ChileIdeasMemoriaUnidad Popular

Ser Allendista y no ser internacionalista y antiimperialista es una contradicción hasta biológica: La política exterior de Salvador Allende y la Unidad Popular

«CIA: Fuera las manos de Chile»… Lienzo en marcha por la Alameda durante la Unidad Popular. Columnas de estudiantes de la Universidad Técnica del Estado, UTE (actualmente USACH).

En el contexto de la conmemoración de los 51 años del Golpe de Estado del 11 de septiembre, y ante la frecuente distorsión y manipulación de la figura e ideario de Salvador Allende y el Gobierno de la Unidad Popular, compartimos dos textos relativos a la política exterior y mirada internacionalista y latinoamericanista de Allende y la Unidad Popular chilena: Una recopilación de extractos de su discurso en la Universidad de Montevideo en 1967, y un texto del analista internacional Sergio Rodríguez Gelfenstein: «La Política Internacional del Gobierno de la Unidad Popular».


Discurso pronunciado en la Universidad Nacional de Montevideo en 1967, en forma paralela a la 2a reunión de la Alianza para el Progreso en Punta del Este. Párrafos extraidos por Max Nolff*.

La Universidad constituye en sí por sus funciones y su papel en el desarrollo de los países el sitio cuya misión fundamental es concretar el más enaltecedor afán del hombre: la búsqueda de la verdad. Y, además, es el centro desde el cual esta misma verdad debe extenderse, sin concesiones ni compromisos, hacia todos los ámbitos. Por eso, con enorme satisfacción de latinoamericano, no he vacilado en recoger la tarea que la Universidad de la tierra de Rodó me ha asignado, para que hable en esta oportunidad. Para enfrentar semejante esfuerzo, me apoyo sólo en un antecedente: mi condición de hombre de América. Y también de político que mide por su diaria experiencia que nuestros pueblos buscan con más urgencia que jamás la verdad para marchar con ella coma arma hacia el destino que los libere de la dramática existencia en que hoy desenvuelven su trayectoria.

Es obligación de los pueblos reaccionar cada vez que el engaño pretenda alzarse para posponer la verdad. Es bueno que los pueblos de Europa castiguen al Vicepresidente de Estados Unidos con su repudio y con su desprecio. Es muy bueno; es magnífico, que esta Universidad haya denunciado, sin equívoco, en su declaración sobre la Reunión de Punta del Este, lo que en realidad esconde esa Conferencia. Para ésta, la representatividad no existe en múltiples casos. Johnson no representa la palabra de Walt Whitman ni podría repetir sin sonrojo la oración de Lincoln en Gettysburg. Nadie exhibe en Punta del Este la sombra de Bolívar, el grande, el libertador de los pueblos que murió pensando que había sembrado en el mar, porque comprendió, como lo anunciara proféticamente, que los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar a la América de miserias, en nombre de la Libertad. Y allí no estará representada la Cuba de José Martí. Y debía estarlo y lo que es más podría estarlo con noble autenticidad. Pero a pesar de que nadie estará en condiciones de repetir en Punta del Este lo que aseveraba Martí, los pueblos de América lo reiteran con su actitud de rebeldía, en sus calles, en sus plazas, en todos los sitios en que hay conciencia política esclarecida. Y, aunque se la quiera silenciar, la voz de Martí acusa, irrefutable: En nombre de nuestra América no puede haber Caínes. Otra América, la rubia, se negó a firmar el proyecto que declara eliminada para siempre del derecho público, la conquista. ¿Cuál será el pueblo de América que se niegue a declarar que es un crimen la ocupación de la propiedad de un pueblo hermano, que se reserva a sabiendas el derecho de arrebatar por la fuerza su propiedad a un pueblo de su propia familia?».

La historia de esta reunión de Punta del Este es tan turbia como toda la historia de la Organización de los Estados Americanos. Tiene sus orígenes en el viejo y negociador principio doy para que me des. En julio de 1954, Estados Unidos derribó al gobierno constitucional de Guatemala; en diciembre de ese año, Estados Unidos convocó a los gobiernos latinoamericanos a una reunión económica, para silenciar con esperanzas el delito cometido.

El 13 de abril de 1961, Kennedy expuso la idea de la Alianza para el Progreso; el 15 de dicho mes el gobierno de los Estados Unidos intentó invadir Cuba. En agosto, ese mismo gobierno ofreció la Alianza para el Progreso para ocultar el crimen fracasado.

En abril de 1965, el gobierno de los Estados Unidos agredió al pueblo dominicano; en noviembre de 1965 ese mismo gobierno aceptó, en la Conferencia de la OEA de Río de Janeiro, que se introdujeran cláusulas económicas a la Carta de Estados Americanos.

En 1967, el gobierno de los Estados Unidos pidió a los gobiernos latinoamericanos que instalaran una fuerza policial contra sus pueblos: la Fuerza interamericana de Paz, impetrando además, apoyo para su agresión en Viet Nam. A cambio de todo esto, ha terminado por promover la actual reunión de Punta del Este, en la que lanza una nueva esperanza publicitaria: la integración económica.

El 26 de agosto de 1964 se promulgó en Washington la ley denominada Ley destinada a promover la seguridad y la política internacional de los Estados Unidos proporcionando asistencia a las naciones amigas y otros propósitos.

Estas disposiciones establecen un sistema de garantía y de seguro contra los riesgos no comerciales, es decir, la expropiación o la nacionalización y la no remisión de utilidades al exterior. ¿Qué implica esta ley? Si, por ejemplo, se suscita alguna de las cuestiones previstas en ella, prácticamente se considerará que las empresas podrán traspasar al gobierno de Estados Unidos sus derechos, por una subrogación automática. De este modo, el entredicho entre las compañías y el gobierno del país en que operan se transforma en un conflicto con el gobierno de Estados Unidos. Por eso, el conocimiento del problema puede ser radicado, en última instancia, en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, para su arbitraje. Es la hipocresía del puritanismo legalista: Primero la ley dictada por ellos y para ellos y después el atropello.

En suma: el imperialismo no trepida en vulnerar su dogma sacrosanto de la libre empresa con sus riesgos y características para dar origen a cuestiones que superan la órbita judicial ordinaria, expresión de la soberanía de cada país, con tal de afianzar el predominio de sus intereses.

En este balance entre el deber y el haber se ha llegado a un punto conflictivo, que quiero denunciar en esta alta tribuna. América Latina alcanzó ya un nivel de saturación como continente deudor. Ya nada gana, en pro de su deseo de marchar hacia el desarrollo económico, con recibir recursos externos en calidad de préstamos.

El imperialismo ha conseguido su objetivo. Ha llevado a muchos países latinoamericanos a una situación tal de endeudamiento acumulado y de compromiso con esas deudas que los ha envuelto en el círculo vicioso de tener que pedir nuevos préstamos para pagar los anteriores aumentando de nuevo la deuda acumulada.

No hay que alentar ilusiones respecto de esto. Nuestros países han llegado a un punto en que ya no le sirven nuevos recursos externos provenientes de un mayor endeudamiento para financiar su desarrollo.

De 4.300 millones de dólares, monto vigente de nuestros compromisos en dólares a más de un año plazo, a fines de 1956, se pasa a 11.600 millones de dólares a fines de 1965.

Estos financiamientos provienen ya sea de fuentes privadas o bien de agencias públicas norteamericanas. El 47% de esta deuda de América latina es exigible a menos de cinco años plazo. El servicio de tales obligaciones, por amortización e intereses, ha aumentado muy rápidamente: de 454 millones en 1956 pasó a 1.715 en 1965. Con relación a la exportación de bienes y servicios de la región, estos montos representan el 4,8% y el 14,7% de los años respectivos.

Pienso que no habría ahora mejor colaboración para América Latina que la de que no se le procurara un dólar más; pero que se suspendiera al mismo tiempo el servicio de la deuda acumulada y las salidas financieras exhorbitantes por concepto de las utilidades de las empresas extranjeras.

Las soluciones hay que buscarlas por otros caminos: por los cambios estructurales y el esfuerzo interno; por condiciones distintas en el comercio internacional y por el monto de los precios de nuestros productos exportables. Ahí ésta el quid de las relaciones económicas externas y de los recursos para aumentar nuestro ingreso y poder así repartirlo equitativamente entre los distintos sectores de la población.

Pero esta realidad no tuvo cabida ayer, hace seis años, ni lo tendrá hoy tampoco en Punta del Este. Al Departamento de Estado no le conviene, no le interesa, no puede aceptar estas medidas. De ahí que se acentúe día a día nuestra condición de países mendicantes. Países débiles económicamente, que somos sin embargo grandes exportadores de capitales y que seguiremos unidos al yugo de los empréstitos que cada día nos hacen más dependientes.

Esta es la verdad de América Latina, de la cual no se hablará en Punta del Este, porque allí predominan quienes representan los intereses económicos de los grupos privilegiados latinoamericanos y norteamericanos. «¿Qué puede esperar América Latina de esa reunión de Punta del Este?.

Nada. Mejor dicho, nada útil para ella. Porque no logrará liberarse de las consecuencias nefastas que surgirán de ese conclave, artillado, reservado.

El gobierno de los Estados Unidos conseguirá vincular aún más al continente a su política y ello significará arrastrar América Latina a situaciones contrarias al progreso de la humanidad.

En un momento, EE.UU. temió que la integración latinoamericana le crease los mismos problemas que le ha suscitado el Mercado Común Europeo. Ahora, ha descubierto una nueva fórmula para el afianzamiento de su poder económico en el continente. Y, por lo mismo, no la asusta el proceso.

La nueva fórmula es clarísima. Se trata de las asociaciones del capital imperialista con los intereses de nuestros países, ya sea que éstos se expresen mediante organismos del Estado o aun empresarios privados. Pero la vinculación con el Estado es la más frecuente, por corresponder tales asociaciones a negocios de tremenda importancia para el país de que se trate.

Aun economistas yanquis han reconocido la naturaleza genuinamente imperialista de las asociaciones. Afirma un tratadista norteamericano, Víctor Perlo: «Los objetivos específicos del imperialismo norteamericano en lo que atañe a la industrialización en América Latina consisten en lo siguiente: Limitar el desarrollo de las ramas claves de la industria pesada, que constituye el fundamento de la independencia económica. Aumentar la participación de EE.UU. en la industria creada, especialmente en los sectores de mayor responsabilidad y porvenir. Atraer a los capitalistas latinoamericanos como representantes de la minoría inversionista a las empresas controladas por EE.UU. y reforzar la posición de los últimos en América Latina. Al respecto, los Estados Unidos acuden con creciente interés a la
constitución de compañías mixtas y a la venta de títulos y acciones en las Bolsas locales».

A través de la asociación, el capital norteamericano consigue:

1°) Protección para sus intereses, a través de un apoyo directo que los gobiernos prestan a los empresarios privados.
2o) Descartar las nacionalizaciones.
3o) Obtener utilidades sin riesgo de ofrecer blanco a las críticas de los sectores nacionalistas y socialistas.

Para incrementar la ilusión y el optimismo en los latinoamericanos sobre las ventajas de tales integraciones, se esgrimen argumentos como éste: los países latinoamericanos, con pocas excepciones, tienen mercados internos pequeños, de manera que sus industrias por su tamaño también reducido acusan costos altos. Si en vez de instalar varias plantas pequeñas en distintos países se instala una de vastas dimensiones para abastecer el conjunto de ellos, se obtienen costos más bajos. Y para que todos los países puedan aprovechar tales ventajas, será necesario llegar a acuerdos que permitan eliminar las barreras aduaneras que los separan.

La verdad es que el propósito de integración forma ya parte de nuestra herencia histórica y ha sido durante mucho tiempo postulado esencial de las luchas populares. Basta recordar la concepción de Bolívar: la unidad política continental como aparece expresada en 1815 en su famosa Carta de Jamaica. El sentido de la unidad, a mi entender, es considerado por Bolívar desde un triple aspecto.

a) La unidad ha de ser la expresión de un nuevo sistema de naciones que, a diferencia de los viejos países, se funda en principios de igualdad, justicia, libertad
y progreso; en la idea de constituir un orden más perfecto y humano. Inspiradas en esos principios, las repúblicas latinoamericanas tendrían como misión ser
receptáculo social de los grandes valores que moldearían la humanidad futura

b) La unidad debería ser garantía de progreso, lo que en el lenguaje contemporáneo denominamos «desarrollo económico y social».

c) Sólo mediante su unidad, las jóvenes repúblicas, en cuanto a sistemas políticos y sociales nuevos y revolucionarios, podrían sobrevivir en un paisaje internacional, dominado por las intrigas e intereses de las grandes potencias.

A todo lo largo del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo.XX, la gran tradición emancipadora de los hombres de la independencia no murió. La idea de integración cultural de las repúblicas del sur, de compartir los mismos valores, los mismos problemas y los mismos intereses configuró una especie de unidad continental.

En la Declaración de Principios del Partido Socialista de Chile, del 19 de abril de 1933, se expresa categóricamente: El Partido Socialista propugnará la unidad económica y política de los pueblos de Latinoamérica para llegar a la Federación de las Repúblicas Socialistas del continente y a la creación de una economía antiimperialista.

Posteriormente, nuestro partido realizó el primer congreso de fuerzas populares de América Latina, en el año 1940, evento al que asistieron connotados dirigentes del hemisferio. Se propició la nacionalidad latinoamericana; se estudió la necesidad de revisar la historia latinoamericana y llegar a la publicación de un texto común; se consideró el establecimiento de escuelas fronterizas dónde enseñarían profesores de diversos países; gran campaña de alfabetización obrera y campesina.

En lo económico, se propugnó la defensa de los precios de las materias primas; creación de un fondo común para catástrofes, sobre la base de un porcentaje de los presupuestos anuales de nuestros países, etc. Personalmente, me correspondió presentar un proyecto para la creación de la Bolsa Latinoamericana de minerales y plantear ideas destinadas a establecer el seguro social continental, para dar al hombre de América Latina atención médica y subsidio por enfermedad en cualquier país de nuestro continente en que se encontrase; intercambio masivo de becas; creación de la Central Unica de Trabajadores Latinoamericanos.

No es este el camino para la integración que nosotros apoyamos. Lo que nos preocupa no es el interés de las empresas extranjeras o el de unos cuantos monopolios nacionales que quizás pudieran compartir el botín sino el de las grandes masas de campesinos, obreros y empleados, intelectuales y profesionales.

Por eso nosotros no podemos desvincular el problema de la integración de otro que nos parece fundamental: el dé los cambios estructurales que es urgente emprender dentro de cada país latinoamericano.

Hay que jerarquizar y dar a la integración su sitio justo dentro del conjunto de los problemas básicos de América Latina. Esto hay que decirlo claramente, porque
muchas opiniones interesadas quieren exhibir la integración como una panacea que solucionará todos los problemas. Con argumentos falaces se está engañando a la opinión latinoamericana.

Se repite con majadería que nuestros mercados internos son muy pequeños y que, en consecuencia, no podemos progresar sin arreglos que permitan trabajar para mercados más amplios, exigencia que, según esas opiniones, sólo podrá satisfacerse por medio de un mercado regional.

¿Cómo no va a poder ampliarse nuestro mercado interno, si se piensa que los empresarios o gerentes tienen un poder de compra 16 veces superior al de un asalariado? Kaldor ha precisado en un trabajo difundido en nuestro país, que bastaría [con] que nuestra clase oligárquica disminuyese en un 50% su poder de compra, para que nosotros duplicáramos nuestra capitalización.

Existe, surgido de la experiencia, juicio correcto sobre las reacciones del imperialismo ante los asomos de independencia de los pueblos. Allí están como pruebas, su agresión a Viet Nam; su bloqueo a Cuba; la invasión de la República Dominicana y la cadena de golpes de estado que se anota en América Latina en las últimos tiempos.

En 1963, dos años después de ser proclamada la Alianza para el Progreso, con ayuda del Pentágono los militares de cinco naciones derribaron a otros tantos Presidentes constitucionales.

En este instante, América Latina exhibe más gobiernos dictatoriales que antes de ser puesta en circulación la Alianza para el Progreso.

La acción norteamericana respecto de América Latina ha variado en su forma; pero no en su contenido. Al big stick, sucedió la política del dólar, a ésta, la del buen vecino, y ahora la doctrina Johnson. Siempre: dominio y dominio arbitrario.

La lucha de hoy es por la independencia económica y por lo tanto, por la plena soberanía. Sin independencia económica, no se concibe siquiera la independencia política. No hay soberanía.

La voz de Amigas resuena en América y tiene validez hoy como siempre: Dijo el Libertador: Adorador eterno de la soberanía de los pueblos, sólo me he valido de la obediencia con que me han honrado para ordenarles que sean libres.

(*) Fuente: Libro «Salvador Allende – El politico, El estadista», Max Nolff, Ediciones Documentas, Chile, 1993. Fragmentos disponibles en Archivo Chile.


La Política Internacional del Gobierno de la Unidad Popular
Sergio Rodríguez Gelfenstein

Fuente: Fundación Constituyente XXI

Las revoluciones victoriosas proyectan, como legado a la humanidad, instituciones, caminos y modelos de organización social eficaces, que sirven para garantizar al pueblo mayores grados de felicidad, tarea suprema de un gobierno como lo señalara el Libertador Simón Bolívar; a su vez, las revoluciones paralizadas transitoriamente, ofrecen valiosas enseñanzas, que si son valoradas pertinentemente, asegurarán su triunfo en el futuro.

La década de los setenta marcó en Chile el ascenso del movimiento popular y obrero al gobierno, luego de caminar por un arduo y sacrificado sendero signado por la lucha contra las estructuras del estado burgués. La victoria electoral alcanzada por Salvador Allende, permitió que por primera vez un movimiento que pujaba por la consolidación de un proyecto socialista, consiguiera llegar al gobierno en los marcos de la democracia representativa.

Pero, esto no impidió que el programa del Gobierno de la Unidad Popular recogiera el fundamento necesario que procurara la transformación de las instituciones para instaurar una nueva concepción de poder donde los trabajadores y el pueblo fueran los protagonistas, desarrollando políticas que buscaban transformar el sistema de dominación y, a su vez implantando un modelo alternativo, que tuviera como marco la participación activa del pueblo y los trabajadores para la construcción de un modelo político-económico que se orientara al socialismo.

En este contexto, el Gobierno de la Unidad Popular dirigido por el Presidente Salvador Allende ejerció una política internacional asentada en la necesidad histórica del pueblo chileno de conquistar nuevos y reales niveles de independencia ante las pretensiones monopólicas de grupos económicos hegemónicos y las arremetidas del imperialismo que procuraron impedir la consagración del proyecto socialista en el continente americano.

Es así como, el principal objetivo de la política internacional del Gobierno de Allende fue el “fortalecimiento de la plena autonomía política y económica… sobre la base del respeto a la autodeterminación y a los intereses del pueblo de Chile”. Así lo revela en su primer mensaje a la nación, en mayo de 1971:

La política internacional del Gobierno de la Unidad Popular no es sino la proyección en el plano externo de la forma cómo se ha concebido y definido nuestro quehacer histórico: iniciar en nuestra Patria la construcción del socialismo como único camino eficaz para que las grandes masas, encabezadas por el proletariado, alcancen el pleno ejercicio del poder y el justo uso de la riqueza común.

Allende, apoyado por las fuerzas del movimiento obrero, desarrolló una política de reubicación internacional de este país. Se trataba de sacar a Chile del alineamiento único con el norte para insertarlo en el nuevo orden de naciones que decidieron enrumbarse en un camino alternativo de autonomía y defensa de la soberanía, de todos aquellos que en cualquier lugar del mundo luchaban contra el colonialismo, el imperialismo y la dependencia.

En cada uno de los escenarios en que se desarrolló la política internacional del Gobierno (multilateral, regional o bilateral), tuvo como basamentos fundamentales los preceptos de resguardo a los principios de convivencia inscritos en la Carta de Naciones Unidas, no intervención en los asuntos internos de cada Estado, libre determinación soberana de los pueblos, defensa del patrimonio nacional, nacionalización de las industrias básicas frente a las ambiciones monopólicas de las empresas multinacionales, transformación radical de los elementos de la estructura internacional que cimientan las bases del capitalismo como sistema de dominación, y por ende, la construcción del socialismo como real alternativa política y económica, pluralismo ideológico, antiimperialismo y solidaridad con las luchas de liberación emprendidas en aquel momento por otros pueblos, afirmación de la identidad latinoamericana, y con ello, necesidad de crear condiciones endógenas regionales para el desarrollo de la integración político, económica y social del continente, en especial en el ámbito andino, intención de avanzar hacia una real y solidaria política internacional de los pueblos, alejadas de convencionalismos institucionales.

En el escenario multilateral, el Presidente Allende mantuvo posiciones muy definidas, defensa activa de la independencia de Chile y de la potestad soberana de su país de mantener un control férreo y efectivo de sus recursos naturales, especialmente del cobre, valoración del principio de autodeterminación, derecho del pueblo chileno a construir pacífica y democráticamente una alternativa hacia el socialismo, denuncia clara y contundente del sistema de dominación y explotación establecido por las estructuras capitalistas y las acciones del imperialismo, así como el cuestionamiento constantes de la funciones de aquellas instituciones internacionales y regionales que en diversas ocasiones parecían articularse como instrumentos de intereses foráneos.

El discurso ofrecido por el Presidente Allende el 4 de diciembre de 1972 ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas muy bien podría definir la posición de Chile frente a las distintas dinámicas a las que tuvo que hacer frente su gobierno en el escenario multilateral entre 1971 y 1973. A través de aquellas palabras, Allende no vaciló en denunciar las distintas agresiones y maniobras de las cuales fue víctima su país por los distintos agentes internacionales que no perdonaron la voluntad soberana del pueblo chileno de nacionalizar el cobre y otras importantes industrias extractivas. En aquella ocasión Allende manifestó:

Desde el momento en que triunfamos electoralmente el 4 de septiembre de 1970, estamos afectados por el desarrollo de presiones externas de gran envergadura, que pretendieron impedir la instalación de un gobierno libremente elegido por el pueblo y derrocarlo desde entonces. Que ha querido aislarnos del mundo, estrangular la economía, paralizar el comercio del principal producto de exportación que es el cobre y privarnos del acceso a las fuentes de financiamiento internacional y señaló más adelante nos encontramos, frente a fuerzas que operan en la penumbra, sin bandera, con armas poderosas, apostadas en los más variados lugares de influencia.

De igual manera, expresó que los problemas y enemigos a que se enfrentaba Chile eran los mismos que combatían la mayoría de los países del tercer mundo, a saber “la actual estructura hegemónica político-económica de dominación”. Por tal razón, su llamamiento de unidad a los pueblos y gobiernos del mundo, sobre todo a los países del sur, quienes reclamaban por el desarrollo de condiciones justas y democráticas, que priorizaran la inclusión y el bienestar social. Su convocatoria, manifestando la decisión histórica del pueblo chileno de construir el socialismo, se resume en la concreción de nuevos modelos alternativos de sociedad que permitieran superar las terribles circunstancias vividas por los países subdesarrollados:

Hoy vengo aquí porque mi país está enfrentado problemas que en su trascendencia universal son objeto de la permanente atención de esta Asamblea de las Naciones Unidas: la lucha por la liberación social, el esfuerzo por el bienestar y el progreso intelectual, la defensa de la personalidad y dignidad nacionales. La perspectiva que tenía ante sí mi patria, como tantos otros países del Tercer Mundo, era un modelo de modernización -que los estudios técnicos y la realidad más trágica coinciden en demostrar- que está condenado a excluir de las posibilidades de progreso, bienestar y liberación social a más y más millones de personas, relegándolas a una vida sub humana […] El chileno es un pueblo que ha alcanzado la madurez política para decidir, mayoritariamente, el reemplazo del sistema económico capitalista por el socialista.

Siguiendo los lineamientos dispuestos en el Programa de gobierno de la Unidad Popular, en donde se invita al cuestionamiento de aquellas estructuras e instituciones que benefician sólo el interés imperial, el Presidente Allende impulsó la búsqueda de mecanismos que permitieran transformar profundamente la Organización de Estados Americanos (OEA) adecuándola a la realidad regional y a las aspiraciones de independencia, soberanía, participación y bienestar social de los países miembros.

En la figura de su canciller, Clodomiro Almeyda, planteó abiertamente en distintas oportunidades, la necesidad de superar dos ficciones fundamentales que subyacían en el seno de la OEA (y que persisten hasta hoy), impidiendo que a través de ella se pudiera sustentar un diálogo constructivo entre los gobiernos, en primer lugar, la ficción de suponer que dentro de la organización se reúnen Estados en condiciones de igualdad, obviando la presencia e influencia hegemónica de Estados Unidos en la dirección de la decisiones fundamentales; y, en segundo lugar, la ficción de considerar la existencia de una sólida homogeneidad de intereses entre esos Estados y el hegemón, en base a una inexistente comunidad de objetivos, ideales y necesidades.

Allende señaló, en diversas oportunidades durante sus alocuciones públicas la imposibilidad de cimentar una relación de trabajo eficiente, transparente y constructiva mientras se mantuvieran dichas contradicciones en la organización. Según él, era tan evidente la oposición de intereses que se planteaba en diversos aspectos de la vida económica y el acontecer político en la región, que resultaba insostenible la edificación de algo sólido y duradero.

Este lenguaje franco y directo encontraba acogida en numerosos gobiernos de la región, que brindaron permanente respaldo a Chile ante las agresiones de que era objeto por parte de Estados Unidos, sin que la OEA, supuesta garante de la democracia, la soberanía, el desarrollo social y la asistencia reciproca en materia militar en el continente americano, pudiera tan siquiera mostrar entusiasmo por las propuestas de trasformación realizadas desde el Gobierno de la Unidad Popular.

En el marco de la superación de las desigualdades, la promoción de un espíritu de solidaridad por las luchas de liberación de otros pueblos en el mundo, la cooperación entre los gobiernos del sur y en ejercicio del principio de pluralidad ideológica, el Presidente Allende tomó la decisión de incorporar a Chile al Movimiento de Países No Alineados, muchos de cuyos postulados coincidían con los enunciados de su política internacional.

El común interés de los pueblos de América Latina y el Caribe por superar el subdesarrollo y la dependencia, inspiraron al Presidente Allende a ubicarse en el mundo junto a otros pueblos que en Asia y África enfrentaban desafíos semejantes. Con la incorporación de Chile al Movimiento de Países No Alineados, Allende buscaba fortalecer en un mismo bloque a todo los países subdesarrollados, sobreponiéndose sobre las diferencias, que separaban a unos de otros, animado por la firme convicción de que sólo en la unidad y conformación de un conglomerado amplio, se podrían enfrentar eficazmente los desafíos y agresiones de los países más industrializados.

Dentro de esta perspectiva, el Gobierno de la Unidad Popular procuró acrecentar sus relaciones con distintos países miembros del movimiento. Es así como se procedió a intercambiar embajadores y establecer embajadas en Guyana, Zambia, Libia; a iniciar lazos diplomáticos con Nigeria, Guinea, República Popular del Congo, Madagascar y Tanzania; y a estrechar vínculos de amistad con países como Argelia e India.

Desde la tribuna del Movimiento de Países No Alineados, llamó al derrocamiento de las desfasadas bases del institucionalismo multilateral cuyo origen se encontraba en la conservación del status quo del término de la segunda guerra mundial. El Sistema de Naciones Unidas así como los organismos surgidos de Bretton Woods fueron el centro de sus críticas.

La defensa del patrimonio y el derecho soberano a controlar la explotación de los recursos naturales, en especial el cobre, fueron algunos de los ejes transversales por los cuales se evaluaba cada una de las acciones emprendidas por el gobierno de la Unidad Popular en el ámbito internacional. Es así, que puede entenderse la activa participación de Chile como miembro fundador del antiguo Consejo Intergubernamental de Países Exportadores de Cobre (CIPEC), el cual integraban además Perú, Zambia y Zaire. Este organismo, creado en el año 1964 procuró la coordinación de los proceso de producción y comercialización del cobre de sus países miembros, a fin de obtener mejores ingresos por la práctica de políticas comunes. Algo similar a la OPEP en materia petrolera. En conjunto, los países del CIPEC representaban en aquel momento, el 41% de la producción total mundial y el 75% del cobre de exportación en el mercado internacional. Cabe recordar que en 1973, Chile era el cuarto país productor de cobre después de Estados Unidos, Unión Soviética y Zambia.

Durante este período de la organización, en la que Allende tuvo un marcado protagonismo, la prioridad estuvo marcada en la lucha de los países miembros por obtener el control de sus recursos cupríferos, él apoyó, fomentó y respaldó las nacionalizaciones de estos recursos, así como la articulación de un frente común en respuesta a las represalias emprendidas por las empresas transnacionales que se sintieron perjudicadas por estas nacionalizaciones. En su mensaje con motivo de la nacionalización del cobre el 11 de julio de 1971, Allende reiteró:

Quiero insistir que, porque el pueblo es gobierno, es posible que hoy día digamos que el cobre será de los chilenos […] No queremos ser un país en vías de desarrollo que exporte capitales; no queremos seguir vendiendo barato y comprando caro. Por eso, ahí está el programa de la Unidad Popular, que es un programa esencialmente patriótico, puesto al servicio de Chile y los chilenos. Y por eso estoy aquí, como Presidente del pueblo, para cumplir implacablemente ese programa.

En el escenario latinoamericano, la política desarrollada por el Presidente Salvador Allende comprendió el reforzamiento de lo que se llamó “la personalidad latinoamericana”, aludiendo a la potencialidad existente entre los pueblos de la región para conformar un bloque político-económico, que consolidara la independencia, la soberanía y el incremento del bienestar social.

De igual manera, el principio de “pluralidad ideológica” marcó cada una de las acciones y propuestas, que en el escenario latinoamericano, emprendió el Gobierno de la Unidad Popular. Esta doctrina se contrapuso a la tesis de “fronteras ideológicas”, impuesta en la región por Estados Unidos y defendida en ese momento principalmente por los gobiernos militares de Argentina y Brasil, los cuales apegados a dictámenes imperiales, se mantuvieron siempre expectantes del esquema de transformación socio-político desarrollado en Chile.

La aplicación de esta doctrina fue anunciada por el Presidente Allende en abril de 1971 con ocasión de la firma de una declaración conjunta entre Chile y Colombia. Desde su aplicación, se constituyó en el fundamento del establecimiento de las cordiales relaciones que desarrolló su gobierno con otros de la región que asumían formulas políticas adversas al proyecto socialista chileno.

El éxito de esta política no sólo evitó el aislamiento o el surgimiento formal de frentes antagónicos propiciados por los intereses estadounidenses en la región. Por el contrario, facilitaron la apertura de pequeños pero importantes espacios para la solución de problemas fronterizos, especialmente con el gobierno de Buenos Aires, presidido en aquel momento por el General Alejandro Lanusse.
La diplomacia chilena fue capaz de construir relaciones de coexistencia pacífica con Argentina, país que era considerado por Allende como prioritario para garantizar el equilibrio regional; no sólo por la importancia del intercambio comercial, sino por los problemas derivados de la delimitación fronteriza, que reavivados desde 1958, eran considerados como potencial fuente de conflictos. En el mes de julio de 1971, ambos gobiernos concretaron la firma de los Acuerdos de Salta, mediante los cuales se negociaron por vía pacífica los diferendos limítrofes entre ambas naciones. Durante la cena que ofreció el General Lanusse en su honor, el Presidente Allende defendió la “vía chilena al socialismo”, afirmando su intención de concretar programas productivos en común, dirigidos a favorecer el desarrollo social de los pueblos:

A través del Gobierno Popular que presido, Chile construye una economía humana e independiente, inspirada en los ideales socialistas. Queremos reestructurar la sociedad chilena en términos de justicia y libertad para lograr un desarrollo nacional auténtico […] Tomada ya posesión de la gran minería del cobre, fundamento de nuestra economía, podremos acometer en íntima colaboración con los países hermanos, empresas significativas destinadas a promover nuestro desarrollo acelerado, liberándonos de voluntades hegemónicas contrarias a los intereses superiores de Hispanoamérica.

Apenas un mes y medio después, el Presidente Allende viajó a Perú, país con el que Chile había desarrollado relaciones históricamente tensas luego de la Segunda Guerra del Pacífico (1879-1883). Pero desde 1968, el país estaba siendo gobernada por el General nacionalista Juan Velasco Alvarado, quién se encargó de emprender una política progresista y antiimperialista. La visita de Allende evidenció la coincidencia con la que ambos gobiernos coincidían en diversos temas, tales como la necesidad de transformar el orden económico mundial, la superación de la dependencia de los países subdesarrollados, el enfrentamiento a los intereses foráneos en la región y de la nacionalización de los recursos naturales. El General Velasco Alvarado se declaró fiel admirador de la figura de Salvador Allende; por primera vez en casi un siglo, ambas naciones mantuvieron relaciones de amistad, las cuales se extendieron hasta el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular.

Durante su visita al presidente ecuatoriano José María Velasco, el presidente Allende reiteró la necesidad de encuadrar los intereses latinoamericanos bajo las banderas históricas de unidad, el fortalecimiento de las soberanías y el desarrollo social de los pueblos suramericanos. En aquella ocasión, recordó alguno de los intentos por concretar la integración real en el continente:

En 1848, con un sentido de la Unidad Continental, los países que hoy integran el Grupo Subregional Andino, firmaron un Tratado de Confederación, para defender sus respectivas soberanías contra los ultrajes extranjeros en América Latina. En virtud de este tratado, chilenos y ecuatorianos prometieron defenderse mutuamente contra actos de intervención que pretendan alterar las instituciones republicanas […] Menos de veinte años más tarde, firmaban un nuevo tratado de alianza defensiva, reiterando los acuerdos anteriores , y obligándose las partes a defenderse contra toda agresión […] La cooperación entre nuestros países, en conformidad con nuestra realidad, debe estar inspirada por las grandes tareas que debemos llevar a cabo, para que el hombre latinoamericano pueda realizarse libremente […] Establezcamos juntos (añadió), la Gran nacionalidad latinoamericana…

El fortalecimiento de relaciones cordiales y solidarias fueron el mayor recaudo logrado por el Presidente Allende luego de sendas giras regionales, que lo llevaron a visitar en agosto de 1971 Perú, Colombia, Argentina y Ecuador, así como México, Cuba y Venezuela en diciembre de 1972. De esta forma hizo frente a los incesantes ataques de aquellos intereses imperiales que pretendieron crear una matriz negativa en la región frente al gobierno popular de Chile.

Respecto al desarrollo de los procesos de integración en el continente, el programa de gobierno de la Unidad Popular fue muy especifico: ”La integración latinoamericana deberá ser levantada sobre la base de economías que se hayan liberado de las formas imperialistas de dependencia y explotación”.

El espíritu latinoamericanista de Allende era favorable al desarrollo de esquemas integracionistas en la región, pero dicho fenómeno debía de estar purgado de intereses imperiales y dirigidos al incremento en los niveles de bienestar social. La integración económica debería ser orientada y encauzada de modo tal, que fuese una herramienta efectiva en la lucha contra la dominación externa que libraba América Latina y contra la exclusión de las grandes mayorías de la región, debía redundar en mayor independencia. El Presidente Allende fue enfático en este punto. En su discurso al visitar la sede del Acuerdo de Cartagena manifestó:

Si fracasamos o nos detenemos estaremos abiertos y sin defensa frente a las formas modernas de colonialismo. Solos, divididos, incluso derrotados sicológicamente, nos enfrentaríamos ante las grandes potencias económicas mundiales, sin capacidad de negociación y evidentemente, éste es un objetivo que sectores nacionales y extranjeros están persiguiendo.

En este contexto, el Pacto Andino era para Allende una respuesta auténticamente latinoamericana, puesto que hasta entonces los esquemas de integración vigentes habían sido concebidos esencialmente para estructuras económicas de países desarrollados y, por lo tanto, postulaban mecanismos inadecuados a la realidad de la región, refiriéndose a los esquemas impuestos por la antigua Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC).

Allende, fue enfático al señalar en la sede del Acuerdo de Cartagena que los cambios revolucionarios que se planteaban para Chile bajo su gobierno eran compatibles con los mecanismos y objetivos que la integración andina se proponía en ese entonces.

De igual forma, el Pacto Andino fue concebido como un foro político donde se pudiera encontrar la solidaridad de sus países miembros frente a las acciones emprendidas por intereses imperiales que afectaban comercial y financieramente a Chile.

Mención especial merece la relación que el Chile socialista desarrolló con la Cuba revolucionaria de Fidel Castro. Allende había decidido restablecer los vínculos con Cuba, los cuales habían sido suspendidos en 1964. La reanudación de relaciones con Cuba, basados en la solidaridad latinoamericanista, en la práctica del pluralismo ideológico y en la lucha antiimperialista, representó un rechazo a las sanciones impuestas a la isla desde las instituciones interamericanas aliadas de Estados Unidos, que violan abiertamente los principios de igualdad, soberanía y autodeterminación consagrados por la Carta de las Naciones Unidas. En su mensaje al pueblo de La Habana, durante su viaje a Cuba, el Presidente Allende señaló:

…por sobre los esfuerzos que implicaba luchar por una zafra más alta y mejor, por sobre el sacrificio está el ejemplo: el ejemplo de un pueblo que señala al mundo una nueva moral, que dice a América Latina que hay un lenguaje nuevo en la ética revolucionaria, que pueblo y dirigentes conjugan. Y Cuba enseña a América Latina y al mundo su clara concepción del internacionalismo proletario. Y porque hay esa nueva moral, porque hay esa nueva conciencia, porque está aquí latiendo la voluntad revolucionaria ejemplar de un pueblo, la delegación chilena y el compañero Presidente que les habla han podido sentir la emoción viril que hemos sentido cuando este pueblo acoge la generosa iniciativa de Fidel Castro para arrancarse un pedazo de pan y entregarlo a mi pueblo que lucha contra el imperialismo. ¡Gracias. Simplemente, gracias, queridos compañeros! Se las doy en nombre de los niños de Chile, de sus mujeres, de sus ancianos.

El programa de Gobierno de la Unidad Popular es contundente al procurar el desarrollo de una relación estrecha “en forma efectiva con la Revolución Cubana, avanzada de la revolución y de la construcción del socialismo en el continente latinoamericano”.

En el marco del mundo bipolar y ante el aislamiento que Chile tenía respecto del campo socialista, el gobierno de la Unidad Popular procuró la ampliación sustantiva de los contactos con esos países, fundados en principios de solidaridad, pluralidad ideológica y respaldo a las luchas de liberación de otros pueblos. En ese contexto, el Presidente Allende inauguró relaciones concretas con distintos países, pues los gobiernos anteriores habían limitado todo tipo de contactos diplomáticos. Hacía 1972, Chile había establecido relaciones diplomáticas y consulares con la República Popular China, la República Democrática Alemana, la República Popular Democrática de Corea y con Vietnam, todavía dividido por la intervención imperialista de Estados Unidos. Las relaciones políticas y económicas con dichos países adquirieron una gran significación.

La relación con la Unión Soviética tuvo su mejor momento durante la visita del Presidente Allende a Moscú en el año de 1972., aunque no hubo una comprensión cabal por parte de los dirigentes soviéticos del proceso que llevaba adelante la Unidad Popular, lo cual impidió el desarrollo de una mayor cooperación financiera que ayudara a Chile a combatir las arremetidas de los sectores bancarios hegemónicos, sí se gestaron una cantidad importante de compromisos, entre los cuales se destacaron las autorizaciones para faenas de pesca industrial, acuerdos de colaboración mixta, con beneficios tecnológicos y traspaso de algunos buques como compensación.

El Presidente Salvador Allende y la Unidad Popular a través de su programa de gobierno, entendieron que la dimensión internacional de una política autónoma jugaban un rol decisivo, más aún en el caso de Chile, que iniciaba la experiencia inédita de introducir reformas profundas a las estructuras capitalistas, dentro del marco democrático, electoral y constitucional que presentaba la legalidad vigente, lo cual sin duda tendía a lesionar necesariamente los intereses de los sectores dominantes en el país y los de poderosas empresas foráneas que explotaban las riquezas naturales. El Presidente Allende tuvo la conciencia de que en estas circunstancias, el desarrollo de una política internacional independiente y al servicio de los más necesitados cobraba una importancia fundamental.

En este sentido, sobre la base de principios que habían orientado permanentemente la política exterior de Chile, se incorporó una nueva dinámica en las relaciones, que comprendía la eliminación de estructuras restrictivas para desarrollar una política exterior independiente, de denuncia y defensa frente a las arremetidas del interés foráneo, la plena vigencia de los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos y la construcción del socialismo, lo cual permitirían la coexistencia pacífica de los Estados sin consideración a la naturaleza de su sistema político, económico o social. De acuerdo a este criterio, el gobierno de Allende practicó en sus relaciones internacionales el pluralismo ideológico, en contraposición al ya mencionado concepto de “fronteras ideológicas” que planteaban otros países imbuidos del maniqueísmo propio de la guerra fría, denunciando y procurando la ruptura del sistema de dominación y explotación impuesto por las estructuras que daban cimiento al sistema capitalista internacional.

El realismo que inspiró y fundamentó la política exterior desarrollada por el gobierno de Allende frente a un escenario internacional hostil, marcado por la hegemonía del economicismo, las figuras descompuestas y agotadas de algunas instituciones internacionales y las apetencias hegemónicas del imperialismo que aún hoy pretende mantener un sistema internacional unipolar a través de estructuras alejadas de las necesidades de los pueblos, permiten afirmar que los postulados en materia de política internacional del Presidente Allende mantienen actualidad y vigencia en la construcción de alternativas ciertas para el beneficio de un mayor grado de felicidad para nuestros pueblos.

El Presidente Allende, su gobierno y sus propuestas en materia internacional están presentes en cada acción de nuestros pueblos, es un grito que reclama igualdad y equidad en los pasillos de la ONU y de las organizaciones internacionales, Allende conduce los acuerdos del Movimiento de Países No Alineados, Allende orienta e ilumina cuando se trabaja por la integración de Nuestra América, ¿quién puede dudar que Allende está detrás de cada acuerdo de cooperación sustentado en los principios de solidaridad y complementariedad? Se lo agradecen en cada rincón de este continente quienes se benefician del acercamiento entre nuestros pueblos cuando nos comenzamos a mirar con confianza. Allende participa de las luchas de los trabajadores petroleros de Venezuela, de los cocaleros de Bolivia, de los pescadores de Ecuador, de los campesinos de Nicaragua y Paraguay, de los obreros de la industria de la carne de Uruguay y Argentina. Allende está presente en iniciativas como el Banco del Sur, Telesur, Petrocaribe, CELAC, Allende es padre, es progenitor del ALBA, la Alternativa Bolivariana para los pueblos de Nuestra América.

Allende, al apoyar la lucha revolucionaria del Comandante Ernesto Che Guevara, indicó el camino del internacionalismo para el pueblo chileno en la segunda mitad del siglo XX. Muchos de los hijos de este heroico pueblo siguieron su ejemplo y entregaron lo mejor de si, su esfuerzo y su vida, su sudor y su sangre para ayudar a otros pueblos de este continente y del mundo en su combate por la libertad.

Allende es ejemplo, es guía, es acción, ahí estuvo, sentado al lado de Chávez, de Evo, de Tabaré, de Correa, de Daniel, de Lula, con Lugo y se sentará con todos aquellos presidentes dignos que se pongan al servicio de sus pueblos, para recordarles como ese Quijote que fue “El imperio ladra, señal de que nuestros pueblos están vivos y luchando”, para decirles como aquel 11 de septiembre, sigan compañeros, van bien “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Lo escuchamos ese día Presidente y hoy le reafirmamos que su recuerdo es el de un hombre digno que fue leal a su Patria, a su patria latinoamericana.

A inicios del siglo XXI cambios esperanzadores se desparramaron por buena parte del territorio de América Latina y el Caribe, millones de trabajadores comenzaron a transitar con libertad por Cochabamba y por Managua, por Caracas y por Quito, como caminan hace mucho más tiempo por La Habana para construir esa sociedad mejor que Allende soñó y por la que entregó cada minuto de su maravillosa vida.
A cincuenta años de aquella extraordinaria gesta del pueblo chileno, a Allende solo se le puede recordar diciéndole gracias, gracias por ser padre, padre de esta América Nuestra que jamás abandonará las banderas de lucha y resistencia que tu nos enarbolaste.

Referencias

Allende, Salvador. Discursos
En la Asamblea General de Naciones Unidas, 1972
Durante la III UNCTAD, Santiago Chile, 1971
Durante su visita a La Habana, 1972.
Durante su visita a México, 1972.
Durante su visita a Ecuador, 1972.

Allende, Salvador Obras Escogidas. La Estrategia de desarrollo del gobierno popular 1964-1970. Intervención en la 49 Reunión Plenaria de la Oficina Central de Planificación del Comando de la Campaña Presidencial del Dr. Allende. Santiago, 2 de agosto de 1964.
http://es.geocities.com/chileclarin/cap14.html

Amorós, Mario. Salvador Allende ante el mundo
http://www.terrorfileonline.org/es/index.php/Amor%C3%B3s,_M._Salvador_Allende_ante_el_mundo

Böersner, Demetrio. Relaciones Internacionales de América Latina. Ediciones Nueva Sociedad. Caracas, 1996.

Marín, Gladys. Salvador Allende en el centro de la conciencia de los pueblos. Enero 2003 http://www.lainsignia.org/2003/enero/ibe_105.htm

Nolff, Max. El pensamiento latinoamericanista y antiimperialista de Salvador Allende en “Salvador Allende, el político, el estadista”, Ediciones Documentas, Chile, 1993 en
http://www.chilevive.cl/homenaje/allende/cartagena.shtml

Palma Fourcade, Aníbal. La obra Del Gobierno de la Unidad Popular. Archivos Internet Salvador Allende. http://www.salvador-allende.cl/

Valverde, Cristián E. Medina. Chile y la integración latinoamericana. Política exterior, acción diplomática y opinión pública. 1960-1976. Tesis doctoral presentada en la Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Historia Contemporánea, 2002.

Unidad Popular. Programa de Gobierno Archivos Internet Salvador Allende. http://www.salvador-allende.cl/


Notas relacionadas

Back to top button