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¿Una Yalta 2? Por Jorge Martínez Ulloa

Por: Jorge Martínez Ulloa*

Entre el 4 de febrero y el 11 de febrero de 1945, a pocas semanas de concluir la segunda guerra mundial, Iosif Stalin, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt se reúnen en el Palacio Imperial de Livadia en Yalta (Crimea, entonces URSS), en lo que suele considerarse como la instancia diplomática que definió un nuevo Orden Mundial, en las postrimerías de la conflagración, dando inicio a un nuevo reparto de territorios e influencias de las potencias vencedoras en el conflicto.

Los acuerdos allí sancionados, que nunca han sido conocidos en su integridad y literalidad, han sido considerados desde entonces en forma polémica, ya que varios países y, se puede especular, enteros continentes, fueron afectados por las decisiones y acuerdos ahí definidos, donde no se tomaron en cuenta (ni por cierto fueron allí invitados), los representantes de gobiernos o naciones afectadas. Todo aquello no fue obstáculo para que las decisiones de Yalta regularan y determinaran límites para las posibles soluciones de muchas de las crisis y conflictos del pasado siglo XX, al definir estas como parte de “áreas de interés estratégico” para alguna de estas tres potencias.

Es nuestra opinión que, con el desarrollo de la guerra de Ucrania, el alargarse del conflicto bélico en Palestina y la caída del régimen de Assad en Siria, se está configurando una situación internacional que asemeja a aquella que precedió Yalta y que se presenta como posible escenografía de un futuro encuentro estratégico entre Putin y Trump, que sin duda va a preceder e influir los eventos futuros tanto en Europa, como en Medio Oriente y América Latina, en cuanto el interés de ambos gobernantes es diseñar un cuadro relativamente estable de zonas de conflicto y de áreas de interés e influencia de ambas potencias, con la eventualidad de dejar ausente de estos acuerdos al gran adversario de los USA y actual aliado, en contradicción con la experiencia histórica, de Rusia, es decir China país que acaba de figurar como la máxima potencia económica del planeta.


¿Qué aspectos de la actual situación geopolítica pueden constituir un interés conjunto para Rusia y los EE UU, actualmente adversarios indirectos en el campo de batalla de Ucrania?

En primer lugar, el fin del conflicto que entra actualmente en su tercer año, sin reportar ganancias evidentes o triunfos altisonantes para ninguna de las partes. Rusia no parece haber sido afectada por las sanciones económicas que los países occidentales han acordado en su confronto, inversamente quién si parece haber sido afectada es la Unión Europea, que ha perdido el suministro de gas y materias energéticas de Rusia, debiendo reemplazarlas por el gas de los EEUU, cinco veces más caro, entre otras dificultades. Sin embargo, pese al avance y consolidación del territorio logrado por Rusia en Ucrania y particularmente en el Donbass, es también notorio que Putin no ha logrado, a la fecha, una derrota fácil ni rápida del adversario ucraniano, como pareció vaticinar en los comienzosdel conflic o ni tampoco hoy parece posible, dado el estado de la guerra, la exterminación total de lo que el gobierno ruso ha denominado “el régimen nazifascista” de Zelensky.

Los EEUU, por otra parte, desde hace poco bajo la presidencia de Trump, con un gobierno de marcado tinte proteccionista, han ya obtenido el máximo provecho posible de dicha guerra: Los europeos han debido modificar sus compras masivas de materias energéticas y gas, en beneficio de las compañías norteamericanas. Rusia, pese a todas sus declaraciones, aparece como comprometida a mediano/largo plazo en términos económicos y militares, por lo que parte de los objetivos trazados para disminuir su poder e influencia en Europa, parecen haber sido alcanzados. La guerra de Ucrania se presenta como una guerra de desgaste, concluyen la mayoría de los analistas, por lo tanto, sus protagonistas directos, en mayor o menor medida, resienten ese desgaste que hipoteca sus posibilidades de desarrollo futuro, más allá de la propaganda bélica.

Para consolidar un acuerdo de paz o por lo menos, un cese al fuego, la OTAN y en ella, por cierto, Europa, deberán hacer un gran esfuerzo en términos de generar una fuerza de paz que se interponga entre Moscú y Kiev. Dicha cuestión, así como una no bien definida neutralidad de Ucrania y su pérdida de importantes territorios, son, a este punto algunos elementos ya relativamente fijos de cualquier negociación. A Rusia no le interesa solo un acuerdo limitado al actual escenario de conflicto, ya que otras eventuales crisis en Moldavia (Transnistria), Rumanía y Georgia, están ya al horizonte. Rusia necesita un acuerdo macro y que le garantice cierta estabilidad geopolítica por lo menos para los próximos 20 años, por lo tanto, cualquier negociación se prevé larga y compleja, con varios escenarios. Se descarta desde ya, por inviable, un ingreso directo de Ucrania en la Otan y tampoco parece contentar a los aliados europeos, dada la debilidad económica de Ucrania y la corrupción salvaje de sus gobernantes, su ingreso a la Unión. Todo indica que Rusia mantendrá su control sobre los territorios actualmente ocupados en el Donbass y Donetz, quedando también como definitiva su adhesión de la península de Crimea. Elemento central, en todo caso, será la exigencia de Ucrania de una fuerza militar europea y de la Otan de paz, ubicada en el actual teatro de operaciones y que la separe de cualquier nueva ofensiva rusa.

Obviamente esa fuerza de paz europea-Otan deberá disponer de los materiales y armas tácticas de los arsenales e industrias de guerra norteamericanas, y he aquí la segunda gran ganancia para los EEUU: probablemente parte importante de ese 5% de recursos que deberán integrar los países europeos irán finalmente a engrosar las arcas del complejo militar-industrial norteamericano y, finalmente, no se debe olvidar que la transnacional, de capitales yanquis Black Rock, es actualmente propietaria de gran parte de los recursos y materias primas ucranianas.

Los EEUU parecen haber logrado todo lo que deseaban de esta actual guerra, no se ve que más podrían obtener en el futuro y por eso su actual disposición a tratativas y negociaciones, obligando al resto de los países en conflicto a aceptarlas (incluida, volente o nolente, una Europa resignada y asustada más que decidida). Ucrania habla de solicitar 200.000 soldados a Europa, para constituir esa fuerza de paz, pero por ahora Pedro Sánchezha declinado que España pueda participar de ese esfuerzo, sin embargo, muchas de estas declaraciones altisonantes de los líderes europeos se verán contrastadas por la cruda realidad y por las ásperas relaciones de Trump con las actuales dirigencias de la Unión Europea y de la Otan, a los que interpela declarando que “¿Piensan que somos estúpidos?” refiriéndose a los más de 350 mil millones de dólares de déficit en la balanza comercial de los EEUU con Europa y el escaso compromiso europeo para el financiamiento de la máquina de guerra y defensa de la Otan. ¿Cómo logrará Europa equilibrar esa difícil situación con su aliado estratégico?

Una oportunidad estará dada por las masivas importaciones de armas y material de defensa que Europa deberá producir en el futuro, en parte para dotar a la eventual fuerza de paz en Ucrania y también para asumir su parte en el financiamiento OTAN, dado que Trump ha anunciado la disminución de su aporte en la defensa estratégica de ese continente y de la coalición. En resumen, Europa deberá, en el futuro inmediato, echar mano a fondos y recursos financieros importantes, que no parecen muy disponibles para la mayoría de sus naciones. En resumen, el escenario bélico del este europeo parece dirigirse a una solución más o menos estable, en la cual los EEUU ya han obtenido grandes beneficios, los europeos se encuentran en situaciones muy complicadas y Rusia parece haber obtenido triunfos solo parciales, a un costo que todavía no logramos conocer, siendo evidente que la derrota total del nazifascismo ucraniano y el derrocamiento de la cúpula al poder en Kiev ya no son objetivos alcanzables.

Respecto a Palestina y Medio Oriente, más allá de declaraciones genéricas en la sede ONU, Israel parece completar su diseño estratégico del llamado “Gran Israel”, con la generación de vastos territorios bajo su control en el Líbano y Siria, concretamente toda la franja de la frontera sur del Líbano y las Alturas del Golán, amén de la destrucción sistemática de los depósitos de armas y materiales estratégicos del ejército sirio y del abandono de la base rusa de Tartus, así como el derrocamiento de Assad.

Turquía, otra potencia regional y octava potencia militar del mundo, se muestra satisfecha, controlando políticamente la mayor parte de los grupos actualmente en el poder en Siria y, junto con Israel, valora altamente el daño sufrido por las políticas exteriores de Irán, que ya no podrá entregar recursos a las milicias chiitas de Hezbollah en el Líbano, a través del territorio sirio, como durante el gobierno de Assad. Por otra parte, estas milicias también han sido dañadas por las incursiones sionistas, aunque no derrotadas completamente, pero han visto disminuidas sus capacidades estratégicas y operativas en confronto de Israel. Esto genera un cuadro halagüeño para un cambio de régimen en Jerusalem, lo que parece contentar a Trump, quién no perdona a Netanyahu sus reiteradas presiones sobre las administraciones de Washington para que este país los acompañara y respaldara en un eventual ataque a Irán.


En el escenario interno de Israel, crece el descontento con Netanyahu y, pese a sus relativos éxitos militares, su gestión no es considerada exitosa o por lo menos satisfactoria en laactual confrontación. Éxitos relativos, ya que los principales objetivos declarados no fueron alcanzados, pues estos eran liberar los rehenes, eliminando a Hamas y Hezbollah, lo que no se ha conseguido. La posición internacional de deterioro de la imagen de Israel, puesta en crisis por el genocidio y destrucción de Gaza, podría ser restablecida con una eventual salida de Netanyahu y su reemplazo por una amplia coalición que pueda completar las tratativas de la liberación de rehenes, asegurando la estabilidad del cese al fuego, hoy temporal y consolidando el control estratégico logrado en los territorios fronterizos junto con el debilitamiento de las milicias y grupos islamistas, o sea, alcanzar un éxito más definitivo, alejando la posibilidad de una extensión del conflicto, dada la posición actual bastante ventajosa para Israel, situación que podría ser amenazada con el prolongarse de las hostilidades y el compromiso más decidido de otros países islámicos, como Arabia Saudita o Turquía. Todo esto, declaran políticos de la oposición israelí, ha sido alcanzado pese a Netanyahu y justamente por vías distintas al desempeño militar y la invasión. Esta situación es algo deseable en sectores cada vez más importantes de ese país. Este cambio sería posible solo logrando un gran acuerdo parlamentario en la Knesseth que contemple a grupos religiosos ortodoxos, muy reacios a la conscripción y el reclutamiento militar, a parte del Likud y también, por supuesto, la centro izquierda (por ejemplo, Havodá) y, porque no, Yair Lapid, incluida la izquierda pacifista israelí.

Un gobierno así constituido sería considerado con gran simpatía por Trump y sus asesores y, paradojalmente, sería actualmente posible, por la caída de Assad (abandonado por su ejército y por Rusia, me permito sugerir) y el debilitamiento de las milicias islamistas palestinas y chiitas.

Las últimas controvertidas declaraciones de Trump sobre Groenlandia no son azarosas o extemporáneas, por el contrario, reflejan no solo las tendencias de opinión dominantes en la isla nórdica, donde las últimas encuestas señalan una notoria simpatía de la mayoría de sus 56.000 habitantes por “aumentar y reforzar” los lazos económicos y políticos con Washington, en desmedro del reino de Dinamarca, sino que le permitirían a los EEUU acceder a los ricos recursos minerales y de materias primas de ese territorio, y también tener el control estratégico sobre el escenario nórdico, proyectando una gran influencia militar sobre Europa, Rusia e incluso China, lo que haría menos necesaria una presencia militar norteamericana en Europa. Todo esto enviaría una gran señal a los países europeos y de la Otan, sobre la necesidad de asumir una parte mucho más relevante que la actual en los gastos de la propia defensa.

En resumen, la presidencia de Trump podría encontrar en Putin una gran contraparte para diseñar una especie de YALTA 2.0, que le permita concentrar sus esfuerzos en el plan nacional que, como ha sido expresado en diferentes ocasiones, es el signo dominante de su administración, abandonando o limitando los gastos y subvenciones militares a la Otan y Europa, reforzando su influencia económica y política en América Latina, incorporando áreas estratégicas, como Groenlandia y suscitando un gobierno que no le cause problemas o presiones en Israel.En cuanto a la Unión Europea, parece que enfrentará un escenario bastante complejo: equilibrar el déficit comercial de los EEUU, aumentar su presencia en la defensa propia y de las áreas estratégicas de la Otan y, finalmente enfrentar una situación que hace tiempo sus gobernantes parecen rehuir: Europa y sus empresas han perdido competitividad en el concierto mundial, sus economías han prosperado con el dumping estatal, sus poblaciones envejecen y están acostumbradas a un estado de bienestar social que sus economías no parecen poder mantener. Aumenta el descontento de sus habitantes con la burocracia de
la Unión y con los políticos tradicionales, surgiendo cada vez con más fuerza, lideres de extrema derecha con programas proteccionistas, racistas y extremadamente conservadores. Las izquierdas europeas aparecen sin horizontes claros ni proyecto de mediano/corto plazo creíble, son simples rehenes de reivindicaciones identitarias y de programas que tutelan a minorías, generando la desconfianza masiva de sus clases trabajadoras. La juventud ve con preocupación que su futuro será mucho más inestable que el de sus padres y crece el individualismo y el nacionalismo extremo, con ello aumenta la inestabilidad política de los principales países de la Europa occidental.

Es la crisis acelerada de una idea de Europa racionalista, moderna y civilizada, culta y privilegiada y el despertar de sus habitantes a la cruda realidad económica de un mundo cambiante donde la democracia parlamentaria ya no es una alternativa eficaz para enfrentar los desafíos actuales. La ecadencia irremediable del llamado “mundo occidental” como una alianza cultural, política y económica que domina y hegemoniza el mundo y un futuro posible.

La “Nueva Yalta” nos presenta, en cambio, la evidencia dura y fría de potencias económicas que, para consolidarse como tales, deben ejercer control, dominio político y militar sobre el resto de naciones y territorios. El llamado Nuevo Orden “Multipolar” destruye toda la metafísica racionalista de los siglos XIX y XX, presentando como evidente lo que ya sabíamos, pero no deseábamos aceptar: la infraestructura económica determina en última instancia todo el entero edificio de las superestructuras, más allá de las ideologías, las cuales solo son el reflejo borroso y velado de los intereses materiales de individuos, clases sociales y enteras naciones.

La ilusión de haber vencido en la segunda guerra la han instalado y aprovechado las burocracias europeas gobernantes de la posguerra, representados actualmente por la elite política en la Unión Europea y los representantes europeos de la Otan. Han velado la real situación de constituir principalmente, durante toda la segunda mitad del siglo XX, como países occidentales y capitalistas, solo un muro contenedor a la expansión del comunismo soviético. Los europeos han vivido en la ensoñación de que las riquezas acumuladas y el magnifico nivel de vida de sus habitantes dependían del propio desarrollo industrial y no de los más o menos aparentes subsidios y aportes norteamericanos y en algunos casos, de las ventajas en recursos y materias primas de sus ex posesiones coloniales en África. Ese escenario hace rato fue puesto en crisis, pero la situación ucraniana y el debilitamiento económico de los EEUU hace evidente e insoslayable el reconocimiento de esa realidad histórica y el abandono de toda ilusión. La cuestión central para las izquierdas europeas sería entonces el desmontar la idea de una Europa “vencedora”, asumiendo la verdad de haber sido, históricamente, países derrotados al fin de la segunda guerra y, total o parcialmente, en manos de las potencias vencedoras reales, para poder diseñar un proyecto de remoción y reemplazo de esa casta burocrática europeísta y atlantista, caracterizada por gente como Ursula Von der Leyen, Borel, Scholz o Macron, explicando esa dura verdad a sus poblaciones y ciudadanos, como condición para poder construir un proyecto de Europa verdaderamente propio, que cuente sobre las propias fuerzas y genere acción diplomática y estratégica autónoma y consistente, que apunte al progreso social, la paz y la colaboración económica y la sustentabilidad, con un sentido de futuro que proyecte el rico acervo histórico europeo con realismo, con especial énfasis en las clases productivas y sus capacidades tecnológicas , de gestión e innovación. Una Europa que pueda, después de todo, asumir un proyecto propio, económico y político, que le permita delinear una posición ventajosa en el escenario de un mundo multipolar, aprovechando sus múltiples recursos culturales, científicos y tecnológicos. Jugar las propias cartas con agilidad y realismo.

Para América Latina el paisaje es mucho más complejo, con las declaradas ambiciones de Trump de control sobre el tráfico marítimo mundial y el Canal de Panamá, para bloquear la influencia china en el subcontinente, unido al desprecio racial y cultural del mestizaje latino, expresado, por ejemplo, en la sentencia “No los necesitamos, ellos nos necesitan a nosotros” que deja entrever la poca importancia aparente que para el establishment norteamericano tiene su “patio trasero” latinoamericano. A estas consideraciones debemos agregar las deficiencias y desuniones de los países hermanos, paradojalmente unidos solo “por historia, lengua, intereses geopolíticos, intereses económicos, contradicciones sociales, temperamento y cultura”.

La política del gobierno republicano yanqui en nuestros países parece abandonada a la gestión político militar del Comando Sur ya definida por la generala Laura Jane Richardson, su jefa hasta noviembre del 2024, como “la expresión primaria de la mantención tradicional, cueste lo que cueste, de los intereses estratégicos de los EEUU”, sin importar mucho los matices y diversidades político institucionales latinoamericanas.

¿Qué sucederá en el futuro inmediato para nuestros países?

La imagen de los deportados brasileños llegando a su país con grilletes y esposados, como vulgares criminales en aviones militares, entrega una imagen simbólica de lo poco que importa a las clases dirigentes del país del norte su imagen diplomática en el subcontinente. No les importa demasiado la dimensión geopolítica del gigante brasileño, cuyos ciudadanos son tratados de la misma manera que los nacionales de países más pequeños, como Ecuador o Colombia, por ejemplo.La crisis desatada en las relaciones con el presidente colombiano Petro demuestra que, en las alternativas de una política basada en el bastón y la zanahoria, las relaciones entre EEUU y el resto de los países americanos, están limitadas a expresiones más o menos duras del garrote y nada de zanahoria.


La última entrevista entre el presidente venezolano Maduro y el enviado de Trump deja entrever la voluntad de este mandatario de imponer la cuestión del interés económico USA sobre cualquier otra consideración. La posibilidad de una relativa normalización entre ambos países, dependiendo de las disponibilidades energéticas de Venezuela para las necesidades USA, deja en el limbo el cacareado apoyo a los “demócratas venezolanos” como Edmundo González o Machado, los que están adquiriendo un perfil “a la Guaido”, como operadores ya inútiles e ineficaces. En igual situación quedan países y sus gobiernos, como el de Chile, que han deseado mostrar ser los primeros de la clase en la adhesión a los objetivos de las “democracias occidentales”. El caso de Argentina y el inefable Milei, permite constatar dos cuestiones: Trump no gastará un dólar de más para apoyar financieramente los “gestos libertarios” y además la única constante de su política hacía América Latina parece ser bloquear cualquier tipo de relación económica privilegiada del subcontinente con China, poniendo a Milei en una encrucijada que no le resultará fácil sortear, solo expresando adhesiones fanáticas y melodramáticas a la causa sionista o tratando de capturar la atención de Trump con gestos ridículos e inútiles.

La inclusión de países latinoamericanos a la esfera de los Brics no parece preocupar demasiado al gobernante norteamericano, dado el carácter poco más que simbólico y declarativo de dicha coalición y a la evidente eficacia del aumento arancelario, que se está convirtiendo en la herramienta central para disciplinar a los países latinoamericanos, así como a los europeos, a los dictados de Washington.

¿Qué sucederá entonces si algunos países comienzan a coquetear con la posibilidad de intercambios comerciales por fuera del ámbito del dólar?

Esto por ahora no preocupa a Trump y tiene muchos dispositivos comerciales, económicos, políticos y militares para obligar obediencia. Si logra un acuerdo con Venezuela, se acabará para el resto de países cualquier veleidad decolonial o emancipadora, de las cuales el gigante caribeño parecía llevar el liderazgo.

¿Qué sucedería en el caso hipotético de una invasión a Panamá y la toma de control por los EEUU de la zona del Canal?

Más allá de las declaraciones retóricas y patrioteras de algunos caudillos y líderes regionales, la realidad que se configura es que los EEUU no necesitarán llevar a cabo dicha “invasión”, pues nos surge la impresión que Panamá y el resto de los países están bien dispuestos a cualquier capitulación, por vergonzosa que sea, encubriéndola con leguleyas citaciones al acuerdo del canal para evitar el castigo económico (ya que no militar) de los EEUU. En estos escenarios, queda bien poco que esperar en el subcontinente. Haga lo quehaga la administración norteamericana, tenemos la convicción de que bien poco podrán oponer los gobiernos latinos, un caso ejemplar parece ser el de México, cuya presidenta Sheinbaum ha demostrado lo que, probablemente sea el límite más expuesto y avanzado de reacción y resistencia hacía los EEUU. La casi total carencia de proyectos decoloniales o de izquierda en estos países, la total falta de unidad, la crisis de las instancias regionales, incluida la OEA, así como la casi total incapacidad proyectual y estratégica de los partidos y movimientos sociales latinoamericanos, nos dejan bien pesimistas sobre las capacidades de resistencia de estas sociedades al Diktat norteamericano.

La gran interrogante en todos estos escenarios es la posición de la primera potencia económica mundial, China. Los gobernantes chinos nos han acostumbrado a decisiones prudentes, lentas y muy meditadas, basadas en condiciones concretas materiales y políticas, lejanas a toda influencia ideologizada. En el caso latinoamericano, los chinos parecen no respetar mucho la doctrina Monroe y paso a paso, incrementan su influencia comercial, económica y cultural en América Latina. El puerto de Chancay en Perú es un ejemplo más de esta situación. El comercio chino es el segundo usuario, por cantidad de viajes, del Canal de Panamá, (el tercero es Chile), por lo tanto, las declaraciones de Trump sobre el Canal apuntan, de modo evidente a China y su influencia. ¿En que medida la construcción de ese súper puerto en el Pacífico constituye de hecho una suerte de ruta alternativa a Panamá? En igual sentido, la creación de una supuesta base china en la Patagonia argentina tendría el objetivo de asegurar una presencia en zona antártica y, aún más importante, en el estrecho de Magallanes, No olvidemos además que una de las cuestiones estratégicas para China es la alimentación de su población, y Argentina sigue constituyendo, con todas sus dificultades, una reserva alimentaria para el planeta y, por supuesto, para China.

El mismo tópico estará sin duda presente en las conversaciones entre Maduro y los enviados de Trump. Diga lo que diga el gobernante venezolano sobre la autonomía e independencia de su país, es notorio que el objetivo de los EEUU será impedir toda presencia china en Venezuela, así como todo intercambio comercial. ¿Podrá resistir Maduro a este chantaje? Lo dudo, ya que la zanahoria, en este caso, podría estar constituida por la oferta de dejar caer el apoyo a la disidencia venezolana y la normalización de relaciones con los USA, la llamada agenda Cero, como la ha bautizado Maduro, oferta muy atrayente para el relativo aislamiento internacional del régimen venezolano. He ahí un punto crítico. Quedan en
suspenso los elementos de presión que usará Trump para con el gobierno peruano y el gobierno argentino, entre otros. Una vez más los que algo pueden ganar con este gobierno norteamericano son aquellos países latinoamericanos díscolos, como justamente Venezuela. Los “primeros de la clase”, en cuyo grupo destacamos el caso de Chile, muy ligados a las políticas globalizadoras de las administraciones demócratas, a las políticas de disidencia y minorías, a los tratados de libre comercio, poco pueden esperar de la actual administración norteamericana, como no sea un aumento de los aranceles aduaneros, o sea, un castigo. Pareciera ser que, junto con algunos países de Europa Occidental, la política exterior chilena de los últimos años ha sido anclada a las orientaciones de los globalistas demócratas norteamericanos y en la última elección, nuestro gobierno no disimuló sus simpatías por la derrotada Kamala Harris. ¿Tocará ahora pagar los costos de aquellas decisiones, tan inusuales para la política exterior chilena, siempre más ligada al respeto de las autodeterminaciones de los otros países y a la no intervención en cuestiones internas? La política exterior chilena, tan europeísta en la fase del gobierno Boric, no despierta grandes simpatías en la actual administración de Washington, es un hecho y la evidencia es que Chile poco a poco se va quedando sin argumentos y lo que es más grave, sin ideas ni proyecto, en un mundo que se presenta como más cruel y descarnado y obviamente, mucho más inestable, pese a las tentativas de esta segunda Yalta.

* Jorge Martínez Ulloa es Profesor Titular y senador universitario de la Universidad de Chile, y Director de CIELA ( Centro de Estudios Estéticas Latinoamericanos)

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