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«The New York Times» reconoce haberse sumado a acusación falsa sobre fraude electoral en Bolivia

La artmaña ya es conocida y repetida: Desde ciertos medios «prestigiosos y serios» y de nivel internacional, se propagan ideas, «noticias», e «informaciones» que luego son replicadas por cientos y hasta miles de medios menores, en una red mediática y comunicacional que termina por «construir verdades» en la opinión pública de los distintos países. Como, además, nos encontramos ante hechos cuyas trayectorias y desenlaces dependen fuertemente de los relatos que se forman en torno a ellos, las «noticias» e «informaciones» terminan por verificarse, en una especie de profecía autocumplida. La «gran prensa» se alinea en torno a una información, esta información termina por ser creída por amplias franjas de personas, y esa creencia termina por legitimar ciertos cursos de acción y decisiones de los actores que tienen algún poder sobre los hechos.

Y luego, tiempo después, si es que el plan comienza a descubrirse y los velos y «cortinas de humo» lanzadas ya ceden el paso a la verdad o grados mayores de veracidad, esos mismos medios de comunicación que fueron partícipes centrales de esa trama «real» e «informativa» a la vez, termimnan rectificando la falsa información que dieron en un inicio. La operación a veces termina en un círculo perfecto: Parte del público le reconoce, aplaude, y difunde a esos mismos medios por «la primicia» de decir aquello que, por otra parte, numerosos actores y medios de comunicación alternativa, independiente o popular, dieron ya tiempo atrás. Se termina así aplaudiendo o halagando a los medios que, con mentira y/o negligencia, difundieron una mentira, tergiversación, manipulación, y/o distorsión de los hechos.

Esta vez, le toca nuevamente al tan influyente y supuestamente «confaible» medio estadounidense «The New York Times». El tema en esta ocasión: La caída del Gobierno de Evo Morales y el Movimiento Al Socialismo en Bolivia, y en particular, las acusaciones de fraude electoral de las elecciones de fines del año pasado.

Resulta que The New York Times publica el domingo 7 de junio de 2020 una nota titulada: «Una elección amarga. Acusaciones de fraude. Y, ahora, una reconsideración». En ella se reconoce, en ciertas partes con no poca ambigüedad y de manera poco directa, que las acusaciones de fraude electoral que levantó la oposición boliviana y la OEA de Luis Almagro, finalmente no tenían asidero alguno.

El reconocimiento, tal como otros similares realizados en ocasiones anteriores (Ver «El día en que The New York Times reconoció entregar «información errónea» sobre «armas de destrucción masiva» en Irak», o «Tras 14 días, New York Times reconoce montaje mediático sobre la falsa «ayuda humanitaria» a Venezuela»), se hace como si The New York Times fuera un mero espectador o informador neutral sobre los sucesos. Una falacia.

Pues para que las acusaciones de este tipo se abran paso como cuestiones legítimas y verídicas, al punto tal de justificar y hacer posible una intervención externa abierta (en este caso, capitaneada por el tan derechista Secretario General de la OEA, Luis Almagro) y una acción policial – militar desestabiliadora y finalmente golpista, la acción de estos medios de comunicación es crucial. Medios como The New York Times (NYT) son centrales en esa red «informativa», pues sus notas son comentadas luego por una innumerable cantidad de medios «menores» que se alinean con su pauta y línea editorial.

Y resulta que, tratándose de las recientes elecciones en Bolivia y el desenlace de los hechos a los que dio lugar, el NYT divulgó una serie de artículos «informativos» y columnas de opinión donde se formulaba la idea sin matices de un fraude electoral ejecutado por el Gobierno de Evo Morales. Y es más, toda la línea informativa ponía esto en el marco de un proceso de descomposición institucional y tendencia de Evo Morales hacia un «autoritarismo», la «ambición» personal, y la «tiranía» política. Obviamente, entre las columnas de opinión, si bien hubo reconocimientos parciales a los históricos logros del ciclo de gobiernos que encabezó el Movimiento Al Socialismo, la línea general es de una rotunda crítica hacia ellos, usando además su caída, para repetir la dura oposición hacia las fuerzas de izquierdas y progresistas de nuestra América, idea que constituye una de las matrices de opinión que el medio estadounidense repite en su abordaje a los diversos temas y países de la región.

Aquí a continuación, una recopilación de estos textos publicados en The New York Times entre octubre y diciembre del 2019 sobre el escenario boliviano y latinoamericano:

«Evo, no más trucos», Sylvia Colombo, brasileña, 29 de octubre de 2019.

Aunque reconozca logros a la gestión gubernamental encabezada por el Movimiento Al Socialismo, Colombo inclina sus juicios en contra de Evo Morales: «En su afán de permanecer en el poder en Bolivia, Evo Morales ya ha engañado a la democracia tres veces: en 2014, 2016 y este año. Aunque cada contorsión al Estado de derecho es grave, acaso su más reciente acto de prestidigitación sea el que termine de esculpir el tipo de estatua que se erigirá de Evo en los años por venir: la del primer presidente indígena de la América Latina del siglo XXI o la del tirano».

Concluye: «Morales ha erosionado sistemáticamente las instituciones democráticas. La justicia está subordinada a sus designios, las obras se contratan sin transparencia y la prensa independiente fue asfixiada».

«Latinoamérica reclama igualdad y democracia», Jorge G. Castañeda, 11 de noviembre.

«El líder socialista Evo Morales anunció el mes pasado que había ganado la reelección en Bolivia y tendría un cuarto mandato, como consecuencia de una manipulación electoral y una violación a la constitución que él mismo redactó y había ratificado mediante un referéndum. Sin embargo, las sucesivas manifestaciones que reclamaban un fraude electoral, una auditoría internacional de las elecciones que concluyó que los comisionas no habían sido democráticos y el llamado del ejército para que el presidente boliviano renunciara, lo obligaron a dejar el cargo».

«‘Es para toda la vida’: cómo la ambición de Morales contribuyó a su caída», por Ernesto Londoño, 12 de noviembre de 2019

«[S]u victoria desencadenó una tempestad de protestas y enfrentamientos violentos en medio de cada vez más pruebas de irregularidades electorales» (…) «El derrocamiento dramático del dirigente boliviano el 10 de noviembre, luego de que los militares lo abandonaran en medio de un levantamiento popular desencadenado por las elecciones ensombrecidas por señalamientos de fraude el mes pasado, fue un acontecimiento ignominioso para la era de los dirigentes de izquierda».

«Tristes lecciones de Bolivia», de Javier Corrales, 18 de noviembre de 2019

«Para los demócratas liberales que lamentan la erosión democrática en todo el mundo, el colapso del gobierno de Evo Morales —el 10 de noviembre— en Bolivia ofrece un rayo de esperanza. Al menos se pudieron implementar controles, de manera efectiva, contra un gobierno que trató de acabar con todos los controles que había. Esa es la buena noticia».

A continuación (¿habría que agradecer?), se hace un reconocimiento parcial: «La mala noticia es que el contrapeso que se necesitaba para contener a ese gobierno no fue tan limpio como uno esperaría. En el proceso hubo resistencia civil e intimidación militar; manifestaciones pacíficas pero también unas radicales y oportunistas».

«Con Morales, Bolivia estaba experimentando lo que puede denominarse un retroceso democrático, un proceso mediante el cual una democracia gradualmente adquiere características autoritarias, sin convertirse enteramente en una dictadura en toda la extensión de la palabra, pero socavando significativamente los pesos y contrapesos, así como el pluralismo».

«Algunos la consideraron un golpe de Estado, incluso si el gobierno se lo había buscado. Para otros, más que un golpe, esta fue una decisión de los militares para evitar un golpe de Estado contra los manifestantes. El ejército, que había permanecido neutral, se había alineado de facto con un gobierno que estaba violando la democracia y, peor aún, reprimiendo a la oposición. Para sorpresa de todos, Morales renunció y culpó de ello al ejército, entre otros grupos, de su decisión. Muchos estuvieron de acuerdo: muerte por golpe de Estado».

El autor insinúa que con el Golpe de Estado se camine al menos hacia una «semiemocracia», contrapuesta al «autoritarismo de izquierda» que opone como enemigo en su relato. Y concluye: «Es posible que necesitemos hacer frente a esta triste idea: para arreglar una semidemocracia no siempre se siguen los estrictos manuales democráticos. Esto causa desesperación y podría conducir a una sana resistencia, pero esa resistencia a su vez puede provocar respuestas antidemocráticas. La posibilidad de que haya una escalada es alta, al igual que el riesgo de la participación militar. Lo mejor que se puede esperar es que el ejército se ponga del lado de los civiles moderados, las normas democráticas y el orden constitucional».

Resulta al menos curioso que tras acusar al Gobierno de Evo Morales de monopolizar los poderes y hacer una radical degradación de la democracia y las instituciones y terminar con el pluralismo, se tenga que terminar el relato con una contradictoria constatación: Los militares le dieron la espalda a Morales, y por eso cayó.

«Golpes, contragolpes y recontragolpes», del venezolano Alberto Barrera Tyszka, 24 de noviembre de 2019

«En medio de esta marea, sin embargo, ha tenido un éxito importante: logró salir de un agujero, donde estaba condenado a explicar un fraude, y saltar al relato épico donde vuelve a ser un pobre indígena cocalero, víctima de una conspiración blanca y universal. Abandonó la política y se refugió en la telenovela».

«Los excesos narrativos siempre enturbian el cuento. Que Luis Almagro, el secretario general de la OEA, se comporte a veces como un predicador religioso, no implica que los 36 técnicos de la OEA que auditaron el proceso electoral boliviano sean una secta ciega al servicio de los oscuros intereses de Estados Unidos. Así como tampoco que Daniel Ortega y Nicolás Maduro —ambos en el poder después de elecciones igualmente fraudulentas— cuestionen “el golpe” en Bolivia implica que el proceso haya sido transparente y esté apegado a las leyes. Hay que dejar de pensar y de vivir la historia en términos de las Cruzadas. El sábado 16 de noviembre, Juan Guaidó, líder de la oposición venezolana, culminó una manifestación popular convidando a los presentes a marchar hasta la embajada de Bolivia. Como si la confusa situación boliviana pudiera funcionar de alguna manera en el contexto de la exhausta batalla por la democracia en Venezuela. La invitación parecía, más bien, una acción desesperada por encontrar algún milagro para resucitar la esperanza».

«Fraude electoral ayudó a Evo Morales, concluye Panel Internacional» (Election Fraud Aided Evo Morales, International Panel Concludes), 5 de diciembre.

Comentarios finales

Como se señalaba al inicio de esta nota, tal forma de operatoria mediática – comunicacional constituye una de las armas políticas más usadas y de mayor poder y alcance en cuanto a construir matrices de opinión, opiniones, imaginarios políticos y líneas informativas en la actualidad. Se trata de una «construcción de realidad» apoyada fuertemente en lo que dicen o no dicen los medios de prensa y comunicación dominantes, a los cuales previamente se les ha dado cierto prestigio y manto de «seriedad» y veracidad.

Y no se trata de decir que nunca digan la verdad o que no informen nada en absoluto, si no que algo distinto, mucho más sutil y complejo, que es lo que les da tanto poder e influencia ideológica y mediática. Estos medios, altamente entrelazados con los grandes poderes políticos, económicos, y financieros que los sostienen y financian, pueden señalar verdades y pueden informar cuestiones verídicas, forjando una legitimidad y una credibilidad que luego es utilizada en los escenarios políticos más candentes y estratégicos.

Es por eso que develar, mostrar, y denunciar sus formas de operar, mostrando sus falacias e inconsistencias, se vuelve tan importante, a la vez que, para las y los actores que anhelamos una realidad distinta, y una transformación favorable a los intereses, necesidades y anhelos populares, se hace patente la crucial tarea de construir nuestro propio poder mediático, informativo y comunicacional.

 
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