Un mundo policéntrico sólo será posible con la intervención de la “sexta gran potencia”. Por Paris Yeros

Por Paris Yeros (Universidad Federal del ABC (UFABC), Brasil. Fuente: Agrarian South (Red Agraria del Sur)
El imperialismo colectivo de la Tríada (EE.UU.-UE-Japón) surgió después de la Segunda Guerra Mundial bajo la égida de Estados Unidos para dar coherencia estratégica a la expansión del capitalismo monopolista contra el Este socialista y el Sur emergente. Su objetivo era hacer frente a la resistencia sin precedentes que presentaban al capitalismo monopolista tanto el sistema soviético, que había salido victorioso contra el nazismo, como el Tercer Mundo, que estaba en vías de descolonización. Esta contradicción fue la esencia de la rivalidad sistémica de la Guerra Fría. Sus orígenes se encuentran precisamente en los dos grandes acontecimientos antiimperialistas del siglo XX: la revolución socialista y la descolonización general.
Se dice que el período de posguerra creó un sistema «bipolar» entre Oriente y Occidente. En realidad, el conflicto fue mucho mayor. Consistió en una contradicción sistémica entre el imperialismo y todas las fuerzas antiimperialistas, no sólo las que provenían de Oriente. Es más, en esta contradicción, la esencia del conflicto, incluso entre Oriente y Occidente, pronto pasó a girar en torno a las fuerzas de liberación nacional de los pueblos del Tercer Mundo. Es decir, las luchas de liberación nacional se convirtieron en la principal fuerza motriz de la rivalidad sistémica de posguerra. Encontraron en la Unión Soviética un contrapeso sistémico al imperialismo, si no un apoyo directo, mientras que el propio conflicto Este-Oeste ganó su dinamismo en las luchas de liberación en las periferias. No es casualidad que el mayor enfrentamiento nuclear de la Guerra Fría se produjera a causa de la revolución cubana.
También se decía que Occidente “ganó” la Guerra Fría. En los años 90, los neoliberales en su euforia llegaron a postular el “fin de la historia”, mientras sus alter egos “realistas” contemplaban las formas y los medios de consolidar un mundo “unipolar”. Uno de sus logros fue imponer sus términos en nuestro debate, difundiendo no sólo teorías neoliberales y culturalistas, sino también teorías de la “polaridad” y de la “geopolítica”, entre otras, tomadas de la ciencia política norteamericana, sin relación con la teoría del imperialismo de tradición marxista-leninista. La presente intervención busca aportar algunas aclaraciones sobre estos conceptos.
Es cierto que los términos de polaridad ya han sido apropiados por las fuerzas antiimperialistas para ocupar un lugar central en nuestras reflexiones. Sin embargo, todavía es necesario clarificarlos y adaptarlos si queremos seguir utilizando esos conceptos, ya que en su forma original están lejos de nuestros propósitos. Sobre todo, el énfasis analítico en las “grandes potencias” desvía la atención de lo que Marx había llamado la “sexta gran potencia”, el poder revolucionario popular. Tampoco aclara los desafíos del desarrollo global que enfrentan los países periféricos, que hoy, más que nunca, requieren que sus relaciones económicas externas se subordinen al poder de la soberanía popular.
El término más preciso para definir la ansiada transición sería, en nuestra opinión, el de “policentrismo”, que postula una multiplicidad de centros en los que los países y regiones del Sur pueden emprender caminos de desarrollo soberano y popular, es decir, “desvincularse” de la ley del valor dominada por el imperialismo. Pero, al fin y al cabo, sea cual sea la preferencia terminológica, lo que realmente importa es el contenido del análisis.
¿Quién ganó la Guerra Fría?
La teoría de la polaridad sobrevivió hasta el período posterior a la Guerra Fría, cuando se planteó un «momento unipolar». Sin embargo, no es posible sostener que en esa transición hubo una clara victoria de Occidente. El capitalismo monopolista no salió indemne de la Guerra Fría. Ya estaba en crisis permanente, desde mediados de los años 60, debido a su propia lógica contradictoria y sobre todo a su conflicto con el Este y el Sur. Occidente salió gravemente herido de la Guerra Fría.
Lo que ocurrió a partir de los años 1970 fue un intento retrógrado de rescatar la dominación imperialista. La financiarización, la redolarización a través del mercado petrolero, nuevas oleadas de exportaciones de capital, la escalada militar y los saltos tecnológicos relanzaron el imperialismo colectivo. Ciertamente, esta venganza empujó al sistema soviético más allá de sus límites y al mismo tiempo consolidó la transición neocolonial de los países del Sur. Sería más apropiado ver en esta fase tardía del neocolonialismo un largo impasse en la transición sistémica, ya que las contradicciones fundamentales del capitalismo monopolista nunca se resolvieron; y la financiarización, las exportaciones de capital y la militarización, a pesar de los saltos tecnológicos involucrados, se han convertido en elementos de una decadencia secular.
Así, el balance neto no fue enteramente favorable al imperialismo. A pesar de haber sellado la transición neocolonial en la mayor parte del Tercer Mundo, con la notable excepción de China, el relanzamiento del imperialismo colectivo no revirtió la descolonización, es decir, no logró derribar el sistema generalizado de soberanía nacional alcanzado por los pueblos del Tercer Mundo con la ayuda de la Unión Soviética. Incluso después de casi medio siglo de neoliberalismo, el régimen no ha sido suprimido ni superado.
Ciertamente, hay una degradación del régimen de soberanía nacional en las periferias, resultado de la constante agresión imperialista y de una profunda polarización social, que se manifiesta especialmente en el crecimiento gigantesco de las reservas de mano de obra, generando fuerzas neofascistas al interior de los países e incluso conduciendo a nuevas situaciones semicoloniales en una serie de países que han sucumbido a la invasión imperialista y a la fragmentación territorial. Sin embargo, vale la pena subrayar una vez más que el régimen general de soberanía nacional no ha sido derrocado hasta el día de hoy, y esto es una victoria sacrosanta para los pueblos del Sur.
El fin de la Guerra Fría tampoco puso fin al movimiento comunista, pese al desmoronamiento y desmembramiento de la Unión Soviética. El movimiento comunista retrocedió, pero también experimentó transformaciones hasta el punto de dar un salto económico espectacular, sobre todo en China, así como importantes innovaciones en Cuba bajo el peso del bloqueo económico. La pregunta obvia puede volver a plantearse: ¿es posible todavía hoy decir que Occidente ganó la Guerra Fría?
Sería más preciso decir que el impasse del neocolonialismo tardío está siendo socavado por el renovado avance de las fuerzas antiimperialistas, que esta vez encuentran un contrapeso sistémico en la propia China. Incluso hoy no se justifica un enfoque analítico centrado en las «grandes potencias». Por un lado, el nacionalismo en las periferias se ha radicalizado y, por el otro, la trayectoria de China sigue estando estrechamente vinculada al Tercer Mundo. El futuro de China dependerá del carácter de esta relación.
A lo largo de este impasse sistémico, la alianza transatlántica mantuvo su cohesión efectiva y su insistencia en el expansionismo y la agresión, dado que el único propósito de la OTAN siempre fue la destrucción de los obstáculos al capitalismo monopolista. La alianza expandió sus operaciones hacia África y Asia, devoró Europa del Este y siguió amenazando con el desmembramiento de Rusia. Pero internamente, la misma lógica monopolista, una vez financiarizada y generalizada, provocó el estancamiento de los salarios y erosionó la política de pleno empleo, deshaciendo los pactos sociales y los pilares materiales del experimento socialdemócrata. En tales condiciones, el retorno al fascismo era una cuestión de tiempo, a ambos lados del Atlántico. ¡Incluso hay quienes creían que el neofascismo crearía una crisis en la propia OTAN, que la llegada de Trump pondría en jaque su esencia liberal! Pero el liberalismo nunca fue la razón de ser de la OTAN, sino más bien la generalización del capitalismo monopolista.
La reanudación de la Guerra Fría
Las contradicciones sistémicas que llevaron al largo impasse del neocolonialismo tardío se están intensificando ahora. Si el surgimiento de China es la fuerza que más aprovechó la decadencia del imperialismo colectivo y socavó la infraestructura económica del sistema neocolonial, la confrontación violenta de la OTAN con Rusia en Ucrania y el genocidio en Palestina constituyen un punto de inflexión.
Rusia, como principal heredera de la Unión Soviética –que integra gran parte de su territorio, su gente y su memoria, y se beneficia de su capacidad tecnológica, recursos energéticos y energía nuclear– siguió presentando obstáculos al expansionismo de la OTAN. El foco de la disputa volvió a Ucrania, que siempre ha tenido un valor estratégico superior en los designios de la OTAN, como lo fue antes del ejército nazi. La transformación de Ucrania en la punta de lanza del imperialismo era cuestión de tiempo.
La instrumentalización de Ucrania por parte de la OTAN no fue nada más que un ejercicio de soberanía. La soberanía nacional es, ante todo, una fórmula antiimperialista para el ejercicio del poder popular. La instrumentalización de Ucrania mediante un golpe de Estado, la promoción de fuerzas neonazis en el aparato estatal, su tutela por parte del aparato militar de la OTAN y el lanzamiento de una guerra contra las minorías étnicas rusas en el este del país, en el Donbás, fue un acto de liquidación de la soberanía. Ucrania se sumió en una situación semicolonial simulada, sin ser ocupada y dividida directamente, pero sin embargo reprogramada para lanzar una guerra contra sí misma y apuntar las armas hacia Rusia. En semejante situación, cualquier intento de incorporar el país a la OTAN, con tropas y misiles en la frontera, era obviamente un casus belli para Rusia. Rusia tenía derecho a intervenir.
La intervención se ha llevado a cabo contra un Eje OTAN-Neonazi consolidado. En los últimos dos años se ha librado una guerra horrorosa a costa del pueblo ucraniano y de la juventud de ambos bandos reclutada en el esfuerzo bélico. Lejos de sus supuestos ideales liberales, la OTAN ha demostrado una vez más que no tiene reparos en apoyar a las fuerzas nazis fuera de sus fronteras, cueste lo que cueste, y patrocinar guerras en el extranjero, aumentando sistemáticamente las apuestas con asignaciones presupuestarias cada vez mayores y transferencias de armamento pesado a Ucrania. La OTAN también duplicó el tamaño de su frontera terrestre con Rusia debido a la entrada de Finlandia en la alianza en abril de este año. Se ha formado de nuevo un frente extenso contra Rusia, con una ideología supremacista. La capacidad de la OTAN para la provocación y la escalada del conflicto es siempre un hecho, incluso si actualmente hay un agotamiento evidente con la guerra.
Cabe añadir que esta guerra es también una trágica advertencia sobre lo que ocurre cuando un país más vulnerable es incapaz de sostener una política de no alineamiento positivo hacia Estados que son más capaces de defender sus intereses estratégicos. Después de todo, ésta fue la lección histórica más importante del Movimiento de Bandung: la razón del no alineamiento fue precisamente la preservación de los Estados más pequeños contra su propia incineración en una lucha entre las potencias más grandes.
Si esta guerra en Ucrania es una prolongación de la dimensión Este-Oeste de la Guerra Fría, la guerra en Palestina, que estalló de nuevo en octubre de este año, es la esencia del mismo conflicto Norte-Sur, que sigue vigente. Se trata de una situación clásica de colonialismo de asentamiento patrocinado por el imperialismo, una de las últimas cuestiones coloniales no resueltas del siglo pasado y la más importante para la transición sistémica en el siglo XXI. El Estado sionista nunca dejó de cumplir sus funciones esenciales, que son dominar a los pueblos de la región, degradar su soberanía y controlar los recursos energéticos y las rutas comerciales.
El genocidio que se está produciendo contra el pueblo palestino es una prueba evidente de la barbarie del imperialismo colectivo encabezado por Estados Unidos y de la naturaleza fascista de sus designios estratégicos. Estamos asistiendo a una limpieza étnica declarada contra un pueblo bajo ocupación, perpetrada por el Estado sionista y apoyada por Estados Unidos y la Unión Europea. Dieciséis mil palestinos han muerto en los dos meses transcurridos desde el 7 de octubre, de los cuales el 40 por ciento han sido niños, y otros cuarenta mil han resultado heridos en los bombardeos. Si todavía quedaba alguna duda sobre el carácter civilizacional de Occidente, ya se ha convertido en polvo con los bombardeos de Gaza.
Esta tragedia es también una demostración de cómo evolucionará a partir de ahora la llamada «transición multipolar»: mientras las potencias semiperiféricas buscan jugar en todas las direcciones en el tablero de ajedrez, en un nuevo fenómeno de «multialineamiento», los trabajadores del Tercer Mundo, atrapados y asfixiados en las reservas de trabajo, se rebelarán y forzarán la transición sistémica hacia adelante.
Cabe añadir que la única posibilidad de que se produzcan grietas en el seno de la OTAN es la implosión de uno o más gobiernos bajo presión popular. No podemos descartar esta posibilidad en nuestros días, aunque el proletariado occidental todavía carece de organización y de conciencia histórica. Pero la dinámica neoliberal-neofascista dirigida por los monopolios en el interior de los espacios nacionales se ha apoderado desde hace tiempo de toda la región y la ha colocado en una senda de decadencia y polarización social que también alimentará las revueltas.
Además, la marginación de las comunidades inmigrantes de origen africano y asiático añade un factor crucial a las revueltas. Las recientes manifestaciones masivas contra el genocidio palestino han puesto en muchos casos a las comunidades oprimidas racialmente en el primer plano de la dinámica política. Estas fisuras se profundizarán. El matiz ideológico exacto de las grietas sigue siendo impredecible, y sabemos que el fascismo siempre está al acecho en cada giro de los acontecimientos. Pero en el siglo XXI el curso de esta disputa ya no está predeterminado.
Desafíos de la transición sistémica
Las fisuras a nivel mundial son más maduras. La infraestructura del régimen neocolonial se está desmoronando bajo el peso de la crisis permanente del imperialismo y la aparición de China. En los últimos veinte años, la economía mundial ha evolucionado hacia un modelo de comercio totalmente nuevo cuyo centro hoy es China, país que es el principal socio comercial de la gran mayoría de los países del mundo. China es también una enorme fuente de financiación, que el propio Occidente absorbe para mantenerse.
En este contexto, también es destacable el papel de la resistencia económica por parte de Rusia, que además de bloquear el avance militar de la OTAN, enfrentó con éxito el régimen unilateral de sanciones, salvaguardando su moneda y estableciendo nuevas alianzas comerciales. Además, las fuertes sanciones impuestas a Rusia y la confiscación de 300.000 millones de dólares de sus reservas reforzaron la convergencia de Rusia con China e Irán. Una asociación estratégica de este tipo presenta hoy nuevas posibilidades para las transacciones económicas y el comercio del petróleo fuera del dólar y de Wall Street, es decir, fuera de los mecanismos operativos del régimen unilateral de sanciones. Las grietas prometen ampliar cada vez más el espacio de maniobra para el Tercer Mundo e incluso para las revueltas populares.
Sin embargo, conviene hacer una salvedad: salvo un colapso financiero repentino de Wall Street, que tampoco puede descartarse dado el grado de endeudamiento, el camino hacia un sistema monetario y financiero alternativo sigue siendo largo. Esto se aplica a la iniciativa BRICS, liderada por China, que teóricamente tiene el potencial de desplazar aún más la corrección de fuerzas. Pero el futuro de los BRICS dependerá del grado de cohesión de un grupo de países cuyos sistemas políticos, en su mayoría, siguen siendo impredecibles o poco fiables en términos estratégicos, que al mismo tiempo mantienen estrechas relaciones económicas y/o militares con el imperialismo, en esta fase de «multialineamiento». Su postura internacional aún carece de la convicción necesaria para sostener un avance robusto contra las estructuras económicas de dominación neocolonial. Este es el caso de la mayoría de los miembros, a saber, Arabia Saudita, Argentina, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos, India y el propio Brasil.
Si se juzga por la estructura neocolonial aún vigente en esta fase del imperialismo, el nuevo mundo policéntrico –comúnmente llamado “multipolar”– aún no ha tomado forma, aunque está en camino. Cualquiera sea la conveniencia terminológica, vale la pena subrayar que el término “policentrismo” concierne no sólo a la distribución de un conjunto de capacidades militares, económicas y de otro tipo, sino a la capacidad de los países y regiones de desconectarse de la ley mundial del valor dominada por el imperialismo y construir una vía de desarrollo autocentrado, soberano y popular.
La construcción de un mundo policéntrico, en los términos aquí planteados, presupone una evaluación más precisa del conjunto de desafíos que prevalecen en esta crisis permanente. En los términos aquí planteados, la transición sistémica aún está en sus inicios; y la contradicción principal sigue siendo la misma entre el imperialismo y los trabajadores del Tercer Mundo. Sin embargo, la contradicción principal ha adquirido nuevos contornos a medida que la crisis del capitalismo monopolista ha seguido profundizándose, y consiste en los siguientes elementos.
(a) La expansión masiva de las reservas de trabajo en la economía mundial y su concentración en las periferias del sistema, configurando formaciones sociales históricamente distintas y perdurables que presentan desafíos inéditos debido a la gravedad de la crisis de reproducción social que convulsiona a los trabajadores.
(b) La concentración y, al mismo tiempo, la absorción cada vez más apretada de las burguesías periféricas en los sistemas globales de valores bajo el mando del capital monopolista-financiero, aunque con cambios en las orientaciones comerciales hacia China y, en algunos contextos, en pleno proceso de radicalización antiimperialista y de sanciones unilaterales, el surgimiento de fracciones burguesas patrióticas asociadas a incentivos estatales (China, Rusia, Irán, Yemen, Zimbabwe, Venezuela, etc.).
(c) el surgimiento de China en el terreno económico propio de la Tríada, es decir, en el comercio, las finanzas y la tecnología, y además, la integración económica de todo el mundo en la trayectoria de China.
(d) La aceleración del calentamiento global y los fenómenos climáticos extremos y especialmente catastróficos en los trópicos, precisamente donde se concentran las reservas de mano de obra.
(e) La inauguración de una larga era marcada por presiones insurreccionales permanentes, que emanan de la ya profunda polarización social, donde nuevamente se concentran las reservas laborales.
(f) La escalada militar generalizada de Occidente, ampliando su presencia militar en todo el mundo, articulando nuevas alianzas y alcanzando un nuevo nivel de hostilidades, llegando incluso a establecer un enfrentamiento en las fronteras de un miembro del Consejo de Seguridad de la ONU y promoviendo ahora, sin ninguna restricción moral, un genocidio contra el pueblo palestino.
Si el policentrismo no se consolida a tiempo, lo que realmente estará en la agenda del siglo XXI es un genocidio en serie contra los pueblos trabajadores de África, Asia, América Latina y el Caribe, que enfrentan una crisis existencial.
No hay otra transición que la del socialismo
La construcción de un mundo policéntrico, que sin duda será un largo camino, implica sobre todo la construcción del propio socialismo. Y en esta construcción sería obvio fijarse en China y en su liderazgo. Sin embargo, es necesario analizar los límites de la propia China, sobre todo en el contexto de la intensificación de la contradicción sistémica.
Por un lado, China aprovechó innovaciones institucionales en su sistema de planificación central que la protegieron de los peores efectos de la ley mundial del valor, creando condiciones para su propio camino de desarrollo. A pesar de las amplias concesiones al capitalismo, es el país que sorteó los desafíos de la transformación económica con más claridad, innovación y agilidad, sin renunciar a las ganancias sustantivas de la Revolución de 1949, especialmente en su cuestión agraria. Además, demostró que el capitalismo solo puede funcionar en beneficio de la gente de las periferias bajo el control de un Partido Comunista. Después de todo, ese fue siempre el sentido de la acumulación primitiva socialista.
Sin embargo, una de las mayores interrogantes que enfrenta esta singular trayectoria socialista es el futuro de sus relaciones económicas con las periferias. Como se ha producido una nueva ronda de acumulación socialista primitiva, hoy tiene una dimensión global, como nunca antes habíamos visto. Vale la pena recordar que la Unión Soviética no tenía relaciones económicas sustanciales con la mayor parte del Tercer Mundo, con las notables excepciones de la India, China y Egipto durante un tiempo, y Cuba hasta el final. El camino que tomará esta nueva relación económica mundial es crucial para la transición policéntrica.
Lo máximo que se puede esperar de China es que siga haciendo circular sus excedentes a través de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta, que construya infraestructuras nuevas y modernas, que comparta tecnologías avanzadas y que plante semillas para la industrialización periférica. Pero nada de esto será suficiente para enfrentar los desafíos que enfrenta hoy el Tercer Mundo. China no desplazará la ley mundial del valor hasta el punto de favorecer una industrialización periférica capitalista generalizada, ni suprimirá la ley del valor fuera de sus fronteras produciendo servicios públicos en el auge de la actual crisis de reproducción social.
En las condiciones actuales, la transición policéntrica no dependerá de China, sino de nosotros, de nuestra insurgencia, de nuestra capacidad para cambiar la correlación de fuerzas. La salvación no viene de fuera, como tampoco vino de fuera durante la Guerra Fría del siglo pasado.
Tomar el camino del policentrismo significa cosas muy concretas: absorber en condiciones de vida y de trabajo decentes las enormes reservas de mano de obra concentradas en el Tercer Mundo; estabilizar y equilibrar, económica, social y políticamente, las relaciones campo-ciudad mediante reformas agrarias radicales; planificar una industrialización soberana, tanto rural como urbana, sin miedo a desmantelar y recomponer los sistemas de producción; y enfrentar el cambio climático en diferentes niveles de acción pero especialmente a través de nuevas formas de propiedad socialista para establecer una nueva relación entre economía y naturaleza.
El cambio de las relaciones de poder a escala nacional y regional en las periferias sigue siendo crucial para la transición sistémica general. Y el plazo no es menos crucial: la transición debe producirse, en esencia, a mediados del siglo XXI, si se quiere evitar el crecimiento catastrófico de las reservas de mano de obra y las peores consecuencias del calentamiento global.
¿Hay otra medida de la transición al policentrismo que no sea la transición al socialismo? Ya nos encontramos en una situación mundial prerrevolucionaria, bajo una presión insurreccional permanente en las periferias, que ya no se puede ignorar. Vale la pena recordar, en este sentido, las palabras de Marx en un momento en que las «cinco grandes potencias» competían por el poder en el continente europeo y en ultramar: lo que realmente importa, afirmó Marx, es la «sexta gran potencia». En sus palabras, escritas en febrero de 1854:
«[…] No hay que olvidar que en Europa hay una sexta potencia que, en determinados momentos, afirma su supremacía sobre el conjunto de las cinco llamadas «grandes» potencias y las hace temblar, a todas y cada una de ellas. Esa potencia es la Revolución. Silenciosa y retirada durante mucho tiempo, la crisis comercial y la escasez de alimentos la vuelven a llamar a la acción.»
Por Paris Yeros (Universidad Federal del ABC (UFABC), Brasil. Fuente: Agrarian South (Red Agraria del Sur)