El protagonismo de las mujeres en la Revolución Rusa y el nacimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS

Aprovechando la conmemoración del 150° aniversario del nacimiento de Vladimir Ilich Lenin, y continuando con una serie de materiales sobre su obra y la Revolución Rusa, compartimos acá un par de textos sobre una arista en general poco conocida del proceso revolucionario que dio vida a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, y las políticas que a partir de su triunfo comenzó a diseñar e implementar el Gobierno revolucionario: el rol de las mujeres.
La imagen con la que encabezamos esta nota, es una manifestación contra la guerra por parte de las obreras de la fábrica de Putilov, Petrogrado, 2 de febrero de 1917.

Lenin: «Sin ellas no habríamos ganado». Por Ángel Ferrero
El papel de las mujeres, que ocupaban un alto porcentaje de la clase trabajadora, fue imprescindible para el triunfo de la Revolución rusa y la caída del zarismo. Los líderes bolcheviques se enorgullecían de ser pioneros en políticas de género.
Marzo da el pistoletazo de salida a los actos del centenario de la Revolución rusa. En la revolución de marzo (febrero, según el calendario juliano), el hastío por la guerra y la carestía condujo a una revuelta social marcada por manifestaciones, motines y tumultos que finalmente forzaron la abdicación del zar Nicolás II y el establecimiento de un gobierno provisional, cuyo poder, sin embargo, compartía de facto con el Consejo de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado, más conocido como Soviet de Petrogrado.
En un reciente artículo para Sin Permiso, el sindicalista Miguel Salas ha destacado el papel de las mujeres en estos hechos. Entre las exposiciones que se celebrarán este año con motivo del centenario, el diario Kommersantlistaba el pasado 13 de febrero la de “Las mujeres y la revolución”. Su comisaria, Aleksandra Smirnova, se ha propuesto mostrar el papel de las mujeres “más destacadas” en aquellos sucesos. “La historia de la revolución ha sido escrita sobre todo por hombres, pero en 1917 las mujeres recibieron la igualdad de derechos y el derecho a voto”, recordaba.
La revolución de febero y las mujeres
La Revolución de febrero arrancó como un eco de la Comuna de París. Rusia se encontraba en un estado de caos. Como ha afirmado el historiador británico A.J.P. Taylor, “un sistema anticuado sucumbió bajo el esfuerzo bélico de librar una guerra moderna”. La necesidad de abastecer a un ejército mal pertrechado en el frente, el funcionamiento irregular de las vías ferroviarias y la corrupción y las estructuras ineficaces del viejo régimen dieron el peor resultado posible: los alimentos no llegaban ni a los soldados ni a los civiles. Como sucedió en París décadas atrás, a las protestas contra la carestía del pan y el sistema de racionamiento en marzo de 1917, al frente de las cuales se encontraban las mujeres de Petrogado, se sumaron los reservistas y los soldados y marinos destacados en la ciudad.
El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las mujeres de Petrogrado salieron a las calles a demandar igualdad de derechos, el sufragio universal y el fin de la autocracia. “En febrero de 1917, el 47% de la clase obrera de Petrogrado eran mujeres. Muchos hombres estaban en el frente”, recuerda Miguel Salas. “Las obreras eran mayoría en la industria textil, del cuero y del caucho, y numerosas en oficios que antes habían tenido vedados: los tranvías, las imprentas o la industria metalúrgica, donde había unas 20.000. Las obreras eran también madres: debían garantizar el pan de sus hijos. Y, antes de ir a la fábrica, hacían interminables colas (unas 40 horas semanales) para conseguir algo de comida, acampando durante la noche, en pleno invierno ruso”.
Unos 50.000 trabajadores respondieron a sus llamadas a manifestarse y declarar la huelga. Las protestas se sucedieron durante semanas, sin que la represión lograse aplacarlas. Antes que disparar a los manifestantes, algunos de los soldados prefirieron fusilar a sus oficiales y unirse a los motines. “A la exigencia de ‘Pan’ se le unen las consignas de ‘Abajo el zar’ y ‘Abajo la guerra’. Grandes manifestaciones se dirigen hacia el centro de la ciudad”, explica Salas al indicar que “la policía ha levantado los puentes que separan los barrios obreros del centro, pero el río Neva todavía está helado y miles de huelguistas se atreven a cruzarlo”.
Según el testimonio de un obrero llamado Iliá Mitrofánovich Gordienko, al aparecer los temidos cosacos “las obreras tomaron la iniciativa, rodearon a los cosacos con una compacta cadena humana. Gritaban: “Nuestros esposos, padres y hermanos están en el frente”. “Y aquí soportamos el hambre, la carga de trabajo, los insultos, las humillaciones y los abusos. Ustedes también tienen madres, esposas, hermanas e hijos, ¡exigimos pan y el fin de la guerra!”.
Los oficiales, temiendo la influencia de la agitación sobre los cosacos, dieron una orden. Los cosacos se prepararon. Todos corrieron a cubrirse, agarrando piedras o piezas de metal, listos para lanzarlos. Sin embargo, los cosacos cabalgaron, pasaron sin atacarnos; luego dieron media vuelta y regresaron. Las masas los saludaron con gritos de “¡Viva!”, pese a que el corazón no podía creerlo y la mente dictaba precaución”.
El 12 de marzo, los manifestantes, sin una aparente dirección política, habían logrado incendiar varios edificios administrativos y arrancar los símbolos del zarismo, controlar los depósitos de municiones y liberar a los prisioneros capturados. Ante la gravedad de la situación, el Consejo de Ministros, reunido en pleno, presentó su dimisión. Mientras diputados progresistas de la Duma organizaban un comité provisional, los partidos socialistas, siguiendo la tradición revolucionaria de 1905, creaban un consejo de diputados obreros y soldados. El poder, sea como fuere, ya no estaba en el trono, y el 15 de marzo, el zar Nicolás II, por consejo del jefe del ejército y dos diputados de la Duma, abdicó. En una frágil alianza con el Soviet de Petrogrado, el comité provisional creó un gobierno provisional cuyo fin era convocar una asamblea constituyente y decidir el futuro sistema de Rusia. Nunca llegó a cumplir su cometido.

Los bolcheviques y las mujeres
Según el testimonio de Clara Zetkin, los bolcheviques concedían mucha importancia a lo que entonces se denominaba “la cuestión de la mujer”, aunque en los años anteriores a la revolución se negaron a crear organizaciones específicas dentro de su partido por temor a alentar divisiones en la unidad de la clase trabajadora. Los hechos de 1917 corrigieron definitivamente ese error. “En Petrogrado, aquí en Moscú, en otras ciudades y centros industriales las mujeres actuaron espléndidamente durante la revolución. Sin ellas no habríamos salido victoriosos. Apenas. Ésa es mi opinión. ¡Qué valientes fueron y qué valientes son!”, comentaba Lenin durante una conversación con Zetkin.
“La mujer obrera representa un gran papel en el acercamiento entre los obreros y los soldados”, señalaba por su parte Trotsky, para quien la mujer, “más audazmente que el hombre, penetra en las filas de los soldados, coge con sus manos los fusiles, implora, casi ordena: ‘Desviad las bayonetas y venid con nosotros’.” Ante esto, seguía, “los soldados se conmueven, se avergüenzan, se miran inquietos, vacilan; uno de ellos se decide: las bayonetas desaparecen, las filas se abren, estremece el aire un hurra entusiasta y agradecido; los soldados se ven rodeados de gente que discute, increpa e incita: la revolución ha dado otro paso hacia adelante.”
En su entrevista con Zetkin, Lenin destacaba la importancia de crear organizaciones propias dentro del movimiento obrero así como de facilitar la incorporación de la mujer al mundo del trabajo y la política. “Es importante para las mujeres y el mundo: demuestra la capacidad de las mujeres, el enorme valor que su trabajo tiene en la sociedad”, aseguraba. “Muy pocos hombres, incluso en el proletariado, se dan cuenta de cuántos esfuerzos y problemas podrían ahorrar a las mujeres, e incluso eliminar, si prestasen ayuda en el ‘trabajo femenino’ [doméstico]”.
Estas organizaciones, a juicio de Lenin, no habían de ser “un intento de apaciguar a las mujeres con reformas y desviarlas del camino de la lucha revolucionaria […] Nuestras demandas son conclusiones prácticas que hemos deducido de las necesidades urgentes, de la vergonzosa humillación de las mujeres en la sociedad burguesa, indefensas y sin derechos.”
Lenin creía, eso sí, que la movilización había de incardinarse en la cuestión social y bajo el liderazgo de los comunistas, y en su intercambio con Zetkin criticaba las tendencias intelectuales de la época en este debate en Europa central y occidental. “La extensión de las hipótesis freudianas parece ‘educada’, e incluso científica, pero es ignorante, torpe”, afirmaba el autor de ¿Qué hacer?. “La teoría freudiana es una moda moderna. Desconfío de las teorías sexuales de artículos, disertaciones, panfletos, etcétera […] Por salvaje y revolucionario que su comportamiento pueda ser, en el fondo es bastante burgués. Es principalmente un hobby de intelectuales y de los sectores próximos a ellos. […] Las grandes cuestiones sociales aparecen como adjuntas, una parte, de los problemas sexuales. Lo principal se convierte en subsidiario. No sólo se arriesga la claridad de la propia cuestión, sino que confunde los pensamientos, la conciencia de clase de las mujeres de clase trabajadora.”
El patriarcado también era considerado un problema por parte de los bolcheviques: “Debemos erradicar la vieja idea del viejo ‘dueño y señor’ hasta su última raíz, por pequeña que sea, en el partido y entre las masas. Ésa es una nuestras tareas políticas, así como la urgentemente necesaria tarea de formar una plantilla de camaradas, hombres y mujeres, entrenados en la teoría y en la práctica, para desarrollar la actividad del partido entre las mujeres trabajadoras”.

“Las leyes más avanzadas del mundo”
El programa bolchevique, en palabras de Lenin, consistía en abolir “todo lo que tortura y oprime a la mujer trabajadora, al ama de casa, a la campesina, a la esposa del tendero, sí, y en muchos casos a la mujer de las clases propietarias”.
El poder soviético, aseguraba el dirigente bolchevique en su entrevista a Zetkin, era pionero en políticas de género. “Estamos llevando a las mujeres a la economía social, la legislación y el gobierno”, afirmaba. “Todas las instituciones educativas les están abiertas para que puedan incrementar sus capacidades profesionales y sociales. Estamos estableciendo cocinas comunales y comedores públicos, lavanderías y tiendas de reparaciones, guarderías, hogares para niños, instituciones educativas de todo tipo. En suma, estamos haciendo seriamente efectiva la demanda de nuestro programa de la transferencia de las funciones económicas y educativas del hogar a la sociedad”.
Lenin se enorgullecía de tener las leyes “para mujeres trabajadoras más avanzadas del mundo”. En octubre de 1918 la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (RSFSR) legalizó el divorcio y el aborto, despenalizó el adulterio y la homosexualidad con la abolición del cógido penal zarista y reconoció a las mujeres igualdad de derechos en la esfera política y laboral, así como en el matrimonio, y también el permiso de maternidad, la gratuidad del cuidado de los niños y medidas para la protección en el trabajo para las mujeres embarazadas. Según la legislación zarista, como recuerda Miguel Salas, “la mujer debía ‘obedecer a su marido como cabeza de familia, ser amante y respetuosa…‘; no podía tener pasaporte o trabajar sin el consentimiento del marido; el divorcio estaba en manos de la Iglesia, o sea, prácticamente no existía; el marido se convertía incluso en dueño de cualquier herencia que recibiera la mujer; en las fábricas, las mujeres debían soportar jornadas agotadoras cobrando menos que los hombres y sin ninguna protección por la maternidad. En el campo, la situación aún era peor, la mujer campesina era casi una esclava, del trabajo y del hogar».
En la región de Asia Central, de mayoría musulmana, se llevó a cabo una campaña llamada ‘judzhum’ (“ofensiva”, en árabe) para la escolarización y alfabetización de las mujeres y en contra del velo islámico, de la que se conservan algunas fotografías de quemas públicas. En 1921 las autoridades soviéticas de Turkmenistán, por ejemplo, elevaron la edad de matrimonio a 16 y 18 años para mujeres y hombres respectivamente, y prohibieron los matrimonios infantiles, los matrimonios forzados y la poligamia. La campaña encontró una fuerte oposición local: según cifras oficiales, unas 300 delegadas de Zhenotdel ─el departamento de mujeres del Secretariado del Comité Central del partido─ fueron asesinadas en la región de Asia Central sólo en el año 1929.

Según Aleksandra Kolontái, los cambios experimentados en la Rusia soviética iban más allá de sus fronteras. “Ahora podemos encontrar a la nueva mujer en todas partes, en cualquier rincón del mundo”, escribía en un artículo titulado ¿Qué ha hecho la Revolución de Octubre por las mujeres en Occidente?‘. “La nueva mujer es un fenómeno de masas, con la excepción, quizá, de las mujeres en los países semicoloniales y coloniales, donde el desarrollo de las fuerzas productivas está impedido por el dominio depredador de los imperialistas”, escribía. Sin embargo, añadía Kolontái, “incluso allí, dada la lucha por la autodeterminación nacional y contra el imperialismo, la nueva mujer está siendo moldeada en el proceso mismo de lucha”. Y apostillaba: “Es imposible tener éxito en la lucha entre grupos sociales y clases sin la cooperación de las mujeres.”
“En todas partes, en todo país la actividad política de las mujeres ha mostrado un crecimiento sin precedentes en la última década”, proseguía. “Las mujeres están convirtiéndose en miembros del gobierno (Bang en Dinamarca, ministra de Educación; Margaret Bondfield, en el gabinete de Ramsay McDonald en el Reino Unido), están entrando en el cuerpo diplomático y convirtiéndose en la fuerza que inspira grandes movimientos revolucionarios (como, por ejemplo, Sun Tsin-lin, la esposa de Sun Yat-sen). Las mujeres están aprendiendo a dirigir departamentos, a estar al cargo de organizaciones económicas, a guiar la política”. “¿Hubiera sido esto posible sin la Gran Revolución de Octubre?”, se preguntaba Kolontái. Retóricamente, claro.
Por: Ángel Ferrero. Fuente: Diario Publico (España)

Febrero 1917: Las mujeres inician la revolución. Por Miguel Salas. Fuente: Sin Permiso.
Al avanzar juntas, bajo la bella luz del día,
Mil oscuras cocinas, mil lúgubres fábricas
Se alumbran con el esplendor de un rayo de luz,
Porque la gente nos oye cantar: “Pan y Rosas, Pan y Rosas”
James Oppenheimer. Poesía inspirada en la huelga de obreras textiles en 1912 en Lawrence, Massachussetts).
Entre las diversas complejidades de la revolución rusa, una consiste en llamar revolución de febrero a lo que en realidad empezó el 8 de marzo. Bajo el zarismo, Rusia mantenía el calendario juliano, que difería en 13 días del calendario occidental. Así que, mientras en España amanecía un 23 de febrero, en Rusia era 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer. Parece que ese día amaneció frío y soleado. Uno de los temas de conversación en el Petrogrado burgués era el estreno en el teatro Alexandrinskii de la obra teatral Mascarada,dirigida por Meyerhold (autor y director teatral que se unirá a la revolución y que ejercerá una gran influencia en el teatro del siglo XX). En los barrios obreros las preocupaciones eran muy diferentes. A mediados de enero comenzó a faltar el pan; en febrero, Petrogradorecibió apenas la mitad de lo percibido en diciembre, y en el resto de Rusia la situación no era mejor. Desde el inicio de la guerra el precio del carbón se había quintuplicado y los alimentos multiplicado por siete. El pan se había convertido en la comida principal y casi única. La policía política, la Ojrana, tiene los ojos bien abiertos y advierte: “Los niños se mueren de hambre en el sentido más literal de la palabra”. Otro informante escribe: “Si hay una revolución, será una revuelta del hambre”. “Un abismo se abre entre las masas y el gobierno”, advertía otro agente.
Para el 8 de marzo no estaban previstas grandes acciones, más allá del reparto de octavillas y alguna asamblea. El primer Día de la Mujer en Rusia fue conmemorado el 3 de marzo de 1913. En 1914, cuando se instituyó el 8 de marzo, las organizadoras cayeron presas y no hubo convocatoria. Los años siguientes, en plena guerra imperialista, la conmemoración no tuvo una especial importancia. Nadie había previsto que ese día las mujeres obreras iniciaran la revolución.
En febrero de 1917, el 47 por ciento de la clase obrera de Petrogrado eran mujeres. Muchos hombres estaban en el frente. Las obreras eran mayoría en la industria textil, del cuero y del caucho, y numerosas en oficios que antes habían tenido vedados: los tranvías, las imprentas o la industria metalúrgica, donde había unas 20.000. Las obreras eran también madres: debían garantizar el pan de sus hijos. Y, antes de ir a la fábrica, hacían interminables colas (unas 40 horas semanales) para conseguir algo de comida, acampando durante la noche, en pleno invierno ruso. Los informes policiales recogen que allí aprendieron “a insultar a Dios y al zar, pero más al zar”; y alertan de que: “son material inflamable que sólo necesita una chispa para estallar”.
El hecho es que las mujeres de algunas empresas textiles del barrio de Viborg decidieron declararse en huelga. A las diez de la mañana se habían reunido unas veinte mil. Al llamamiento de las mujeres, los obreros de algunas fábricas se unieron a la manifestación. Un trabajador de la fábrica mecánica Nobel recuerda: “Podíamos oír las voces de las mujeres en las calles desde las ventanas de nuestro departamento: ‘¡Abajo la carestía! ¡Abajo el hambre! ¡Pan para los trabajadores!’. Varios camaradas corrimos a las ventanas… Las puertas del molino número 1 Bolshaia Sampsonievskaia habían sido abiertas. Masas de mujeres trabajadoras llenaban las calles. Aquellas que nos habían visto comenzaron a mover sus brazos y gritaban ‘¡Vengan! ¡Dejen de trabajar!’. Arrojaban bolas de nieve a las ventanas. Decidimos unirnos a la manifestación». Se calcula que alrededor de 90.000 obreras y obreros participaron en la huelga. En sus Memorias, el que era gobernador de la ciudad, Alexander P. Balk, escribe: “Al retirarse, el general Goblachev me informó, una vez más, de que la manifestación del día era un completo misterio para él y que era posible que nada ocurriera al día siguiente”. Se equivocaba.
Al día siguiente, 24 de febrero, el movimiento se amplía aún mucho más. Casi la mitad de las obreras y obreros están en huelga. A la exigencia de “Pan” se le unen las consignas de “Abajo el zar” y “Abajo la guerra”. Grandes manifestaciones se dirigen hacia el centro de la ciudad. La policía ha levantado los puentes que separan los barrios obreros del centro, pero el río Neva todavía está helado y miles de huelguistas se atreven a cruzarlo. Se suceden los enfrentamientos con la policía y aparecen también los temidos cosacos. El obrero Ilya Mitrofanovich Gordienko recuerda la jornada: “Las obreras tomaron la iniciativa, rodearon a los cosacos con una compacta cadena humana. Gritaban: “Nuestros esposos, padres y hermanos están en el frente”. “Y aquí soportamos el hambre, la carga de trabajo, los insultos, las humillaciones y los abusos. Ustedes también tienen madres, esposas, hermanas e hijos, ¡exigimos pan y el fin de la guerra!”.Los oficiales, temiendo la influencia de la agitación sobre los cosacos, dieron una orden. Los cosacos se prepararon. Todos corrieron a cubrirse, agarrando piedras o piezas de metal, listos para lanzarlos. Sin embargo, los cosacos cabalgaron, pasaron sin atacarnos; luego dieron media vuelta y regresaron. Las masas los saludaron con gritos de “¡Viva!”, pese a que el corazón no podía creerlo y la mente dictaba precaución”
El movimiento ya es imparable. La huelga es ya una huelga general, sobre todo después de que el día 25 la fábrica Putilov, en la que trabajan 30.000 personas, decide unirse. También se suman los estudiantes. Al final del día algunos barrios están en manos de los rebeldes. Las comisarías han sido asaltadas o abandonadas. “Un alzamiento revolucionario que dure varios días sólo se puede imponer y triunfar con tal de elevarse progresivamente de peldaño en peldaño, registrando todos los días nuevos éxitos. Una tregua en el desarrollo de los éxitos es peligrosa. Si el movimiento se detiene y patina, puede ser el fracaso”–escribe Trotsky en La Historia de la Revolución Rusa.
El 26 es domingo, y están cerradas las fábricas, el lugar natural donde reunirse. Surgen algunas dudas. ¿Es posible seguir adelante? ¿Cuál será la actitud del ejército? En el recuerdo está presente la experiencia de 1905. El zar Nicolás II ha dado la orden de acabar con los disturbios “mañana mismo”. Durante el día, miles de personas siguen manifestándose por la ciudad. Se suceden los enfrentamientos, pero también el contacto entre los obreros y obreras y los cosacos y los soldados. Crece la confianza de la masa obrera, a pesar de las cargas e incluso ametrallamientos, las manifestaciones no se disuelven, vuelven a reunirse, vuelven a encontrarse con los soldados, y les dicen: “No dispares contra tus hermanos y hermanas”, y añaden: “Únete a nosotros”.Las dudas comienzan a surgir. Los soldados ya no son los de 1905. Muchos han estado en el frente y han visto lo que supone la guerra. Saben del sufrimiento y hambre de la población, y también de sus madres y hermanos y hermanas. Las dudas empiezan a asaltar las conciencias. También las mujeres jugaron un papel decisivo. Escribe Trotsky: “La mujer obrera representa un gran papel en el acercamiento entre los obreros y los soldados. Más audazmente que el hombre, penetra en las filas de los soldados, coge con sus manos los fusiles, implora, casi ordena: «Desviad las bayonetas y venid con nosotros». Los soldados se conmueven, se avergüenzan, se miran inquietos, vacilan; uno de ellos se decide: las bayonetas desaparecen, las filas se abren, estremece el aire un hurra entusiasta y agradecido; los soldados se ven rodeados de gente que discute, increpa e incita: la revolución ha dado otro paso hacia adelante.”
El momento decisivo ha llegado. Se organizan mítines a las puertas de los cuarteles. En algunos los oficiales logran disolver a la masa obrera, en otros no se atreven. Al caer la noche, se rebela el regimiento Pavlovsky. En las primeras horas de la mañana del 27, los oficiales del regimiento Volynski intentan movilizar sus tropas contra los trabajadores. Los soldados se niegan a marchar. Frente a las amenazas de los oficiales, un sargento dispara contra un comandante; en el tiroteo mueren varios oficiales. Con esos disparos, los soldados del Volynski se unen a la revolución: sólo su victoria podrá salvarlos de la horca. Copiando la táctica de las obreras y obreros, se dirigen al resto de cuarteles para animarles a unirse a la lucha de todo el pueblo. Las condiciones estaban maduras, sólo encontraron oposición en algunos oficiales. La insurrección ha triunfado. Las obreras y obreros, toda la clase trabajadora, los soldados, en su mayoría campesinos con uniforme, han vencido. Es el fin de una monarquía, de supuesto origen divino, de más de 300 años de existencia que apenas logra encontrar fuerza social o armada que la defienda.
La emancipación de la mujer
En febrero de 1917 las mujeres iniciaron la revolución y, sin embargo, en la memoria ha quedado poco reconocimiento de sus hazañas. Ni siquiera entre los dirigentes de la revolución se recuerdan los nombres de Alexandra Kollontai o de Nadiezna Krupskaia, mujeres que ocuparon un puesto dirigente durante el proceso revolucionario o en el gobierno soviético. Las obreras de Petrogrado simbolizaron con su acción también una ruptura con su opresión específica como mujeres, y la revolución reconoció de inmediato que las grandes transformaciones sociales y políticas serían incompletas sin lograr la plena emancipación de las mujeres.
Desde febrero a octubre de 1917, participaron en el movimiento revolucionario y se organizaron autónomamente en la defensa de sus propias reivindicaciones. Sirva como ejemplo que en los días previos a la insurrección de octubre se reunió una conferencia de mujeres representantes de 50.000 trabajadoras de toda Rusia. Para las mujeres la victoria de la revolución era también el primer paso para su emancipación. En esa época, las leyes zaristas declaraban que la mujer debía “obedecer a su marido como cabeza de familia, ser amante y respetuosa…”; no podía tener pasaporte o trabajar sin el consentimiento del marido; el divorcio estaba en manos de la Iglesia, o sea, prácticamente no existía; el marido se convertía incluso en dueño de cualquier herencia que recibiera la mujer; en las fábricas, las mujeres debían soportar jornadas agotadoras cobrando menos que los hombres y sin ninguna protección por la maternidad. En el campo, la situación aún era peor, la mujer campesina era casi una esclava, del trabajo y del hogar.
El gobierno surgido de la revolución de Octubre estableció leyes que permitían o hacían posible la igualdad política y social de la mujer. Se estableció el derecho al voto y a ser elegidas para cargos públicos; se legalizó el derecho al divorcio y la igualdad absoluta ante la ley entre marido y mujer, se acabó con la dominación legal del marido y las mujeres podían elegir sus propios apellidos; se legalizó el aborto; se abolieron las leyes en contra de la homosexualidad; se legisló a favor de la igualdad del salario entre hombres y mujeres; se aprobó la licencia por maternidad de 4 meses antes y después del alumbramiento, la gratuidad del cuidado de los niños y medidas para la protección en el trabajo para las mujeres embarazadas. Puede que hoy algunas de estas medidas no parezcan extraordinarias, pero en los inicios del siglo XX, y más en la atrasada Rusia, cambiaron radicalmente las bases sociales de la opresión de la mujer.
No obstante, una cosa son las leyes y otra la dura realidad. No es este el lugar para profundizar en los déficits, errores y retrocesos que la emancipación de la mujer sufrió en la Rusia soviética. Digamos sólo que se quebró la esperanza de que el desarrollo económico facilitaría la igualdad real, que no fue capaz de imponerse a la realidad de un país atrasado y aislado por el fracaso de la revolución en el resto de Europa; y que posteriormente se encontró con la reacción social que a partir de los años 30 representó el estalinismo, especialmente en el ámbito de los derechos de la mujer (prohibición del aborto, enaltecimiento de la mujer como madre, limitaciones al divorcio, etc.). Estudiar y recuperar las experiencias de la emancipación de la mujer en el proceso revolucionario pueden ser útiles para el actual proceso de su liberación. Las tendencias de la sociedad, hacia adelante o hacia atrás, tienen siempre su línea más sensible en el reconocimiento de los derechos de la mujer, no sólo legales sino también en el establecimiento de las bases materiales para lograr la igualdad real.
Alexandra Kollontai, una de las revolucionarias rusas que más trabajó y luchó por la igualdad, se imaginó así el futuro: “1. Igualdad, con la desaparición de la poderosa autosuficiencia masculina y de la sumisión servil de la mujer. 2. Reconocimiento mutuo y recíproco de los derechos y desaparición de los sentimientos de propiedad. 3. Sensibilidad fraterna, junto con un arte que permitirá la asimilación y comprensión de las transformaciones psíquicas que se reproducen en el alma del amado”.
Ver también:
Las mujeres de 1917, Megan Trudell, web El Viejo Topo.
Feminismo y movimiento de mujeres socialistas en la Revolución Rusa, libro de Cintia Frencia y Daniel Gaido.