso se podría acusar violencia. Permanecer conectado en solitario ya es casi un derecho humano del que no se puede privar a la persona.

La realidad cambió, está siendo remplazada por la realidad virtual. Si tenemos un mundo virtual, donde eres el rey o la reina, ¿para qué quieres ser un peón en lo social, aunque sea lo real? Ya somos simples pilas de energía del sistema. Pero el mundo imaginario (Parra), no es cualquier mundo, en este caso es el mundo donde el Homo Sapiens es sustituido por el Homo Emoticón.

Y las “Instrucciones para dar cuerda al reloj”, preclaro poema de Julio Cortázar, son ahora perfectamente reemplazables por un glorioso IPhone (la versión posmoderna del Yoyo negro de Coca Cola) o hasta por el más humilde teléfono celular.

3.- Un país de enfermos mentales. Chile es el reino de los desequilibrados mentales. Es que para soportar esta realidad tenemos que vivir empastillados o “terapeados”.

Los nuevos gendarmes del sistema, en el plano de la libertad (pues también está el plano de la prisión), son los sicólogos, los siquiatras, los magos del coaching, etc., quienes nos tienen que equilibrar-conformar para seguir siendo productivos, y para eso deben construir en nuestras mentes relatos justificativos de la vida, para que la anomia social no sea total. Producen una especie de “efecto agüita de tilo”, un verdadero té relajante frente a la injusticia permanente.

Pensemos que les otorgamos a ellos un pleno poder sobre nosotros, porque nos reconocemos desequilibrados y necesitamos ayuda. Sus terapias nos salvan, o al menos nos pueden llevar a locuras hermosas en mundos inexistentes, en definitiva, nos manipulan, son los nuevos chamanes, curas o encargados de cuadros.

Imaginemos entonces que ese mismo poder que le otorgamos a estos brujos modernos, que pueden jugar con nuestra emociones y miedos, se lo entregamos ahora, sin condiciones, a los que manejan la tecnología de las redes sociales, a los propietarios de un planeta de la realidad virtual.

A “internet” le contamos nuestros secretos más íntimos, nuestros gustos y emociones, hasta nos masturbamos frente a la pantalla… Ya tienen un perfil profundo de nuestro estado mental actual y es cosa que el sistema estimule nuestras psiquis para que, ya sin cultura de lectura, nos hallamos presos de lo instantáneo, de lo inmediato, donde todo es desechable, presos de un goce ficticio. Los que están detrás de la realidad virtual, en el mundo real, son los dioses de estos tiempos, nos pueden “masajear” nuestras neuronas para que inconscientemente nos comportemos como ellos quieren (neurociencia).

Por un lado nos queda el consumo como salida, (consumo, luego existo, decían algunos, consumir hasta morirnos, como una bulimia nerviosa) y por otro lado, la explosión social, que es sacar la rabia acumulada para que venga la tranquilidad productiva, es como cuando uno va al terapeuta y lo primero que te pide es que saques toda tu “energía negativa”, para luego trabajar sobre esa materia prima un poco más limpia, desintoxicada de enojo y que somos nosotros ya “terapeados”.

Algo de eso explica la revuelta social, lo que definí en su momento como “guasonismo”, una indignación sin horizonte de una nueva sociedad. Una verdadera rabieta colectiva que, por distintas razones, comenzando por la incapacidad dirigente, no alcanzó a tener un horizonte maduro al cual enrumbarse y arribar para alcanzar un verdadero cambio social.

4.- Del marxismo colectivista al liberalismo progre o neoanarquismo. A finales de los 80, el pensamiento marxista, con muchas variantes, “cuerdas y alocadas”, era hegemónico en las capas directivas del movimiento social, y por tanto del mundo popular. Era una hegemonía de ideas construida en decenas de años de lucha popular, y donde los partidos de clase tenían un peso específico significativo.

Pero ya en la década de los 90, década maldita a mi juicio, con la maduración del neo-liberalismo concertacionista y el predominio mundial en occidente de los capitalistas neoliberales, esa hegemonía fue desplazada por el liberalismo progre y por lo que podríamos llamar de manera laxa neo-anarquismo.

La degradación de luchadores sociales, referentes populares en distintos niveles, ayudó a esta tendencia. También lo fue, la razonable decisión de la revolución cubana -para poder sobrevivir- de no seguir apoyando a los movimientos más radicales de la región.

El modo de vida neo-liberal, el individualismo tecnológico, los desequilibrios mentales y el desplazamiento del marxismo como pensamiento hegemónico en el mundo popular, explican en buena parte el por qué no se consigue la unidad deseada.

Por mil aristas-razones, lo colectivo, lo comunitario, salvo en la resistencia de sectores del pueblo Mapuche, fue remplazado por lo individual y en consecuencia, se derivó en el abandono de la lucha por el poder central, característica importante en el movimiento popular anterior.

Vivir de otra manera dentro del mismo sistema y en lucha contra él, es condición necesaria para la unidad deseada porque se necesita una fuerte cohesión para derrotar a lo que nos oprime. La coordinación es efímera y por si sola no sirve para un proyecto liberador.

El poder corrompe, es una idea que caló en muchos, una creencia ya pre-formateada por la siquis neoliberal, y que tiene como consecuencia que en la lucha contra la evidente injusticia y sin sentido de la vida actual, únicamente es posible una resistencia individual, heroica, pero en solitario.

Una resistencia despojada de esperanza, donde predomine la rabia como forma de “venganza”, que admite incluso la validez de la horda de disconformes, pero donde la organización centralizada ya no tiene sentido. Hablamos de la muerte práctica del leninismo.

En la población (categoría distinta a mundo popular), esto se expresa en que todos los políticos son iguales y por ende los distintos proyectos de cambio ya no son posibles o mejor dicho creíbles, al final todos son lo mismo y buscan el interés personal. Comprar “voluntades”, incluso votos, es más fácil. En el mundo líquido, el individuo neoliberal busca “oportunidades de negocios”, lo demás no importa.

Creo haber expuesto algunos puntos centrales, si bien no únicos, del por qué no es posible la unidad en el campo popular e incluso revolucionario. Algunos dirán que siempre fue así, que la construcción de la unidad es un camino difícil de recorrer. Pero lo aterrador es ¿para qué?, si ya los sujetos populares no le encuentran sentido, pues el sistema los estimuló para que crean que viven en libertad y que son dueños de su futuro. La pantalla luminosa frente a sus rostros les hace creer así, y con ella son felices. El capitalismo produjo falsas necesidades, ¿por qué falsas, preguntaría nuevamente la filósofa Elba Lazo? y ofreció como satisfacerlas.

Somos una sociedad parecida en su forma de vida a EE.UU., donde el circo y el prostíbulo siempre fueron atractivos para sujetos (literalmente sujetos) cada vez más vaciados de contenidos valóricos o éticos. Si hubiese un plebiscito en el Chile de hoy, millones votarían por ser una colonia gringa o que el dólar reemplazara al peso chileno. Eso es colonización.

Continuará…..

Febrero, desde el corazón del neoliberalismo

Por Teófilo Briceño. Fuente: Centro de Estudios Francisco Bilbao

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