La revuelta traicionada: seis años después. Por Luis Mesina

Por Luis Mesina. Fuente: Le Monde Diplomatique.
Cuando las autoridades del transporte público anunciaron que el pasaje del Metro de Santiago y el Transantiago subirían sus tarifas en hora punta a $830 a contar del domingo 6 de octubre de 2019, jamás imaginaron que esa decisión gatillaría una de las revueltas populares más intensas de las que se tenga memoria en la historia de Chile.
A pesar de que la tarifa para los estudiantes se mantendría sin alteraciones, fueron los secundarios los que abrieron el camino a la movilización nacional. Comenzaron con la evasión en algunas estaciones que rápidamente se extendieron por casi toda la red del Metro. El día 15 de octubre las evasiones ya no solo eran de los estudiantes, sino que se sumaban trabajadores cuya paciencia ante tanto abuso e impunidad resultaba imposible seguir tolerando.
Había que salir a protestar, a expresarse con toda la rabia retenida ante un modelo económico que segregaba de manera obscena la sociedad chilena, ubicando a nuestro país como uno de los con mayor desigualdad en la región. No solo eso, el pueblo por primera vez después de décadas, comenzó a reivindicar su identidad, la palabra pueblo, mutilada por la tiranía en los 70, encontró sentido en el discurso de millones que salieron a las calles. Era el pueblo contra la oligarquía expresada de mil formas: los trabajadores y trabajadoras contra los abusadores; los pueblos originarios contra el Estado opresor; las mujeres contra el patriarcado; los ecologistas en defensa del agua contra las forestales y mineras. En síntesis, “El pueblo de Chile” se puso de pie y salió a cuestionar un sistema fundado en la injusticia, impunidad y desigualdad y, por supuesto, cuestionó a quienes conducían las instituciones del Estado: los partidos políticos.
“No eran 30 pesos, sino 30 años” fue la consigna que encerraba una crítica demoledora a la “clase política”. Crítica que llevaba una década enarbolada por los estudiantes universitarios y sus dirigentes, y apuntaba directamente a cuestionar el modelo económico y político impulsado por los gobiernos post dictadura. Los blancos mayores de ese cuestionamiento, sin duda eran Lagos y Bachelet, sindicados como los mayores responsables de consolidar un Estado subsidiario en detrimento de un Estado Social de Derechos.
Al calor de ese relato crítico surgieron los líderes estudiantiles que hoy nos gobiernan. Lograron capturar la simpatía de cientos de miles que se sentían traicionados y huérfanos de representación y detestaban la “vieja política”, esa de los acuerdos espurios alcanzada por fuera de las instituciones tradicionales, más conocida como la “cocina” en que se destacó como cocinero mayor el Senador Andrés Zaldívar y los hermanos Fontaine.
Hace seis años se abrió, después de tres décadas, la posibilidad de cambiar Chile y acabar con el neoliberalismo instalado en dictadura y consolidado por los gobiernos de la Concertación y la Nueva Mayoría.
La movilización chilena si bien tuvo mucho espontaneísmo, estuvo precedida por más de una década de intensas jornadas de movilización de los estudiantes que exigían poner fin al CAE y restituir una educación laica y gratuita; por los millones que salieron a exigir en todo el país el fin de las AFP; por las mujeres que lograron representar a millones exigiendo justicia y respuestas a sus derechos; por los profesores y profesoras que en el mes de junio de ese mismo año, iniciaron una de las paralizaciones más grandes y extensas de la historia que se mantuvo por más de siete semanas.
A seis años de ese acontecimiento, el poder político que fue cuestionado enérgicamente se ha recompuesto. Incluso, ha ganado mayores adherentes, ha corrido los límites incorporando a viejas y nuevas fuerzas políticas: al PC y al Frente Amplio. El relato discursivo cuestionador de los jóvenes que prometían “cambiar el mundo” y acabar con las injusticias fue morigerado al comienzo, luego abandonado para abrazar y reivindicar a los mismos políticos duramente criticados en años anteriores.
A seis años, el balance es desolador
Las demandas estudiantiles no fueron satisfechas y el poder organizacional alcanzado fruto de la lucha estudiantil, hoy enfrenta el desánimo de miles de estudiantes que aún no se reponen de la traición a sus sueños, al punto que las faltas de quórum hacen imposible constituir dirigencias legítimas. La demanda por acabar con el abuso de las AFP y el negocio de las pensiones fue traicionada, se consolidó el sistema privado haciendo más compleja la restitución de la Seguridad Social. Igual ocurrió con la salud, el negocio privado de la salud que manejan las isapres fue salvado trasladando los costos a los usuarios y la salud pública se debate entre la precariedad más extrema. La educación sufre una de las peores pesadillas con el profesorado desdeñado por las autoridades incapaces de encontrar el camino hacia una educación pública pertinente y acorde a la era tecnológica. El déficit habitacional provoca estragos en miles de familias, que han engrosado los campamentos con el riesgo de sufrir la represión en los desalojos.
Lo más grave a seis años, es que el modelo de negocios basado en el mercado de los derechos sociales se ha consolidado.
Y la tragedia, es que la derecha ha instalado sin que exista un verdadero contrapeso, el discurso del odio que deslegitima no solo los derechos sociales más elementales, sino que, ha instalado la criminalización de la protesta social, reescribiendo la historia funcional a sus intereses.
Lo más grave a seis años, es que el gobierno encabezado por Gabriel Boric, que prometió acabar con las injusticias, hoy tiene a cuatro candidatos de derecha disputando la primera magistratura. Eso jamás había ocurrido, lo que expresa de manera indiscutible que tanto ayer como hoy, las mayorías están completamente desamparadas. Se ha consolidado el modelo de la mano de quienes ayer lo condenaban haciendo más complejo el camino para acabar con el abuso y restituir los derechos demandados por las mayorías.
A seis años el panorama es deprimente; pero no imposible de cambiar. Al igual que en muchos periodos de nuestra historia, los de abajo, los que viven de su esfuerzo lograran detener el abuso y encaminar las cosas en la dirección correcta. Las condiciones materiales del actual sistema, tarde o temprano empujaran a que el pueblo que se levantó hace seis años, nuevamente se ponga de pie y ponga en el centro de la discusión política sus intereses acabando de paso, con la injusticia y la desigualdad.
Por Luis Mesina. Fuente: Le Monde Diplomatique.